Me robé una rosa
Que tu viaje eterno, que tus carcajadas retumben como los truenos y hagas reír las once mil vírgenes, regañes a Adán por simplón y aplaudas a Eva por comerse la manzana de la tentación.
Siga a EL PAÍS en Google Discover y no se pierda las últimas noticias

11 de jul de 2022, 11:40 p. m.
Actualizado el 17 de may de 2023, 12:49 p. m.
La iglesia al tope. Los amigos fueron llegando uno a uno con la tristeza marcada en el rostro. Sin avisar había partido uno de los seres irrepetibles de Cali. Se fue con su vida llena de vida a otra dimensión.
Como afirmó el sacerdote en el ritual religioso, “Me parece un irrespeto, decirle a Jaime que descanse en paz, él continuará su viaje eterno con su misma energía, lo que acaba de dejar fue su cuerpo, ese sí, a lo mejor cansado”. Afirmó también que la misa no es el lugar propicio para llorar, es para decir un hasta luego, con amor y alegría.
Jaime Jordán Mejía, el notario, hombre vertical en su pensar y actuar, inteligencia y sentido del humor desbordados como sus críticas ácidas e incómodas, porque la verdad incomoda a los que no desean escucharla. Ganó un concurso a La Lengua Viperina en la celebración de los cien años de El Gato, ese periódico punzante, burletero y frontal.
Lo veía muy poco, pero a diario chateábamos. Me reenviaba noticias bombas, las que desnudan la farsa de ropajes y encubrimientos. Me encantaba su foto con la camiseta que mando a hacer que decía: “No soy comunista, soy antiuribista”. Tomada en el monumento a la resistencia. Yo quería una igual, no tuve la oportunidad.
Defensor acérrimo de monseñor Darío de Jesús Monsalve de todas las calumnias y patrañas inventadas por la ‘sagrada orden del bramadero’ de ultraderecha, camandulero, hipócrita, que ahora no saben ni qué hacer ni dónde acomodarse.
Lector infatigable, viajero, sibarita, exprimió la vida cada minuto, así como prodigó su amor, su amistad, su generosidad. Fue fiel a sí mismo, por encima de todo. Jamás se doblegó ante nadie, como escribió su hija Marcela en el obituario. Integro, alegre, noble, bueno, soñador, servicial. Amó a su familia por encima de todo. A Berta, a su suegra, a su hija y nietos. Así su vida tomara otros rumbos, sabía cuál era su querencia, su núcleo vital. Convicciones liberales. Católico ferviente. Principios inamovibles. Su huella es indeleble porque es profunda. Porque tenía ese intangible que marca lo que toca. A veces un huracán, a veces una brisa suave.
Me emocioné hasta las lágrimas con las palabras de uno de sus nietos. Esos recuerdos del abuelo divertido, juguetón, alcahuete, amoroso, que llenaba espacios de carcajadas y abrazos. Imaginé que yo estaba dentro del cajón y escuchaba a mis nietos hablándome así. ¡Qué felicidad! Esos recuerdos hacen que la vida haya valido la pena. El amor es eterno, como decía San Pablo, es la mejor herencia. Lo material se diluye en la materia y se evapora, lo que llega al corazón jamás desaparece.
Jaime Jordán Mejía, los que nos quedamos un rato en este planeta nos sentimos huérfanos, porque ese torrente cálido, esa catarata de palabras y vida ya no están, te las llevaste, pero nos enseñaste con tu propia piel, que la lealtad y la fidelidad son con uno mismo, con nadie más.
Personalmente me harán falta esos mensajes diarios desenmascarando fariseos. Nunca los voy a borrar. Me robé una rosa blanca, la tengo en mi mesa de noche para recordar principios que jamás se venden al mejor postor. Que tu viaje eterno, que tus carcajadas retumben como los truenos y hagas reír las once mil vírgenes, regañes a Adán por simplón y aplaudas a Eva por comerse la manzana de la tentación. En algún cumulonimbus nos encontraremos y me prestas la camiseta hecha de algodón arco iris. ¡Por favor!

Periodista. Directora de Colcultura y autora de dos libros. Escribe para El País desde 1964 no sólo como columnista, también es colaboradora esporádica con reportajes, crónicas.
6024455000