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Me pongo la banderita

En 1915 bajo el lema ‘Todos somos humanos’ en el Teatro Colón de Bogotá se inauguró oficialmente la Cruz Roja Colombiana.

8 de mayo de 2017 Por: Aura Lucía Mera

En 1915 bajo el lema ‘Todos somos humanos’ en el Teatro Colón de Bogotá se inauguró oficialmente la Cruz Roja Colombiana. Sus gestores fueron los doctores Adriano Perdomo e Hipólito Marulanda. Sin embargo, esta organización creada en 1863 en Suiza había prestado antes invaluables servicios a el país.

Desde la Guerra de los Mil Días no ha descansado porque desde esa época nos estamos matando, pero ese ya es otro tema. Fue decisiva el 9 de abril de 1948 cuando asesinaron a Jorge Eliécer Gaitán y el país se salió de madre. En los terremotos de Popayán y el Eje Cafetero, en las inundaciones periódicas cuando se desbordan ríos, y en las catástrofes naturales y no naturales.

Siempre símbolo y garantía de ayuda, de neutralidad, de socorrer heridos y salvar vidas. Su manejo y organización han sido impecables en el transcurso de los años. Honestidad. Disciplina. Entrega. Colombia tiene en la Cruz Roja una institución de lujo.

Recuerdo la explosión de Cali en los años 50 que partió en dos la historia de la ciudad para siempre. Sobre todo la historia de las mujeres, que dejaron de lado sus oficios domésticos, sus privilegios de ‘señoras bien’ y sus rigurosas obligaciones de amas de casa para lanzarse, válgase el vocablo, literalmente a trabajar como voluntarias de la institución.

De tiempo completo a oficios diversos. Ayudar heridos, recoger fondos y artículos de primera necesidad, recolectar alimentos, adecuar albergues; entregarse en cuerpo y alma a ayudar. Ayudar sin descanso y sin tregua. Cali se unió ante la tragedia, sin distingos de clases económicas o sociales. Cali demostró una solidaridad a toda prueba y la Cruz Roja fue la coordinadora de toda la ayuda.

Poco después nació el Voluntariado de las Damas Grises. Lucy Cajiao de Vidal-Cuadras, Clara Restrepo de Delgado y Olga Lucía Garcés de Franco, fueron sus primeras promotoras y la idea creció como el grano de mostaza. Las Damas Grises fueron formando un ejército de mujeres que se sumaron con dedicación y disciplina a prestar ayuda, sin contraprestación alguna. Recuerdo su primera sede en el barrio La Isla, en ese entonces uno de los asentamientos más pobres y abandonados de la ciudad. Recuerdo a Olga Saucedo de Berón, enfermera jefe, que nos enseñaba con santa paciencia cómo hacer un torniquete, a poner una inyección, a lavar una herida, inclusive instrumentar en casos de pequeña cirugía; vendar una pierna, visitar pacientes que no podían asistir a la consulta.

También recuerdo las experiencias en el Club Noel con la madre Eufemia Caicedo, ayudando a cambiar pañales, dando teteros, cargando bebés llorones y desnutridos, y a veces bautizando de afán por si acaso, a algún recién nacido abandonado y moribundo.

Esas experiencias me abrieron al mundo de la sensibilidad y responsabilidad social. Creo que fueron las más importantes de mi vida. Mucho más importantes que los viajes, los idiomas, la educación de ‘joven formal’. Compartir el dolor ajeno y sentirlo como propio, tender una mano, abrazar un bebé frágil. Entender que todos somos hermanos, que todos debemos compartir y tenemos el derecho a las mismas oportunidades. Entender que nada es mío, que todo es prestado por un instante. Y que si he recibido más, tengo el compromiso de dar más.

Gracias Cruz Roja, gracias Voluntariado de Cali que me enseñaron a pensar en los demás. Mayo es su mes y el 19, el Día de la Banderita. ¡Yo me la pongo con amor y los invito a hacer lo mismo! ¡La Cruz Roja somos todos!

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