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Los ríos bravos

La naturaleza recupera lo suyo. ¿Cuándo vamos a aprender? ¿Cuándo la vamos a escuchar? Ojalá antes del diluvio universal.

14 de noviembre de 2022 Por: Aura Lucía Mera

El Cauca se desborda. El Cali baja encrespado y rugiendo. El Bolo arrasa sembradíos. El Jamundí obliga a las babillas a salirse al asfalto citadino.
El Quilichao se apodera de calles y potreros. El Pance baja enfurecido saltando de piedra en piedra. El Lili serpentea por sus caños haciéndose sentir.

No tengo ninguna explicación lógica. Toda la vida me he sentido hipnotizada por los ríos bravos. Cuando retoman su voz y muestran su poder. Omnipotentes, invencibles. Dejan de ser parte del paisaje para adueñarse del paisaje y no dejarse manosear. Estos ríos y quebradas tropicales de tierra roja, que nacen en paramos casi inasequibles, pequeños, tímidos, gestados por gotitas de agua muchas veces acumuladas bajo el musgo, inocentes, generadores de vida y catástrofes aún sin saberlo.

No habría vida en el planeta sin ellos. Ellos mismos condenadas a morir en el mar para volver a reciclarse en nubes y bajar de nuevo a alimentar la tierra. No caemos en cuenta muchas veces de este prodigio. Todos dependemos de ellos. Árboles, animales, el mismo mar.

Los irrespetamos, los desviamos de sus cursos naturales, los represamos, construimos en sus márgenes, los llenamos de residuos y trágicamente sus aguas han sido portadores de miles de cadáveres.

Pienso, si hablaran qué nos dirían, tienen toda nuestra historia en sus recorridos, o a lo mejor sí hablan, pero no sabemos escucharlos, hasta que enfurecidos arrasan lo que encuentran en su camino y mucho más, poniéndonos en nuestro sitio: simples bípedos depredadores frágiles y destructivos que nos creemos los reyes de la creación, venidos a más, con ideas perversas, destruyendo a conciencia y para su propia conveniencia lo sagrado.

Sin embargo, ellos, los ‘inferiores’ ganarán ríos, mares, árboles, fauna y flora sobrevivirán y los humanos desapareceremos envueltos en plásticos, chatarras retorcidas, bloques de aluminio y cemento, ahogados en nuestro propio veneno. Los billetes amos del hambre o la riqueza se pudrirán empapados de agua.

El sábado atravesé Cali para visitar una amiga, no cesaba la lluvia, los árboles estaban mojados, limpios, sus verdes resplandecían, cada hoja de cada uno: acacia, ceiba, palmera, samán, ficus, brillaba con luz propia, bajo el cielo gris encapotado.

Sus troncos también relucían contentos. Me los imaginé comunicándose entre sus raíces, disfrutando del agua, nutrirse, ser más fuertes y enfrentar el verano futuro. Me contagiaron se alegría.

Mi amiga tiene un balcón en el quinto piso. Nos asomamos. El río retumbaba, encrespado en olas rojizas, música fuerte de agua brava. En las copas de los árboles volaban unos bebes carpinteros, tal vez curiosos, iniciando sus alitas. Sentimos juntas la majestad del universo y la humana imbecilidad. No tuvimos necesidad de hablar.

Pensé en mi amiga de La Calera en Bogotá, debe estar pensando lo mismo. Las tragedias humanas de este invierno son el resultado de la depredación, irrespeto, violación de terrenos inviolables, atrevimientos e invasiones. La naturaleza recupera lo suyo. ¿Cuándo vamos a aprender? ¿Cuándo la vamos a escuchar? Ojalá antes del diluvio universal.

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