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¡Irrepetible!

El padre Uribe, con esa mirada profunda, entre triste y sabia, me respaldaba. Sus ideas claras y abiertas me salvaban de la condena arzobispal.

4 de enero de 2021 Por: Aura Lucía Mera

Me entero de sopetón de la muerte de Luis Javier Uribe, ese franciscano que dejó huella imborrable en Cali. Una catarata de recuerdos me llegan a la mente. Lo siento presente. Desde los años 60 cuando le conocí y era el rector del Pío XII. Empatía instantánea.

Su inteligencia desbordada, su sentido del humor, sus ideas de avanzada, su fe profunda sin alardes de puritanismo, más que fe era la espiritualidad que lo movía. Generoso de corazón. Siempre la palabra justa. La solidaridad incondicional en mis épocas más difíciles. Aquellas de la separación de mi marido, la decisión infernal de Uribe Urdaneta, el arzobispo de entonces, de quitarme el derecho de vivir con mis cuatro hijos, excomulgarme y prácticamente enviarme a la olla candente por toda la eternidad.

En esa época el padre Uribe emprendía la quijotesca empresa de fundar la Universidad San Buenaventura en la casona del centro de la ciudad.
Me matriculé de una en ‘La Nocturna’ con un grupo heterogéneo y sensacional, unos alumnos de la edad de los papás, otros iniciando vida adulta. Experiencia única, maravillosa. Derecho romano, introducción al Derecho, lógica. Volver a descubrir el mundo. Abandoné el claustro cuando decidí irme a vivir a Quito con un amor apasionado que me devolvió la sonrisa y la ternura.

El padre Uribe, con esa mirada profunda, entre triste y sabia, me respaldaba. Sus ideas claras y abiertas me salvaban de la condena arzobispal. Esa época forjó una amistad indestructible. Y a su turno la Universidad San Buenaventura brillaba como un faro de luz y sabiduría.
Su nuevo campus, orgullo de una ciudad que despertaba.

No sospechaba él, que le tocaría vivir su propio infierno durante años. Acusado vilmente por la manzana envenenada de envidia y ambición del cura Francisco Leonardo Gómez Vergez, tuvo que enfrentarse a acusaciones, juicios, calumnias grotescas.

Con su mirada limpia y su frente en alto, enfrentó el tsunami del escándalo. Salió victorioso pero ya herido de muerte en su corazón por esas puñaladas traperas. Guardó silencio, ese silencio cargado de sabiduría y sus ojos se tornaron más tristes y más profundos.

Nuestros encuentros posteriores fueron más esporádicos. Yo vivía en Bogotá, reinventándome la vida, la vida después del suicidio de mi compañero de amor. Pero cada vez que nos comunicábamos permanecía intacta esa amistad. Nos encontramos después de su calvario. Un abrazo sin palabras nos envolvió. Sentí que se me revolvían las entrañas al sentir su tristeza. Seguía fuerte, pero ya golpeado como esos faros que siguen en pie a pesar de las borrascas, firmes pero erosionados por dentro.

Ya no está con nosotros. Pero su obra se expande, su huella será indeleble. Cali lo recordará siempre como un pionero, un líder, un formador de profesionales exitosos. Su mirada sabia y triste, su valor ante la adversidad, su calidez humana y sus convicciones seguirán siempre de guía. Un faro que seguirá alumbrando, libre ya de la maldad y la envidia. Padre Uribe, gracias por haber tenido la fortuna de conocerlo y ser su amiga. Algún día en una nube, ¡nos volveremos a encontrar!

PD. Ser humano irrepetible. Su mensaje sigue vigente. Su dignidad y estoicismo ante la adversidad, ejemplo a seguir. Su vida, ejemplo de entrega y pasión por impulsar el conocimiento. La Orden Franciscana siempre quedará en deuda con este apóstol. No tuvo las agallas suficientes cuando se necesitaban. ¡Pero Luis Javier Uribe, estuvo siempre por encima de toda mezquindad!

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