Incertidumbre
Un país que quiere y al mismo tiempo teme al cambio.
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2 de may de 2022, 11:40 p. m.
Actualizado el 17 de may de 2023, 12:39 p. m.
“El dolor de este país, su tierra encharcada en sangre, el reguero de cadáveres, los ríos de cuerpos flotantes, el sufrimiento en la mirada de las víctimas, esa extensa galería del horror que uno lee, escucha o ve en la TV a dos mil seiscientos metros de altura, pero que pocas veces constata; la desconfianza natural del colombiano, los ojos cansados, el miedo feral a vivir, el miedo al miedo, el miedo a sobrevivir, el pánico a seguir habitando un país que solo sabe quitar y matar y fingir un país que despedaza el futuro, que no le permite a nadie ser, simplemente ser; el deseo de largarse para siempre de aquí: el deseo nacional, la suprema aspiración del colombiano”.
Alonso Sánchez Baute, ‘Humilda’.
Arranco esta columna con el párrafo de Sánchez Baute en su libro ‘Humilda’, libro íntimo y único sobre su relación de 14 años con su ‘white terrier’, en el que también nos comparte pensamientos, emociones, introspecciones íntimas.
Arranco con este párrafo que, a mi sentir, se identifica con el momento que estamos viviendo a menos de un mes de las elecciones presidenciales. Se percibe un aire de incertidumbre, temor, desasosiego, frustración y rabia.
Las emociones están al límite y es como si una especie de neblina mental nos impidiera visualizar un panorama claro, un futuro con esperanzas guardadas por años que queremos se conviertan al fin en realidad.
Un futuro que todos los colombianos nos merecemos pero que no hemos podido lograr; sencillo, pero inexplicablemente, inalcanzable. Un futuro tranquilo, en paz, en el que todos nos reconozcamos y dejemos de matarnos. Como dice Sánchez Baute, un país donde podamos ser.
Un país que quiere y al mismo tiempo teme al cambio. Un país que quiere un cambio, pero votando por los mismos que durante años han impedido el cambio.
Un país que no confía en que el cambio pueda ser logrado por una coalición no extremista. Un país en el que se rumoran ruidos de sable, mientras algunos integrantes del Ejército Nacional tienen el valor de confesar los horrores y el dolor que causaron a cientos de inocentes por presiones de sus superiores.
Un país que está caminando al filo de la navaja sin importarle un pito, pero que en el fondo desea lo mismo, más equidad, más oportunidades, menos corrupción y más tranquilidad en todo el territorio.
Pero un país al mismo tiempo que ni se conmueve ni sanciona asesinatos atroces, tampoco juzga ni condena a funcionarios corruptos y ataca al que piensa diferente.
Un país esquizofrénico, manipulado por maquinarias ambiciosas e insaciables de poder. Un país delirante que no se da cuenta de sus delirios.
A menos de un mes y seguimos sin brújula. Las emociones atávicas superan el análisis objetivo de lo que está en juego. Los ataques personales están por encima de las ideas.
Estamos encarnizados y ciegos dando vueltas a la noria, creyendo que avanzamos hasta que se rompa la cuerda y todos quedemos peor que como estamos, porque creo que todo es susceptible de empeorar, por un lado, o por el otro. A buen entendedor.
Y de resto, ‘a chupar’ una vez más de nuestro menú preferido, la olla podrida.
***
Posdata. Sigo apoyando y confiando en Sergio Fajardo hasta el final.

Periodista. Directora de Colcultura y autora de dos libros. Escribe para El País desde 1964 no sólo como columnista, también es colaboradora esporádica con reportajes, crónicas.
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