Flashes
Me enteré por un WhatsApp. Llegaron como flashes cataratas de imágenes. La casona de la Quinta. El olor a tinta. Los gigantescos rollos de papel. Lalo con sus gafas, su eterna libreta de apuntes y memorandos. José Hugo Ochoa, siempre amable. Raúl Echavarría Barrientos y su inteligencia aguda. La paciencia y el criterio de Jorge Arturo Sanclemente. Fanny y doña Matilde siempre atentas y cariñosas. María Helena. Bullicio. Tecleos. Linotipos armando palabra por palabra. Algarabía. Cada día era nuevo, diferente. “Ochenta y uno-uno- ochenta y uno”, el jingle de los clasificados. Risas, discusiones, chivas. duelos.
Beatriz López siempre pendiente. La invención de la primera Página Femenina de Colombia, todas con seudónimo. Elma, Ula, Martina, MAG, Correo del corazón. Recetas, artículos, reportajes, chismes. La prosa impecable de mi mamá y la de Clarita Zawadsky. Alfonso Bonilla Aragón. La imperdible Página Social. Eduardo Lozano, tantos otros.
Esa desesperación para que los artículos llegaran ‘antes del cierre’. El terror de que nos ‘colgaran’, las reuniones entre todas, y Lalo, siempre presente en todo sin que se le escapara un detalle.
Mi primera columna, con el pseudónimo de Martina, ‘El Cajón de las Ideas’, fue sobre los Estoraques. Recuerdo ese impulso desenfrenado de escribir, escribir, hacer reportajes, criticar sin importar las críticas, sentir calientes las yemas de los dedos sobre la Remington.
Llegan a la mente ráfagas, el artículo de mi mamá sobre Popayán que casi causa una guerra civil. Lalo recopiló insultos y diatribas en una carpeta enorme que decía ‘Pelea Popayán’. Los payaneses la declararon ‘persona non grata’ y tuvo que viajar a la Ciudad Blanca de incógnito, tiempo después.
Reviso algunos de mis artículos cuando era Martina, Un Cajón de las Ideas, libre, transgresor, a mi manera. Igual tono al que retomé años después. Me ‘colgaron’ pocas veces, aunque en muchas ocasiones no se compartían mis ‘ideas’.
Con Lily Urdinola y Beatriz López escribimos reportajes y crónicas divertidas y dolorosas, cárceles, pintores, festivales. Una especie de trío calavera, enamorado de la palabra escrita. Beatriz se radicó en Bogotá, escribiendo en El Tiempo, mano derecha de Hernando y Enrique Santos. Lily nos dejó para radicarse en Chile y culminó su carrera de periodista con honores. Siempre su prosa fluida rasgó y hurgó. Sin ofender, pero sin maquillar los textos.
Luego el trasteo a la nueva sede. Imponente, ascensor, espacios abiertos, llegaron las computadoras. La nueva rotativa, mis hijos chiquitos y sus primos jugando encima de un camión y metiendo las narices en todo. Pasa el tiempo, me alejo del país y de El País. Cuando mi hijo Francisco, ya director, me invita un día, lo recuerdo al mediodía, a volver a escribir. Se me salía el corazón, qué alegría. Gerardo Bedoya, Luis Guillermo Restrepo, Diego Martínez, Guillermo Fernández de Soto, otros rostros, la misma pasión por el periodismo.
Se cumplió la promesa, El País es una misión, seguirá en otras manos vallecaucanas, que dirigirán el nuevo timonel, y seguirá siempre siendo el diario más importante del occidente colombiano.
Quiero, desde esta columna, felicitar a todo el equipo de redacción que se la jugó en los momentos duros e inciertos, a todos los funcionarios que unidos como una piña siguieron en la lucha diaria. Y a María Elvira Domínguez, ese bebé con boca de muñeca que vi nacer y se convirtió en una mujer que tomó las riendas en medio de la tormenta y no dejó naufragar la nave.
Siguen los flashes, son como relámpagos, pero se acaba el espacio.
Estamos con el corazón apachurrado, pero estoy segura de que hicieron lo correcto. Cumplieron su misión. Buen viento, buena mar a los nuevos directivos. Un abrazo amoroso y con lágrimas para esa Gran Familia que conformó la historia e informó a la región por más de 70 años.
Un WhatsApp que disparó cataratas de recuerdos, anécdotas, imágenes, emociones, amor y dolor. Lalo Lloreda, un Quijote que supo lidiar con molinos reales. Y jamás claudicó. Ícono de trabajo, creatividad, motor de su ciudad natal. Gestor controvertido, huella indeleble. Rodrigo su hijo y sus nietos heredaron su pasión. Sigue la vida y El País seguirá amaneciendo como el sol.