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Taxis y Uber

No hay que regular o acabar con Uber y similares. Lo que hay que hacer es desregular a los taxistas, quitándoles todas las cargas. El solo ‘cupo’ les cuesta entre 50 y 80 millones de pesos.

9 de febrero de 2023 Por: Alberto Castro Zawadsky

Los taxis se volvieron parte del paisaje urbano hace mucho. Desde que los primeros cabriolet (de ahí viene ‘cab’, en inglés) comenzaron a ofrecer transporte por un valor, surgió la necesidad de crear un sistema de confianza, con el concepto de taxi, que pretendió mejorar disponibilidad y costo y ha procurado dar seguridad.

Con las progresivas regulaciones del Estado se ha llegado a extremos de abuso. La operación de los taxis está afectada por restricciones, regulaciones y ‘cupos’ que los asfixian. Todos aceptaron la abusiva imposición como si fuese una ley natural. Pero llegó internet, con los GPS y los teléfonos inteligentes a revolucionar el establecimiento.

Los ‘apps’ resuelven el problema de disponibilidad al ubicar con rapidez los más cercanos. La confianza y seguridad mejoran porque son los usuarios quienes van juzgando y calificando la calidad del servicio y todo queda registrado. Las ciudades que han entendido el avance y dan libertad, prestan una amplia gama de servicios de alta calidad y le aseguran a los choferes unos ingresos dignos.

La actual afiliación de los taxistas no solo es inútil, sino que es el medio para explotarlos, restringirlos y agobiarnos con cuotas, cupos e impuestos. Equivocadamente protestan contra un sistema que los liberaría y les mejoraría su calidad de vida. No hay que regular o acabar con Uber y similares. Lo que hay que hacer es desregular a los taxistas, quitándoles todas las cargas. El solo ‘cupo’ les cuesta entre 50 y 80 millones de pesos. Son 30 billones (sí, 13 ceros) que han salido del sudor y trasnocho de medio millón de explotados choferes y es difícil descifrar a dónde va esa plata.

Si el gobierno quiere hacer un cambio real en el transporte urbano lo que se debe hacer es acabar con el abuso y explotación de los taxistas, desarrollar un app que los coordine y compita con Uber, o negociar con esta u otra plataforma unas tarifas menos onerosas para que todos se integren.

Mejoraría el tráfico, la disponibilidad, la rapidez del servicio, la seguridad de usuario y chofer y el nivel de vida de los taxistas. Reintegrar los cupos, quitar restricciones y permitirles prestar su servicio en libertad con las ventajas y controles de un ‘app’, es el camino de la mayoría de las ciudades modernas del mundo, reconociendo que el concepto tradicional de taxi, ya es obsoleto y que el duro trabajo de chofer urbano, merece un mejor trato.

Se argumenta erróneamente que las ciudades se perjudican por el menor ingreso, cuando todos los vehículos pagan impuesto para circular y por gasolina. Y si se valora la tecnología se pueden establecer peajes electrónicos en las zonas de más congestión.

Otro error es asumir que el tráfico empeora. La comunicación en línea hace un fino ajuste con la demanda, y cuando muchos están conectados, se posibilita lo que ya hacen los ‘piratas’: compartir viajes entre usuarios, reduciendo el costo y el número de vehículos en la calle.

Los taxistas, al pelear con la modernidad, defienden una aberración.

Requieren un liderazgo de avanzada que sepa entender lo que aporta la tecnología en términos de coordinación y lo que significa para su futuro competir con servicios de calidad.

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