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Mi verdad - Democracia

Si no ganan, es un inaceptable fraude y hay que incitar la insurrección. Pero si ganan, se las arreglan para entronizarse y acabar con cualquier asomo de transparencia en las elecciones.

16 de diciembre de 2021 Por: Alberto Castro Zawadsky

Es muy conocida la frase de Winston Churchill: “La democracia es el peor sistema de gobierno diseñado por el hombre, con excepción de todos los demás”. No tan conocida es “los fascistas del futuro se llamarán así mismo antifascistas”.

A pesar de esa advertencia, la pandemia antidemocrática está contagiando al mundo con más rapidez que el virus.

La nueva doctrina establece que la democracia es bella y respetable siempre y cuando el que gane sea yo. No se puede decir que la autoría sea de Trump, pero ciertamente ha sido aventajado en su diseminación, y ya son muchos los que han aprendido.

Si no ganan, es un inaceptable fraude y hay que incitar la insurrección. Pero si ganan, se las arreglan para entronizarse y acabar con cualquier asomo de transparencia en las elecciones.

Aquí el virus se ha regado como pólvora navideña prohibida. A punta de verdades a medias, mentiras infladas, distorsiones adornadas, que se diseminan hábilmente por redes y todos los medios, se ha logrado que un buen sector de la sociedad repita sin cesar: no hay libertad de opinión, las elecciones son una farsa, no hay libertad de asociación ni existe la separación de poderes.

Han llegado a acuñar la incoherencia de “dictadura democrática”. Los gestores de tan exitosa estrategia se solazan. La mayoría de las letanías se reducen a repetir cifras y hechos sin confirmación.

Cada dato que llega, sirve para agregarle al gran sancocho de ficciones: que los quince billones de la corrupción, que los seis mil y tantos falsos positivos, que los viáticos de los congresistas. Todo sirve y se agrega al oprobioso inventario.

La procesión mental de desgracias, no deja de circular por la mente de estudiantes que llegan becados a universidades con bellos campus y magníficos programas, de profesionales que llegan en coche todos los días a un trabajo que funciona y progresan con un salario digno, de jubilados que reciben cumplidamente sus gordas y merecidas pensiones.

No logran hacer el simple ejercicio de comparar sus vivencias con ese imaginario de país imposible al que hay que cambiar como sea.

Un muy buen ejemplo de esa disociación se vivió en Cali: mientras en las redes circulaba la evidencia de una policía estaba asesinando jóvenes inocentes, quien salía a la calle podía ver todo lo contrario: una Policía amarrada y pasiva ante la destrucción generalizada.

La farsa se diseminó y se repitió con impudicia y sólo el hambre, humo y quiebras lograron sacudir a los engañados y desconectarlos su ficticia metarealidad.

No se trata de desconocer la infinidad de problemas por resolver que tiene un país en desarrollo y sin equidad como Colombia.

Se trata de construir una verdad basada en lo que cada cual ve y vive, y no tanto en el destilado de las pantallas. De ver los cientos de realizaciones y hechos positivos que nos rodean, y que sólo ocasionalmente, nos hacen sentir orgullosos. El éxito de la tramoya es prueba de libertad.

Si no reaccionamos y seguimos repitiendo la narrativa de una democracia fallida, sí va a resultar probable que vivamos la experiencia del sacudón populista que otros ya están sufriendo, y logremos cambiar este ‘horrible sistema’ que nos tiene agobiados para entrar de lleno al socialismo nacional.

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