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La historia de las mujeres que luchan contra el conflicto armado en Colombia

Más de mil mujeres que han sido víctimas del conflicto armado colombiano conforman la llamada Ruta Pacífica de las Mujeres, una organización que busca defenderlas de la violencia generada por grupos armados.

22 de abril de 2014 Por: Elpais.com.co | Colprensa

Más de mil mujeres que han sido víctimas del conflicto armado colombiano conforman la llamada Ruta Pacífica de las Mujeres, una organización que busca defenderlas de la violencia generada por grupos armados.

El 25 de noviembre de 1996 tras descubrir los horrores que en la zona del Urabá colombiano se cometían contra las mujeres, Teresa Aristizábal, en compañía de más de mil mujeres del país, se movilizaron para sentar una voz de protesta contra la violencia y la injusticia. Fue así como nació la Ruta Pacífica de las Mujeres. Desde entonces han transcurrido 16 años y para sorpresa de aquellas mujeres que iniciaron el movimiento, las situaciones de violencia que tanto escándalo causaron no sucedían solo en territorios marginales y vulnerables como el Urabá o el Pacífico colombiano, sino que las grandes ciudades también fueron escenario de hechos atroces contra las mujeres. “Trabajando con la Ruta es que nos damos cuenta de todo lo que pasa en el país, lo que me impulsó a trabajar por las mujeres fue un caso concreto que conocí en Urabá: los actores armados que estaban presentes en la zona cogieron a una niña de 21 años, la encerraron y la volvieron su esclava sexual”, asegura Teresa Aristizábal, defensora de los derechos sexuales y reproductivos de la mujer y coordinadora de la Ruta en Antioquia. Desde su creación, el movimiento pacifista ha evolucionado considerablemente, comenzó con algunas mujeres preocupadas por la realidad que padecían sus iguales y con el tiempo se ha consolidado como uno de los movimiento feminista más grandes del mundo, contando con más de 300 entidades aliadas y el trabajo individual de miles de mujeres más. Durante estos 16 años de existencia, la Ruta Pacífica de las Mujeres se ha encontrado con grandes casos de femicidios e injusticias, por lo que han decidido trabajar constantemente por la visibilización de las secuelas que la guerra y el conflicto dejan en las mujeres del país. Es por esto que su finalidad es, sobre todo, hacer presión, lograr incidencia política, obligar a los organismos competentes a hacer justicia a través de movilizaciones, además de trabajar directamente con las víctimas ofreciéndoles acompañamiento jurídico y psicológico durante sus procesos. “Todos los casos que llegan acá son muy duros, es muy difícil ver sufrir a tantas mujeres sin justificación. Sin embargo, hay dos casos concretamente que han marcado nuestro movimiento, el de Ana Fabricia Córdoba y el de las niñas de Bostón acá en Medellín” cuenta Clara Masso, integrante del movimiento. Ana Fabricia Córdoba fue una mujer desplazada en la década de los 90 por grupos paramilitares. Su lucha comenzó en Urabá. Ana, influenciada un poco por las ideologías políticas de su familia, se convirtió en líder comunitaria, lo que de inmediato la transformó en blanco de los paramilitares presentes en la zona, quienes en busca de que pusiera fin a su labor asesinaron a su esposo y a uno de sus hijos. Córdoba se negaba a abandonar Urabá, pese a que el peligro y las amenazas se acrecentaron tanto que tuvo que marcharse a Medellín, donde la persecución no paró. Ya en Medellín intentaron acabar con su vida en varias ocasiones, en busca de terminar con el trabajo de líder que emprendía con las comunidades más vulnerables. Luego de años de persecución, finalmente terminaron con su vida el 7 de junio de 2011, pocos años después de haber encontrado en la Ruta Pacífica de las Mujeres un apoyo a su causa. “El asesinato de Ana Fabricia es una muestra de que no hay límites para violentar, la torturaron matando a su familia de a pocos y, finalmente, la silenciaron con la muerte”, cuenta Teresa Aristizábal que trabajó y apoyó las luchas que emprendía esta mujer. Más horror Por otro lado, el caso de Lorena y Katherine, las menores encontradas descuartizadas dentro de unas canecas en un apartamento en el barrio Bostón de Medellín, ha sido para la Ruta Pacífica una gran misión. Elsy Correa, la madre de Lorena Giraldo una de las víctimas, asegura que acudió al movimiento después de conocer lo ocurrido porque era consiente de que sola era imposible hacer justicia. “Cuando pasó lo que pasó, yo corrí a buscar ayuda, me encontré con Clara Masso, una gran mujer que sé que aunque ha sido difícil ha hecho lo mejor”, dice Elsy. Lorena y Katherine residían hace cinco años en el barrio Caicedo en Medellín, dos años antes de lo sucedido, según cuenta la madre de Lorena, su hija había entablado una amistad con Sergio Hurtado, el presunto asesino. “A ella se la presentó una compañera del colegio y se iban a la casa de él a hacer tareas aunque él era mucho mayor, ella tenía 15 y él 31, una noche ella fue a una fiesta al apartamento de él y no volvió”, asegura Elsy Correa. Cuatro días después de encontrar a las menores, se inició un proceso en contra del sospechoso para declararlo culpable de homicidio. Sin embargo, según afirmó Clara Masso presente en el caso, pese a las declaraciones de éste asegurando que las menores habían muerto de una sobredosis en su casa y que por miedo había preferido esconder los cuerpos, quedó en libertad. Para la Ruta Pacífica de las Mujeres un suceso de tal magnitud no podía quedar impune y acudiendo a sus recursos emprendieron una lucha para que este caso no siguiera en la penumbra. Pero, como asegura Masso, “solo cinco años después de lo ocurrido el sospechoso fue capturado, acusado de manipulación de evidencia y después de pagar una fianza quedó en libertad”. Lo que para ellas es una gran injusticia representa también un gran impulso por continuar con su labor, defender y proteger a las mujeres y continuar cosechando logros como los conseguidos durante estos 16 años en los que lograron publicar 'La Comisión de la Verdad de las Mujeres', un libro que recopila más de mil testimonios de mujeres y de propuestas suyas para materializar el trabajo por la paz. Además, apoyan el proceso de paz en curso, atendiendo el proceso y las secuelas del postconflicto. Al mismo tiempo, esperan que el logró conseguido al posicionar la conciencia de aceptación de que el conflicto armado y la guerra están impregnados en el cuerpo y la vida de las mujeres colombianas, trascienda a todas las regiones de Colombia y el mundo entero, donde la situación no es kuy distinta. “Queremos continuar y vamos a continuar, hay muchas cosas que no se han dicho, vivimos con el trauma de los femicidios que se incrementaron desde 2066 por esto no paramos de luchar, no podemos permitir que el cuerpo y la vida de las mujeres sigan siendo el botín de esta guerra tan absurda”, concluye Teresa Aristizábal.

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