Cultura

La música del Pacífico es protagonista en el Concurso Internacional de Violín de Bogotá

La compositora caleña Carolina Noguera se inspiró en los arrullos del Litoral y en el sonido de los violines caucanos para crear la obra que deben interpretar los 20 competidores de 10 países que llegan al Concurso de Violín.

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Desde su experiencia internacional, Carolina Noguera reivindica el papel de la creación colombiana en escenarios de excelencia y proyección global.
“La música necesita ayudar a sanar”, afirma Noguera, quien busca reconciliarse con el violín a través de los sonidos mestizos del suroccidente colombiano. | Foto: Especial para El País

23 de oct de 2025, 08:05 p. m.

Actualizado el 23 de oct de 2025, 08:06 p. m.

Por Diego León Giraldo / Especial para El País

Hugo Candelario González, director del Grupo Bahía, y la compositora caleña Carolina Noguera contagiarán con el contoneo acuoso de la música del Pacífico a los 20 competidores de 10 países que participarán en el Concurso Internacional de Violín Ciudad de Bogotá, que se realizará del 30 de octubre al 7 de noviembre, en el Auditorio Fabio Lozano, de la Universidad Jorge Tadeo Lozano, y el Teatro Mayor Julio Mario Santo Domingo y que entregará tres premios que suman 70.000 dólares.

Él, con su marimba y junto al violinista Juan Carlos Higuita, será uno de los estelares del concierto inaugural Una travesía del violín por América Latina, que como abrebocas llevará a la audiencia de paseo por el continente por medio de temas del cancionero popular donde el instrumento es protagonista.

Ella buscará extasiarse cuando los rusos, gringos, chinos, austriacos, italianos y demás competidores interpreten Serenata pagana, la partitura en dos movimientos que compuso inspirada en los arrullos que entonan las cantadoras del litoral y en el sonido de los violines caucanos.

Con 20.000 dólares se premiará al que mejor se apropie de esa pieza en la obligatoria audición frente al jurado, en el certamen organizado por la Alcaldía de Bogotá, a través de la Secretaría de Cultura, Recreación y Deporte, la Orquesta Filarmónica de Bogotá, el Teatro Mayor Julio Mario Santo Domingo y con el apoyo de la Universidad Jorge Tadeo Lozano y la Asociación Nacional de las Artes.

Carolina Noguera, coordinadora del énfasis en composición de la Universidad Javeriana, compuso la obra obligatoria que interpretarán los 20 violinistas del certamen internacional.
La compositora caleña Carolina Noguera participará en el Concurso Internacional de Violín Ciudad de Bogotá con su obra ‘Serenata pagana’, inspirada en los arrullos del Pacífico. | Foto: Especial para El País

Cuando Carolina habla de la música negra del suroccidente colombiano abre los ojos y aletea con las manos, se expresa con todo el cuerpo. Entonces evoca los primeros chapuzones que disfrutó de niña en Juanchaco, durante las tantas veces que su papá la llevó de paseo.

Viendo un documental de la musicóloga Paloma Muñoz, hace 20 años, quedó hipnotizada por ese sonido desgarrado que como lamento sale de las cuerdas de los violines que las comunidades afro de la región adaptaron desde los tiempos coloniales, cuando vieron los traídos por los evangelizadores de Europa y que les estaban prohibidos.

Entonces, para honrar a sus dioses, a los espíritus de la naturaleza y celebrar con esos ritmos mestizos heredados de sus antepasados africanos, produjeron clandestinamente sus versiones del refinado instrumento. Hoy, los violines caucanos son tan importantes en la tradición y la cultura de la región que incluso en el Festival Petronio Álvarez hay una categoría específica que los premia.

“Cuando los escuché, el sonido me fascinó. Hice algunos viajes al Patía, Buenos Aires y Santander de Quilichao, entrevisté a varios violinistas y me quedó de ellos la historia de que venían de una tradición de esclavos, que querían aprender a tocar como los europeos, pero no los dejaban, no les prestaban los instrumentos, entonces lo hacían a escondidas. No querían sonar distinto sino como el violín europeo y eso era un poco la solución que habían encontrado. Sentí que esa forma era incluso mejor que la occidental”.

Los primeros violines

La historia cuenta que a Colombia los primeros violines llegaron en el siglo XVII, unos años después del primer registro europeo que hay de un instrumento, en la pintura La virgen de los naranjos (1530), obra del milanés Gaudenzio Ferrari que se exhibe en la iglesia de San Bartolomeo de Bressanello, en la población norteitaliana de Bérgamo.

La creadora caleña combina tradición y contemporaneidad en sus composiciones, explorando las raíces del Pacífico desde un lenguaje musical universal.
En ‘Serenata pagana’, Noguera rinde homenaje a los violines caucanos y a las cantadoras del litoral, símbolos de resistencia y espiritualidad afrocolombiana. | Foto: Especial para El País

El sonido característico de los violines caucanos nació como una adaptación imperfecta pues la guadua con que los construían no tenía el mismo sonido de los italianos que tocaban sus patrones, fabricados con arces balcánicos y pino abeto.

Para los días que descubrió los caucanos, Carolina tenía una relación tirante con el violín tradicional: “Me parecía demasiado europeo en un sentido un poco frío. En 2005 estuve en Austria y me dio un cierto ataque de depresión cuando fui al palacio de Schönbrunn, porque se veía demasiado lujoso, grande y siempre he sabido que detrás del lujo hay sangre. Los grandes imperios no se logran solo por buena suerte o trabajó duro. Además, el sonido refinado del violín me producía cierto malestar, lo asociaba con una perfección, limpieza y pureza relacionada con el imperio astrohúngaro”.

Viendo el documental pensó que ese sonido refinado, delicado, no tenía que ser malo, pues incluso había atraído a los esclavos. “Eso fue importante para reconciliarme con el violín, también cuando escribí en Inglaterra -durante su posgrado- una pieza para cuarteto y piano, que se llamaba Furias, con muchos sonidos percutivos”, cuenta la coordinadora del énfasis de composición en el Departamento de Música de la Javeriana.

En su familia no había arraigo artístico y mucho menos musical. Tenía un año cuando sus papás se separaron y fue creciendo encerrada en un mundo de timidez. Para ver cómo la hacían exteriorizar, la llevaron a cursos teatrales en Bellas Artes, donde se le salía una versión gritona que con furia se movía en escena y le fue gustando a sí misma. Tenía nueve años cuando la pianista Alba Estrada, que era novia de su papá, la comenzó a llevar a sus primeras clases y la encarretó: “En el piano encontré algo similar a lo que sentía en el teatro. Me emocionaba porque podía expresarme sin hablar y solo tocando”.

Alba la impulsó para que se matriculara en el Conservatorio, donde recibiría una formación más completa, que fue alternando con la secundaria que cursaba en la Sagrada Familia. A los quince tocó con la Filarmónica un concierto de Mozart, en la Sala Beethoven y en el teatro Jorge Isaacs. Para los tiempos universitarios se mudó a Bogotá para hacer el pregrado en música en la Javeriana. Tomó piano con Svetlana Korjenko y violonchelo con el esposo de esta, Alexandre Korjenko.

En 2006 viajó a Birminghan, Inglaterra, para especializarse: “Descubrí la composición y tuve esa misma sensación de libertad. Me gustó componer danzas, al comienzo en tono muy autobiográfico, recorriendo lo que extrañaba, lo que se había ido sin haberlo entendido del todo, evocar un pasado que necesitaba seguir viviendo”.

Desde su experiencia internacional, Carolina Noguera reivindica el papel de la creación colombiana en escenarios de excelencia y proyección global.
“La música necesita ayudar a sanar”, afirma Noguera, quien busca reconciliarse con el violín a través de los sonidos mestizos del suroccidente colombiano. | Foto: Especial para El País

Acostumbrada al calor tropical de su país, los primeros tiempos ingleses fueron una tortura. Aunque sabía inglés, le costaba entender el acento británico de esa zona, la oscuridad la deprimió y las gripas se encadenaban una con otra. Rezaba y no se mejoraba. “Comencé a hacer música de eso, de la soledad, del frío y la penumbra. Escribí un cuarteto de cuerdas que narraba esa experiencia y de no encontrar ayuda. Entendí que extrañaba Colombia, el sur del país, el carnaval”.

Compuso Quattuor Verbum (cuatro palabras, en latín), rememorando la danza de carnaval, macabra, y se metió de lleno en el estudio de todos los sincretismos, mixturas, imposiciones religiosas, las danzas que tratan de hacer que el cuerpo se moviera para sentirse real, vivo. Luego obtuvo una beca para el doctorado, siguiendo esa ruta que ya la tenía capturada.

Para componer observa, se sumerge en los pequeños detalles que la inspiran, como hace poco que creó Entre las grietas, obra que estrenó hace un mes la Filarmónica Juvenil de Cámara de Bogotá en el marco de la Bienal de Arte que está en curso: “Como soy de Cali, en Bogotá me hace mucha falta el contacto más cercano con la naturaleza, con los jardines. Siempre, la idea de florecer me llena de dicha”. Esa composición llama la atención sobre esos bosques diminutos que crecen en las juntas del pavimento, que mirados en detalle representan bosques completos, un ecosistema complejo.

No necesita estar en el piano o con otro instrumento para crear, pues de sus maestros aprendió que en la mente, con los dedos sobre las piernas, tecleando sobre alguna superficie va armando las partituras, como la Serenata pagana que ya tienen en su poder los competidores internacionales del concurso de violín: “Sin estar tocando, siempre estoy tocando”.

¿Cómo fue el proceso para escribir ‘Serenata pagana’?

Con Juan Carlos Higuita -violinista y coordinador académico del concurso- estuve trabajando todos los martes durante varias semanas. Él siempre ha entendido lo que quiero hacer y ha sido abierto y receptivo. Me ayudó muchísimo. Decidí dedicarle esta obra porque me encantó cómo me ayudó a encontrar los sonidos que necesitaba para la obra.

¿Cuál fue la inspiración?

Estudié mucho repertorio. Admiro a Béla Bartók y los sonidos de la música campesina de los Balcanes que lo influenció; pero en realidad creo que en la obra hay más influencia de los violines caucanos. Hay una juga que aparece ahí, Linda señora, que tocan varias agrupaciones en Santander de Quilichao. La he variado, desconfigurado, he jugado con las partes por separado y las he juntado en otro orden, en un lenguaje violinístico más frenético. En los violines caucanos, el sonido está en articulación con otros instrumentos, con las cantadoras, las tamboras. En mi obra, al tratarse de un instrumento solista, no se exige una coordinación con otras personas, entonces hay ráfagas de velocidad.

¿Qué movimientos la componen?

El primero, Máscara del infinito, tiene una melodía que a veces está en Sol Menor, otras un poco más sombrío y juega a estar triste tratando de alegrarse. Tiene sonidos flotantes, con poco cuerpo, que pueden revolotear más fácilmente en el espacio. Siempre he creído que la música necesita ayudar a sanar y he aprendido a no tenerle miedo a la tristeza. Es lo que hacen los arrullos, que son música que ofrece consuelo. El segundo movimiento es Llamas del silencio. Era la oportunidad que soñaba hace más de 20 años para tratar de entender esa manera de tocar los violines caucanos. Juan Carlos me ayudó a entender cómo rendir homenaje a esa tradición.

¿Qué significa que el concurso tenga una composición colombiana?

Que podamos hacer parte de esos sonidos desde Colombia nos da un lugar en el mundo que cuenta nuestra historia, quiénes somos, cuál es nuestro mestizaje, con qué hemos tenido que reconciliarnos, qué nos cuesta, con qué a veces sufrimos, cuándo nos sentimos melancólicos, pero cuándo también encontramos fuerzas para salir adelante.

¿Qué representa este concurso de violín para el país?

Es un espacio que nos muestra al mundo y nos recuerda a nosotros mismos que aunque tenemos problemas que solucionar, que nos generan mucho dolor, estamos tratando de encontrar la excelencia a través del compromiso, de la devoción, buscamos la belleza y los puntos de conexión para estar juntos.

Clases magistrales y violines gratis para colombianos

A diferencia de otros concursos del mundo, el de Bogotá ofrece clases magistrales gratuitas, que serán dictadas por los 20 competidores internacionales.

Se inscribieron 181 aspirantes de 8 a 26 años, de 27 ciudades y poblaciones del país. De allí se escogió a los 51 que presentaron una mejor video-audición y, durante la final del 7 de noviembre, a los 22 más talentosos se les entregarán violines de alta calidad que están siendo fabricados por cinco lutieres formados en escuelas italianas.

Estos violines, resultado de la donación de una fundación, tienen un costo total de $560 millones de pesos.

De Cali fueron escogidos Amy Geraldine Dávila (21 años), Dylan Steve Gómez (18), Pedro Pablo Amaya (24), Sebastián Chacón Aponte (25) y Sebastián Felipe Trujillo (18). Los demás violinistas que recibirán estas clases y podrán aspirar a los violines donados provienen de Barrancabermeja, Barranquilla, Bogotá, Bucaramanga, Medellín y Pasto.

La cuota colombiana

El violinista Iván Orlín Ariza, de 29 años, es el único colombiano que ganó su cupo para participar en el concurso. Bogotano, actualmente vive en Suiza.

Estudió en el Conservatorio de la Universidad Nacional desde muy niño, a los 12 se convirtió en el estudiante más joven de la Universidad Central, cuando cursó música gracias a una beca de ‘Estudiante Excepcional’, también tomó cursos en la Jacob School of Music de Indiana, EE.UU. A los 15 fue becado en la Escuela Reina Sofía, de Madrid, siendo el primer violinista colombiano estudiando en esa academia. Luego se especializó en la Escuela Superior de las Artes de Zúrich y la Universidad de las Artes de Berlín.

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