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'Gabo', el más grande de los reporteros

Además de su legado literario, Gabriel García Márquez dejó una vasta obra periodística, cuya primera línea se escribió en sus tiempos de reportero pobre y feliz en El Universal de Cartagena. Un viaje, de la mano de Gabo, por el “oficio más bello de este mundo”.

27 de abril de 2014 Por: Lucy Lorena Libreros | Periodista de GACETA

Además de su legado literario, Gabriel García Márquez dejó una vasta obra periodística, cuya primera línea se escribió en sus tiempos de reportero pobre y feliz en El Universal de Cartagena. Un viaje, de la mano de Gabo, por el “oficio más bello de este mundo”.

Un mes antes de que apareciera publicado el primer texto periodístico de Gabriel García Márquez, las llamas caóticas de El Bogotazo habían quebrado en dos la historia reciente de este país. Por ese entonces, un 9 de abril de 1948, el joven cataquero llevaba la vida normal de un estudiante de provincia que asistía —obligado por el sueño de los suyos de tener un abogado en la familia— a sus clases de segundo año de derecho en la Universidad Nacional, en la triste y plomiza Bogotá.Hacía muy poco, el 6 de marzo, el muchacho que siempre lucía flaco y mal vestido, había completado su mayoría de edad: 21 años para la época. La muerte de Gaitán obligó al cese de las clases y aquello se convirtió en una paradójica liberación: once días más tarde, el muchacho que no quería convertirse en abogado volaba en un DC-3 rumbo a su Caribe natal.Juan Roa Sierra, el asesino de Gaitán, murió sin saberlo: el magnicidio que cometió aquél viernes a la una de la tarde, nos salvó de un mal hombre de leyes y a cambio nos regaló al escritor colombiano más genial de todos los tiempos.García Márquez, otra vez presionado por su padre, intentó de nuevo con el derecho en la Universidad de Cartagena, pero no pasó mucho tiempo antes de que perdiera todas las materias por inasistencia. Fue entonces cuando en su camino se atravesó el escritor Manuel Zapata Olivella, “quien lo presentó ante Clemente Manuel Zabala, redactor de un nuevo periódico liberal. De esta manera García Márquez conseguiría su primer empleo como periodista de El Universal, fundado hacía pocas semanas por Domingo López”, como lo recuerda el escritor Héctor Abad Faciolince.Muchísimo antes de que fundara Macondo, Gabo se ganaba la vida escribiendo columnas de opinión. La primera —entiéndase su primer texto periodístico— se publicó el 21 de mayo de 1948. Era su mirada sobre la Cartagena abofeteada, como el resto del país, por la ausencia de Gaitán.Desde entonces, hasta 1963, Gabriel García Márquez comenzó a construir la primera etapa de su obra periodística, que contempló el paso también por las salas de redacción de El Heraldo y El Nacional de Barranquilla, el diario El Espectador, la agencia de noticias Prensa Latina, Cromos y revistas caraqueñas como Venezuela Gráfica y Momento. Es la etapa que más disfruta Juan Gossaín, también periodista. Otro de los grandes. “Me gusta el Gabo joven que escribía lo que quisiera y como quisiera, el de Séptimus, la columna de El Heraldo cuyo nombre tomó prestado de un personaje de Virginia Wolff. Me gusta más porque escribía con ambición, sí, pero sin necesidad de pesar cada palabra en una balanza de joyero, obligado a llevar a cuestas la pesada cruz de su reputación”.Fue el mismo García Márquez que escribió uno de los más exquisitos reportajes de la prensa colombiana, ‘Relato de un náufrago’, que apareció por entregas en El Espectador y acabó convertido en libro en 1970. Es el testimonio en primera persona de Luis Alejandro Velasco, marinero de 20 años de la Armada Colombiana, que ya había dejado de ser noticia tras convertirse en el único sobreviviente de los ocho tripulantes que cayeron por la borda del destructor Caldas, después de un accidente. Gabo entrevistó al hombre que había permanecido diez días a la deriva en el mar, durante catorce sesiones de cuatro horas cada una. Lo que logró en esta pieza mostró lo que sería en adelante su carácter como reportero: un relato cargado de detalles reveladores —pese a que el marinero había fatigado la prensa con su historia decenas de veces— puesto sobre el papel con técnicas narrativas que despertaba al periodismo escrito de un largo bostezo y le entregaba recursos propios de la literatura.Gracias a ese reportaje y a otros que había publicado ya sobre el Chocó desconocido o el drama de los colombianos que participaron en la guerra de Corea, hacia 1955 García Márquez era el reportero más atildado de la prensa nacional. Tal vez porque, como lo dice la periodista argentina Leila Guerriero, “Gabo supo, desde el principio, que el lugar de un reportero no era la calma burocrática de un escritorio sino la calle”. Así lo reconoció, un par de años antes de morir, José Salgar, quien fuera jefe de redacción de El Espectador y el más entrañable maestro de periodismo del futuro Nobel. Lo hizo para ‘Gabo periodista’, libro editado por la Fundación para el Nuevo Periodismo Iberoamericano, Fnpi, precisamente fundada por su discípulo en 1995. La historia del náufrago “fue rescatada por Gabo, con recursos literarios y emoción Caribe, con tres resultados sorprendentes. El primero, elevar la circulación del periódico. El segundo, revelar secretos sobre el contrabando en el barco en que viajaba el náufrago, lo que contribuyó al derribamiento de la dictadura de Rojas Pinilla. El tercero, y más importante, dejar un documento ejemplar de la elevación del periodismo a la categoría de nuevo género literario”.Tras ese paso de año y medio por el periódico de los Cano, Gabo cruzó el Atlántico con sus botas de reportero. De 1955 al 57 recorrió la Europa Oriental, Londres, Roma y París. Un día escribía sobre las negociaciones en Ginebra de los países de la Guerra Fría y semanas más tarde entregaba una serie de artículos a los que llamó ‘90 días en la Cortina de Hierro’.Con su mochila de trotamundos emprendió el regreso a América. De 1968 a 1961 escribió para medios de Nueva York, La Habana y Caracas. En esta última ciudad aguardaba por él su amigo Plinio Apuleyo Mendoza, quien se lo llevó a trabajar a la revista Momento. El dictador Pérez Jiménez caería solo días después de su llegada, suceso del que escribiría otra gran pieza: ‘El pueblo a la calle’.Fue también en la capital venezolana donde Gabo publicó un relato que por años se consideró ejemplo magistral de la crónica: ‘Caracas sin agua’. El veterano periodista Daniel Samper Pizano la recuerda bien. De hecho, la incluyó en una de las antologías periodísticas que ha editado en los últimos 20 años. “Sin embargo, de labios del propio Gabo supe que tiene un detalle irreal: el momento en el que uno de los personajes decide afeitarse con jugo de durazno ante la falta de agua. Ya no lo considero una crónica, por supuesto, pero sí un cuento magistral y extraordinario”.Alberto Salcedo Ramos ve el asunto con ojos benévolos: “El Gabo novelista parece reportero porque es verosímil y el Gabo periodista parece fabulador porque es imaginativo en sus enfoques y tiene el olfato adiestrado para encontrar ángulos sorprendentes de la realidad”. Lo que sucede, agrega Samper, es que García Márquez “le prestó el periodista a su trabajo como escritor de ficción. Lo ves todo el tiempo en su obra. En ‘Cien años de soledad’, por ejemplo, nos precisa cuántas guerras perdió Aureliano Buendía, 32. Y a cuántos centímetros se elevó del suelo el padre Nicanor luego de tomar chocolate, 12. Eso es pura precisión de reportero”. Fue la misma lección que le quedó a Nelson Fredy Padilla, editor de El Espectador, quien trabajó junto a Gabo cuando este compró la revista Cambio. “Era obsesivo con la verificación de los datos. No concebía una buena historia que no estuviera apoyada sobre una reportería rigurosa. Insistía en que el estilo propio solo se logra leyendo literatura de la buena, Faulkner, Wolfe, Capote, pero nada de eso servía —solía decir—, si el reportero no cumplía su deber de ser fiel a la verdad”. Solo la aparición de un cáncer linfático pudo doblegar al Gabo periodista en los 90, después de haberse aventurado con empresas periodísticas como la revista Alternativa (que nos mostró al Gabo más político) y la compra de la revista Cambio. Antes de eso, varios tuvieron el privilegio de tenerlo como maestro. Uno de ellos fue Andrés Grillo, hoy editor de la edición internacional de Revista SoHo, que en 1995 fue alumno de Gabo en dos talleres que dictó para su Fundación en Barranquilla y Madrid.Grillo destaca que para esa época García Márquez seguía siendo un gran defensor del poder de las historias. “La gente quiere noticias”, decía, “pero no puede vivir sin historias. Hacer reportajes grandes de la noticia de la semana —repetía— es la única manera de competir limpiamente con la radio y la televisión. Para él, el reportaje era una noticia completa contada de tal manera que el lector conociera el hecho como si hubiera estado ahí”.De cómo narrar la cotidianidad a la manera Gabo también fue testigo de excepción Juan Mascardi, periodista La Nación de Argentina. Mascardi conoció al Nobel en una conferencia que ofreció en el marco de la entrega de los Premios Cemex-Fnpi de 2007. Durante la conferencia Gabo nos ayudó a construir una historia; hacía preguntas sobre características de los personajes, sugería matices y acciones. Y nos decía que para contar una buena historia era esencial recrear escenas, auscultar atmósferas y delinear perfiles de personajes”.En eso piensa Jon Lee Anderson, cronista de New Yorker y maestro permanente de ese sueño que Gabo llamó Fundación para el Nuevo Periodismo Iberoamericano. “Su gran legado para el periodismo es su adoración por el oficio, su esfuerzo para crear la Fundación que no es otra cosa que una escuela que no existía, que nadie más concibió”.No podía ser de otra manera. Por algo, durante la Asamblea General de la Sociedad Interamericana de Prensa de 1996, a Gabriel García Márquez no le tembló la voz para contarle a quienes aún no lo sabían que el periodismo, sí señor, es el mejor oficio de este mundo.

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