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Doce horas en busca de 'Gabo'

¿Sí ocurre, como algunos temen, que nuestro Nobel de Literatura es más citado que leído? Tras un recorrido en el que tropezamos con libreros, maestros y escritores de Cali nos quedaron más dudas que grandes lectores.

27 de abril de 2014 Por: Lucy Lorena Libreros | Periodista de GACETA

¿Sí ocurre, como algunos temen, que nuestro Nobel de Literatura es más citado que leído? Tras un recorrido en el que tropezamos con libreros, maestros y escritores de Cali nos quedaron más dudas que grandes lectores.

Luis Fernando Romero se agacha con dificultad frente al último peldaño del estante para buscar el libro, un ejemplar casi otoñal, menudo y de hojas empolvadas. Es un resumen de ‘El coronel no tiene quien le escriba’, tal como se lee en la carátula con título en letras rojas y agrietadas. El hombre lo pone frente a sí, lo limpia apresuradamente con ambas manos y enseguida se asoma a él con mirada desdeñosa. “Es una versión para flojos”, le escucho lamentarse. La edición es del año 93, es usado y se vende bien. Y bien, en un lugar como este, el parque Santa Rosa, en pleno centro caleño, quiere decir que el veterano librero podrá llevarse al bolsillo entre ocho mil y nueve mil pesos.Quienes terminan comprándolo son, casi siempre, mamás en apuros. Esas que no pueden regresar a casa sin el libro en la cartera pues solo así aliviarán la pereza del hijo adolescente que se espantó ante la sola idea de enfrentarse, por petición de algún maestro, a doscientas y algo más de páginas, alineadas en perfecto ‘Times New Roman’. El resumen, pues, le contará al chico, a medias, lo que se sabe desde 1961, cuando esa novela vio la luz: la historia de un coronel septuagenario que sobrevivió a la Guerra de los Mil Días y que cada viernes, durante 15 años, caminó hasta la oficina de correos para preguntar si, al fin, había llegado a nombre suyo la esperanza de una pensión.El episodio del libro resumido suele repetirse diez o doce veces por semana. Así está en las cuentas de don Luis, que lleva cuatro décadas en el oficio de vender libros en un país que no lee ni dos por año. 1,9. La cifra es del Dane.Apenas si cambia el título, advierte de pronto: “algunos vienen por ‘El coronel’, otros por ‘Crónica’, ‘El otoño’ o ‘El general’. La novela que más se vende es ‘Cien años’. Uno, claro, les ofrece primero el libro completo, usado también, pero de pasta dura, que puede costar quince mil pesos. Pero la gran mayoría prefiere el bendito resumen”.Son poco más de las nueve de la mañana de un jueves de abril. Yo estoy buscando a Gabo, sus letras, sus novelas, sus cuentos, su obra periodística. Sus lectores. ¿Sí será, como muchos temen, que Colombia se asoma poco a las páginas de su escritor más insigne y universal? ¿A su único Nobel de Literatura? ¿Que lo que sucede en realidad es que es más citado que leído? Ya hay algunas pistas. Mientras, los 32 pequeños kioscos de Santa Rosa que a esta hora tienen sus persianas en alto lucen desangelados y vacíos. Los compradores aparecerán, con suerte, después de las diez. Johnny, otro de los libreros de este parque convertido en una pequeña Alejandría desde 1996, aguarda por ellos acomodando los ejemplares usados que compró el día anterior en los escasos resquicios de un estante que amenaza con romper sus costuras.Uno es de Gabo. Está remendado con cinta de enmascarar en el lomo. Se trata de ‘Noticia de un secuestro’. Uno de esos libros de Norma —editorial que tiene los derechos del Nobel colombiano desde 2002— que ha deambulado por la ciudad durante años, con las historias y cicatrices de todos sus dueños en el tiempo, como antorcha que va pasando de mano en mano. El negocio es elemental: Johnny lo compra en un precio y lo vende exactamente por el doble. “Con algunos libros de García Márquez —cuenta— pasa que la persona lo compra, digamos en trece mil pesos, lo usa, y después me entrega ese a cambio de otro. Yo se lo compro de nuevo más barato, obvio, y el comprador pone el excedente”.En su atiborrado anaquel hay verdaderos desafíos para la industria editorial. Le pregunto por una publicación que se destaca en medio de tantas vejeces, ‘Cuando era feliz e indocumentado’, de Oveja Negra, que se publicó en 1973 y que compila crónicas y reportajes escritos en Caracas por el autor de Aracataca, entre 1957 y 1959. “Es de los que menos se vende”, cuenta Johnny. “Suelen averiguarlo, sí, los extranjeros. Por acá vienen a cada rato muchachos de Argentina, de España, de Inglaterra, hasta gringos, preguntando por libros de García Márquez. Con ellos uno aprovecha y los vende más caritos”.El asunto se mueve igual en otras librerías del centro como ‘The Brothers’, ‘Abc’ y ‘Colón’, que agitan el mercado de la compra y venta de títulos usados. El libro más caro del hombre que nos enseñó que hay un señor muy viejo con unas alas enormes, no pasa de los 18 mil pesos. Y se venden (¿se leen?), especialmente, entre adolescentes, universitarios, madres de familia y turistas mochileros.Muchos otros no los compran. Terminan visitando alguna de las 61 bibliotecas públicas de Cali. Te lo explican en el área de préstamos de la Biblioteca Departamental, lugar que atesora, en variadas ediciones, los 21 títulos de la obra de García Márquez y cuanto libro y biografía se ha escrito sobre él en el último medio siglo. Cualquiera de ellos puede prestarse entre 70 y 80 veces en un mismo mes.Todas estas pistas iban revelándose mientras el mundo seguía con ansiedad las noticias que viajaban desde Ciudad de México, con detalles acerca de la salud del escritor, que el pasado 6 de marzo llegó a sus 87 años. A finales de ese mismo mes, el hijo del telegrafista había sido dado de alta del Instituto de Ciencias Médicas y Nutrición Salvador Zubirán tras superar un proceso infeccioso en los pulmones y una deshidratación. Apenas dos semanas después murió.De esos padecimientos no se había enterado, sin embargo, Lina Marcela, estudiante de la Institución Educativa Gabriel García Márquez, del barrio Comuneros I, en el distrito de Aguablanca. Minutos antes de partir hacia su casa, después de la jornada escolar, rayando el mediodía, confiesa que solo ha leído ‘El amor en los tiempos del cólera’, que la verdad lo entendió muy poco y que no recuerda a uno solo de sus personajes. El ejemplo ocurre aquí, en un colegio de Cali bautizado en honor al Nobel, pero fue lo mismo que encontré, un par de años atrás, durante una visita a Aracataca, la punta del ovillo del universo Macondo. Lo supe en la voz de Simón Javier Bolívar, profesor de un colegio que lleva también el nombre de García Márquez tejido en el escudo de los uniformes que visten sus alumnos. “Aquí no solo no leen a Gabito sino que los alumnos del plantel obtuvieron las más bajas calificaciones en las pruebas de Estado”. Ocurre incluso en ciudades como Barranquilla —en la que el escritor vivió mientras fue reportero de El Heraldo e integró ese grupo inolvidable de La Cueva—, y donde un profesor de español como Carlos de la Hoz hace lo que puede para que sus estudiantes terminen deslumbrados, como él, ante mujeres que se elevan por los cielos envueltas en sábanas o ante aprendices de mecánica perseguidos por mariposas amarillas. La culpa, está seguro, es de los promotores de las editoriales “que no conocen la obra de Gabo. Uno les recibe la visita con sus catálogos llenos de autores que ellos llaman modernos para elaborar el Plan Lector, es decir, cuatro o cinco libros para leer durante el año escolar”.En esos catálogos, se queja el docente de la Institución Educativa Distrital Cotediba, “casi nunca está presente la obra de García Márquez. Pero algunos maestros hacemos resistencia e invitamos a los muchachos a leer ‘Los doce cuentos peregrinos’, ‘Los funerales de la mamá grande’ o ‘El Coronel no tiene quien le escriba’. Si el Plan Lector lo hiciera un maestro con buenos hábitos de lectura, sin intervención de editoriales, los muchachos hasta lo recitarían de memoria”.Lo cree también, de algún modo, Alberto Rodríguez, director en Cali de la Fundación Casa de la Lectura. Son cerca de las tres de la tarde y el sol calienta a su antojo en Cali mientras él, con una experiencia de tres décadas a cuestas en la docencia, va dibujando el panorama al que se enfrentan quienes se dedican con terquedad a cultivar el amor por los libros: “Colombia no solo tiene un modelo pedagógico que no se ha renovado en los últimos 50 años, sino que ese modelo le facilita demasiado la tarea al profesor. Entonces resulta que no es necesario que él se lea los libros que después pretende enseñar a sus alumnos. Basta con que repase una guía donde está todo explicado. Y eso, por supuesto, afecta la manera como se difunde la obra de García Márquez”.El escritor bogotano Juan Gabriel Vásquez cree que la cuestión va más allá de que se enseñe bien o no a Gabo en los colegios. Es más frustrante aún: en Colombia no es fácil conseguir una “edición decorosa de cualquier obra de Gabo” ya que solo una editorial puede imprimirla. Es Norma, ya lo sabemos. Tras una negociación con la agente literaria Carmen Balcels, la editorial — propiedad de Carvajal— se encarga desde 2002 de imprimir y distribuir los títulos célebres de Gabo en los países de la Comunidad Andina, Centroamérica y el Caribe. Derechos renovados en 2012, con motivo de la conmemoración de los 30 años del premio Nobel de Literatura.Lo que lamenta el autor de ‘El ruido de las cosas al caer’ es que esa editorial, movida por “la rentabilidad como religión”, logró que en Colombia solo se consiga “una colección de libros feos, descuidados y baratos, cuyo objetivo primordial son los estudiantes”.En Colombia, dice, “es imposible encontrar una edición cuidada —con tapa dura y papel agradable, por no hablar de una edición crítica— del escritor colombiano más importante de todos los tiempos”.Lo confirma David Roa, joven librero, responsable de La Madriguera del Conejo, una de las librerías independientes más conocidas de Bogotá. No solo se enfrenta a la imposibilidad de ofrecer ediciones esmeradas de la obra garciamarquiana, sino a las condiciones económicas impuestas por el distribuidor, que aniquilan cualquier intento por ofrecer aunque sea esos libros de bolsillo.Sucede que Norma no deja los libros de García Márquez en depósito —práctica corriente en el negocio— sino que exige la compra de su totalidad al contado a las librerías independientes. Tampoco hace el descuento del 40 %, lo habitual, sino solo del 25 %. En pocas palabras: las condiciones a este tipo de libreros, creadores de espacios tan atractivos para turistas extranjeros en Bogotá, como Prólogo, Alejandría, Casa Tomada o ArteLetra, hacen que para ellos sea imposible, por no decir suicida, tener libros de Gabriel García Márquez en sus estantes. Parece sacado de una prodigiosa imaginación, pero es verdad. Es como si entraras a la librería Gandhi de México y no hallaras libros de Octavio Paz. O si hicieras lo propio en El Ateneo de Buenos Aires y no tuvieras rastro de las páginas de Cortázar o de Borges.Camilo de Mendoza, de la librería Tornamesa, de la capital del país, se defiende con los pocos títulos de ediciones inglesas de Penguin Books para no lidiar con las reglas de Norma. Otras veces cae en el insólito de pedir ejemplares por Amazon.com. En ArtBooks no se consigue ni un solo título clásico de Gabo desde hace por lo menos tres años. La excepción es ‘Yo no vine a dar un discurso’, porque fue editado por Mondadori. En Casa Tomada, por encargo especial de algún cliente, se mandan a traer desde España o se resignan a pasar la vergüenza de no poder ofrecer a un extranjero (y les pasa a menudo) un libro de Gabo de lujo, que sirva como regalo. ¿No se supone que García Márquez es el Nobel colombiano?, escucha decir con decepción Sergio Bravo, de Luvina Libros, a decenas de turistas. “Sí, se supone”, es lo único que puede acotar. La respuesta cambia, claro, cuando uno busca a Gabo en las grandes librerías. Ahora mismo estoy La Nacional de la Plaza de Cayzedo, valga decir la más grande de la ciudad.Hace apenas unos días, Felipe Ossa, librero vinculado a esta empresa desde hace 50 años, hizo a Norma un pedido de 100 ejemplares por cada uno de los 21 títulos que componen la obra total de García Márquez, para nutrir los estantes de las 32 sedes que la Nacional tiene en el país.Ossa tercia en el malestar de los pequeños libreros. No hay mala intención por parte de editorial Norma, se le escucha decir. “Es una decisión estrictamente empresarial pues para nadie es un secreto que desde hace varios años Norma ha disminuido en un 80 % su infraestructura editorial. Si se quedó con los derechos sobre la obra de García Márquez es porque nadie puede negar también la fuerza comercial que sigue teniendo en el mercado escolar que es donde más se ‘consume’ la literatura del Nobel colombiano”. Gabo es un autor vendedor desde hace muchísimos años, sostiene Ossa. ¿La razón? “Tiene la particularidad de ser un clásico vivo. Yo recuerdo que en el 82, cuando se ganó el Nobel, salía a la calle ‘Crónica de una muerte anunciada’ y en menos de una semana se vendieron 12 mil ejemplares. Cuando salió ‘El amor en los tiempos del cólera’, de pedido en pedido, se vendieron 35 mil. De sus memorias ‘Vivir para contarla’ se agotaron las 25 mil que se imprimieron inicialmente. De ‘Cien años de soledad’, desde su publicación en 1967, 27 millones de personas de todo el mundo se llevaron ese libro para su casa”.El veterano librero cree que no hay autor que se le compare. Ni Fuentes. Ni Borges. Ni Vargas Llosa. Por algo recuerda que, después de ‘El Quijote’, la novela más vendida del castellano es ‘Cien años de soledad’. “De la edición conmemorativa que hizo la Real Academia de la Lengua, en 2007, se agotaron todos los ejemplares. Un millón. Así que quienes tuvieron la fortuna de comprarla, que se sientan orgullosos: tienen en su biblioteca personal toda una curiosidad bibliográfica”. De que Gabo sí se lee (o mejor, se vende) en nuestro país también está convencida Guiomar Acevedo, directora de Artes del Ministerio de Cultura. Y desde su oficina ofrece más pistas. Habla para decir que las 1404 bibliotecas que se extienden por todo el país están dotadas con la obra completa del Nobel, desde sus primeros cuentos hasta sus novelas capitales. Habla de un proyecto que permitió, el año pasado, la impresión de 70 mil ejemplares de una ‘biblioteca’ de diez autores colombianos que se vendió en los supermercados del Éxito a menos de diez mil pesos. De esa colección hizo parte ‘El coronel no tiene quien le escriba’. El balance, cree, fue aceptable. Del tiraje inicial, solo unos 15 mil se quedaron sin vender. Habla también del primer concurso de cuento que se creó en Hispanoamérica en honor y con el nombre del hijo de Aracataca y que será presentado en la Feria del Libro de Bogotá. Y de un programa, ‘El coronel sí tiene quien le escriba’, a través del cual 12 mil estudiantes de 260 municipios, lograrán el milagro que no pudo ver cumplido el veterano de la Guerra de los Mil Días: hallar en la oficina de correos una carta a nombre suyo. Le cuento todo esto a Jaime García Márquez, hermano menor del Nobel, quien trabaja en Cartagena para la Fundación para el Nuevo Periodismo Iberoamericano, creada por el Nobel en 2005. “Yo no sé si a Gabo lo lean”, responde al otro lado del teléfono. “Imagínese, a mí todavía me faltan unos cuantos libros”.

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