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Crítica a película francesa 'La ley del mercado'

La película narra la historia de un padre de familia de cincuenta años, que tras varios meses de desempleado, por fin encuentra una oportunidad. En un mundo laboral que se mueve bajo otras normas, tendrá que decidir entre su moral y su necesidad.

5 de junio de 2016 Por: Claudia Rojas Arbeláez | Especial para GACETA*

La película narra la historia de un padre de familia de cincuenta años, que tras varios meses de desempleado, por fin encuentra una oportunidad. En un mundo laboral que se mueve bajo otras normas, tendrá que decidir entre su moral y su necesidad.

Que una película de nuestras latitudes nos  muestre una historia de desempleo y frialdad capitalista podría resultarnos familiar.  Incluso podría no sorprendernos tanto como esta, que nos llega de la tierra de la libertad, la igualdad y la fraternidad. Un pueblo de Francia es el escenario donde se desarrolla esta  película que sin ser extraordinaria (tampoco es mala)  sí nos deja inquietos. 

Se trata de  ‘La ley del mercado’ una película que nos habla de las nuevas dinámicas del mercado laboral, pero sobre todo nos habla del debate moral que enfrenta un personaje que debe decidir entre su bienestar y el ajeno.   Teniendo la búsqueda de empleo como eje motivador, esta vez el protagonista no es un inmigrante ni un indocumentado, sino un nacional y ahí radica la sorpresa de la que hablamos al comienzo.  En mostrar de manera franca la realidad que ahora impera también en Europa y que se nos muestra sin máscaras ni tibiezas.  

En ‘La ley del mercado’ tenemos a Thierry, un hombre de familia para ser precisos, padre de un adolescente discapacitado, que lleva año y medio sin trabajar.  Así lo conocemos en el tedio de una vida marcada por la desazón de una rutina de minutos eternos, de esperas prolongadas y escenas familiares cotidianas, donde lo único que importa es el presente, aunque la angustia del futuro aceche agazapada. 

De eso va la película dirigida por Stéphane Brizé (‘Mademoiselle Chambon’, 2009) y que tiene por protagonista a Vincent Lindon (‘Welcome’, ‘Unas horas de primavera’), quien encarnando a este personaje, resultó ganador del premio al mejor actor en Cannes el año pasado.   La película que en un primer momento muestra la preocupación de Thierry que tiene que arreglárselas para sobrevivir con su familia con 500 euros mensuales, se cuenta a través de largas secuencias donde la vida transcurre con diálogos extensos donde el director consigue transmitir el no tiempo que embarga a un personaje que espera sin esperanza.  

Brizé sabe apuntar bien su pluma y afina su sentido más crítico para mostrarnos con cierto cinismo las inútiles charlas que Thierry sostiene  con la empleada de la oficina del gobierno que le da consejos que él no ha pedido o  las sesiones de terapias de grupo a las que tiene que asistir con otros en condiciones similares a la suya, con el ánimo de mejorar sus actitudes al momento de realizar una entrevista de trabajo.  

Y entre tanta desolación,  él y su esposa asisten a las clases comunitarias de baile y ahí se encuentran en las risas y de paso le proporciona un aliento al espectador, que también empieza a agotarse ante el exceso de secuencias estáticas, extensas de diálogos coloquiales que llegan a sentirse inacabadas, pidiendo a gritos unos minutos de edición.  

Por un buen rato la trama de esta película permanece suspendida, como un relato macondiano a la espera de un guiño del destino, de una señal, de una respuesta positiva algo que permita avivar la esperanza. Hasta que por fin sucede: Es vinculado al equipo de vigilancia de un supermercado.  Un lugar donde poco o nada importa la experiencia en sistemas que pudo acumular durante sus años de vida laboral.

Aquí solo importan sus ojos y su capacidad de adaptación.  Y bueno, allí está él, ocupando el puesto que tuvo la fortuna  de llenar pero que bien sabe podría hacer otro mucho más joven, más hábil.  Por eso debe aprender, no solo a hacer las cosas sino también a cambiar de piel y de mentalidad. Aunque eso signifique olvidar sus principios y empezar a pensar como sus patrones.   

A partir de este momento, Stéphane Brizé nos lleva  a otro escenario narrativo y casi que empezamos a ver otra película.  Primero porque entramos a un nuevo universo y, por lo mismo, empezamos a ser testigos de otra historia. Con Thierry nos familiarizamos con las cámaras de seguridad y asistimos sus sospechas sobre las conductas de algunos clientes y, por supuesto, en sus detenciones.   Y no solo de los clientes, sino también de los empleados, Thierry también debe dudar y señalar a sus compañeros.  ¿Pero cómo evitar no pensar en el mismo? Sin embargo, ese es el trabajo que le corresponde, para eso lo contrataron.   

Poco a poco, la película se complejiza: Deja de ser la historia de un pobre hombre que necesita conseguir empleo para sostener a su familia y evitar vender su propiedad.   Se muestra la otra cara de la moneda.  Y en su giro nos involucra en el mundo de un hombre que solo quiere sobrevivir sin dañar a nadie, que sabe que a su edad ya nunca podrá trabajar en lo que sabe hacer, que ser vigilante puede ser la última opción. Nuestro protagonista pasa de ser acusado a ser acusador. De empleado a ser una extensión del empleador.   

‘La ley del mercado’ es mucho más que una película para ver, es una reflexión sobre la moralidad y la vulnerabilidad del hombre a partir de la necesidad. Sobre cómo podemos pasar de ser acusados a ser acusadores. A señalar y callar. A tomar tu cheque y huir. O tal vez no, tal vez como Thierry decidamos darle la espalda a todo y caminar… 

@kayarojas  

*Docente Universidad Autónoma de Occidente

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