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Remo Ceccato es desde hace diez años el director de la Banda Departamental del Valle del Cauca. Su vínculo a Cali y Colombia es tan fuerte que decidió nacionalizarse. | Foto: Foto: Especial para El País

Hospitalidad: cuatro extranjeros cuentan por qué decidieron hacer de Cali su hogar

Al principio, Cali era una escala en sus vidas, pero se convirtió en su hogar. La naturaleza y la calidez de la gente, algunas de las razones para quedarse y ser turistas, pero de los países donde nacieron.

26 de abril de 2020 Por: Felipe Salazar Gil, reportero El País

Cali tiene varios encantos. Hay quienes osan resistirse a ellos, pero pierden en el intento; otros, entre tanto, solo se dejan llevar y se quedan. Y aquellos que logran hacerle el quite a esos juegos de seducción, por alguna extraña razón, vuelven. Encantos.

Muchos llegan como turistas o con el ánimo de estar dos, tres días. Un paso obligado. Un baile obligado. Sin embargo, terminan cayendo en el embrujo de una ciudad que, más que la experiencia de ser caleño, les ofrece un hogar.

Y así hay estadounidenses, rusos, alemanes, franceses, británicos, suizos, noruegos, suecos, holandeses, argentinos, australianos que dejaron atrás grandes ciudades y residencias para echar raíces en El Ingenio, Quintas de Don Simón, Centenario, La Flora, Guayaquil, Chorro de Plata, Pance.

Los encantos de Cali, coinciden algunos, residen en la calidez de sus habitantes y la musicalidad que hay en el ambiente; en la luminosidad y el verde de su vegetación; en la frescura de su brisa y en los sabores exóticos del trópico, y ese contraste de modernidad con naturalidad. Su amor por la ciudad, en muchos casos, se torna tan fuerte como el que profesan a sus familias.

Cómo no quedarse, al menos por un tiempo, unos buenos años. En el 2018, por ejemplo, 18 extranjeros residentes en Cali tomaron la decisión de nacionalizarse. De ellos, cinco nacieron en Cuba, cuatro son ecuatorianos, tres venezolanos, dos nacieron en Bolivia, dos son dominicanos, uno es argentino y otra nació en España. Hoy, sin embargo, son caleños por decisión.

Un británico, una alemana, una rusa y un italiano le contaron a El País, en sus 70 años, su experiencia con la caleñidad, cómo la gente los acoge y por qué siguen siendo seducidos por la capital del Valle.

Elena, desde Rusia con amor

Elena Gavrilova es una moscovita que llegó a Cali por amor. Mientras estudiaba ingeniería y química en su país a finales de los 80, principio de los 90, conoció a un caleño que terminó dándole un vuelco a su destino, cambiando la Catedral de San Basilio por la Catedral de San Pedro.

Arribó a la capital del Valle en el 92 y de inmediato empezó su lucha por adaptarse al idioma y a las costumbres. Una de las cosas a la que le costó más trabajo acoplarse fue a lo “despreocupados” que somos: “A veces, para las citas o las llamadas, la gente dice ‘nos vemos más tarde’ o ‘te llamo más tarde’, pero eso pueden ser dos horas, un día, dos meses, los tiempos son variables; en Rusia, si te dicen te llamo en dos horas, son dos horas. La despreocupación es chévere entre amigos y cuando se sale a pasear, pero no tanto a la hora de trabajar”, dice esta mujer de 55 años que fue funcionaria de la CVC y hoy tiene una empresa de servicios ambientales.

Hoy, 28 años después de haber llegado a la ciudad, dice que le cogió “cariño por el clima y la gente. Aquí las zonas verdes y la naturaleza también son muy bonitas. Tengo amor por Cali, porque es una ciudad muy bonita para vivir”, asegura Elena, quien tiene dos hijos y procura ir cada año de visita a Rusia.

Y aunque advierte que a veces la abraza la nostalgia de tener lejos la cultura rusa y los grandes museos, señala que la riqueza musical y la oferta literaria que hay en Cali logran aplacar, al menos un poco, los anhelos de la distancia.

Esta moscovita de 55 años comenta que su plan favorito en la ciudad es estar siempre fuera de casa, rodeada del calor y la naturaleza. “Las mejores cosas se pueden hacer en la calle, siempre que haya calorcito”, asegura.

Sin embargo, su sitio predilecto está en el corazón de la ciudad, donde a diario suelen perderse -y encontrarse- cientos de extranjeros que, como ella, viven a Cali como suya: San Antonio. “Ese lugar tiene espíritu, mucha magia”, dice Elena, quien afirma que en su estancia en Cali se le ha ‘pegado’ la alegría de la gente y, paradójicamente, hasta el llegar tarde a una que otra cita.

18  ciudadanos extranjeros residentes en la capital del Valle se nacionalizaron en 2018.

Simone, una alemana fanática de la naturaleza

Las ganas de explorar otras culturas, conocer nuevos sitios, más gente y la curiosidad de seguir andando, condujeron a Simone Staiger Rivas hasta Cali. Atrás quedó París, la ciudad donde vivía con su esposo, el esgrimista Mauricio Rivas.

Pero no siempre hay amor a primera vista, y para Simone su encuentro con Cali no fue la excepción. Llegó junto a su esposo y su primer hijo en el 96, pero la polución, el tráfico caótico y la falta de andenes para pasear sin encontrarse con algún desnivel cada dos metros no hicieron fácil su adaptación en la ciudad.

Sin embargo, fue cuestión de semanas para que esta alemana nacida en Darmstadt le tomara aprecio a su nuevo hogar. “Cuando nos mudamos a una zona más campestre, empecé a crear una red de amigos y a trabajar, me gustó mucho más todo. Además, el clima me encanta y me gusta la cultura de la ciudad, que va muy de la mano con lo tropical”, asegura.

Simone cuenta que, al igual que muchos de los extranjeros que se enamoran de Cali, la deslumbra la riqueza natural de la zona rural y su diversidad de aves. Por eso no es raro que haga caminatas por montañas, se quede embelesada con el verde de los Farallones o las aguas cristalinas de los ríos justo en ese punto en el que el caudal aún es virgen y se escapa de los golpes del hombre.

No obstante, comenta que si algo ha aprendido de Cali y su gente es a vivir bajo un cambio de planes constante, a soltar el libreto, encontrar soluciones sobre la marcha y sobreponerse a las dificultades que se presenten. Resiliencia.

“En Cali la gente es muy tolerante. Hay una actitud muy positiva del caleño hacia el extranjero, sin prejuicios, y hay mucha curiosidad por las costumbres y los gustos de quienes no somos de aquí”, dice.

Simone comenta que entre sus planes está pedir la nacionalidad colombiana, sobre todo porque le gustaría empezar a votar y ponerle coto a esos 24 años de silencio en las urnas.

Remo, buscando en el sonido una nueva vida

Hay ocasiones en las que la música cambia vidas, encuentros, ciudades. Eso fue lo que le sucedió a Remo Ceccato, un flautista oriundo de San Felice Circeo, Italia, que llegó en el 95 como invitado a tocar con la Orquesta Sinfónica del Valle, y aunque su primer acercamiento con Cali solo duró siete años, bastaría una llamada para hacerlo retornar a la Sultana en el 2010. Esta vez, para siempre.

Desde su regreso ha estado a cargo de la dirección de la Banda Departamental, ha sido docente en Bellas Artes y trabajado en el Conservatorio. Cuenta que de Cali lo atrajo, y aún lo deslumbra, la alegría que se respira en sus esquinas.

“La sonrisa, la actitud amable de la gente es todo. Esta es una ciudad muy alegre, eso es algo que hace más ligera la vida. La manera de ser tan cálida de la gente es genial y es raro encontrarse con alguien que tenga mala cara, en general hay muy buena vibra. Si uno sale de la ciudad y va a otro municipio es bonito, pero es difícil encontrar un sitio tan alegre como Cali”, destaca el Remo.

Aquí vive junto a su esposa payanesa y su hija, quien nació en Italia pero “tiene doble alma”. Con ellas, su plan favorito es hacer ejercicio al aire libre en sitios como el parque de El Ingenio.

“Las zonas verdes de la ciudad son muy bonitas. Salir por la tardecita, a las cinco o a las seis de la tarde, es muy agradable; no se puede vivir en Cali sin aprovechar eso”, cuenta este italiano de 54 años.

Remo dice que si bien su alma sigue estando en Italia, tiene un gran arraigo en Colombia, el país que lo sedujo con su alegría y calidez. Tanto así, que hace un par de años se nacionalizó. Hoy es un caleño más.

Andrew, de la gris Londres al color de Cali

El flechazo se dio en el 97. Estando en medio de una expedición de investigación de especies en el Cauca, Andrew Jarvis se escapó un par de días para conocer Cali. Y fue sentado en la Avenida Sexta, tomando café, con la brisa y el sol de la tarde golpeando, viendo pasar la vida ante sus ojos, que pensó: “aquí podría vivir”.

Retornó a Londres para titularse en el campo de las ciencias ambientales. Tres años después de ‘tardear’ en la Sexta, Andrew volvió a Cali para trabajar en el Centro Internacional de Agricultura Tropical, CIAT. En principio, su labor solamente duraría tres mese, pero veinte años después la ciudad aún lo tiene atrapado.

Cuenta que viniendo de la “gris Londres”, Cali lo sedujo con la hospitalidad de su gente y la eterna belleza de lo inesperado en sus calles.

“Aquí las personas son muy amables, son muy expresivas, son solidarias y tienen un calor humano increíble. Aquí hay mucha vida y lo que más me gusta es que todos los días pasa algo distinto, algo que uno nunca se imagina que va a ver, eso no ocurre en todas partes”, cuenta este nativo de Harrogate, Inglaterra, que está casado con Alicia, quien “es ‘rola’, pero buena gente”, y de su unión nacieron Thomas y Laura.

Su ‘parche’ favorito, como cualquier vecino de Vipasa o El Guabal, es bañarse en el río Pance; aunque, advierte, prefiere comerse el sancocho en casa. “También me gusta mucho caminar por las montañas de la ciudad, por la zona rural; es muy difícil encontrar una ciudad con tanta riqueza natural como la que tiene Cali”, asegura Andrew.

Sin embargo, si hay algo que le gusta a este inglés de 42 años es comer. Tanto, que se emociona como nadie al hablar de platillos. “Me encanta la cazuela de mariscos, la frijolada, el ajiaco y, aunque trato de comer sano, no me puedo resistir a una chuleta de cerdo. Una cosa que me encanta es ir a comer a la galería Alameda, ese lugar es mágico; todos los caleños deberían ir allí a comer semanalmente”, dice Andrew, quien asegura que su plan es seguir perdido en el color de Cali.

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