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Rigoberta Menchú | Foto: EFE

NOBEL DE LA PAZ

Rigoberta Menchú llegará a Cali a compartir su historia de vida

Un perfil de Rigoberta Menchú, premio Nobel de la Paz en 1992, quien vendrá a la ciudad para dar una conferencia en el marco de Exposer

23 de mayo de 2019 Por: Isabel Peláez / reportera de El País

"Soy hija de la miseria y la desigualdad social; soy un caso ilustrativo de marginación por ser maya y mujer. He sobrevivido al genocidio y la crueldad”, dice Rigoberta Menchú Tum, Premio Nobel de la Paz en 1992 y Premio Príncipe de Asturias de Cooperación Internacional, quien será la invitada especial a Exposer, evento organizado por Coomeva, en Cali, a mediados de septiembre.

Rigoberta nació el 9 de enero de 1959 en Laj Chimel, Uspantán, una pequeña aldea de las montañas del Quiché guatemalteco, que ella describe como un lugar mágico: “Un bosque nuboso en donde todavía coexisten la flora, la fauna, el aire y las nubes”.

Hija de Vicente Menchú Pérez, un activista en la defensa de las tierras y los derechos indígenas, y de Juana Tum Kótoja, experta partera.

“Nací en un lugar donde no había escuelas, desde muy pequeña me tocó trabajar para ayudar en mi hogar, como les toca a muchas niñas de Guatemala”, dice esta descendiente de la etnia maya Quiché, quien empezó a laborar a sus 5 años en una gran plantación de café.
“En esas donde no respetan a los trabajadores, no pagan un salario justo y no valoran el trabajo”, denuncia.

La hoy Embajadora de Buena Voluntad de la Unesco asegura que “aún los grandes productores transnacionales no son mayas y mucho menos valoran el trabajo de los mayas”.

Su niñez estuvo marcada por la pobreza, la discriminación racial y la violenta represión con la que las clases dominantes guatemaltecas trataban de contener las aspiraciones de justicia social del campesinado. En su adolescencia trabajó por dos años en la capital guatemalteca como empleada doméstica.

Recuerda que compartió poco tiempo con sus padres, “para sobrevivir tuve que trabajar desde temprana edad y la muerte de mis padres fue prematura. Mi papá murió en la masacre de la embajada de España y mi mamá fue torturada y muerta por los militares”. También sus hermanos Patrocinio y Víctor fueron torturados y asesinados por los militares y la policía paralela de los Escuadrones de la Muerte.

Pero ni la crueldad de la dictadura, en medio de la guerra civil en Guatemala, entre 1960 y 1990, frenó su espíritu pacifista.

“Cuando murió mi padre —quemado vivo por la policía en 1980, junto a un grupo de 29 campesinos que se encerraron en la embajada de España en un acto de protesta—, no había tomado mucha conciencia, pero cuando ocurrió lo de mamá dije: ‘Jamás me voy a callar frente a esto’. Desde entonces no tuve otra ilusión que defender la vida de ellos por medio de la denuncia. Después reconocí una tragedia universal, por eso me siento parte de esta lucha para reivindicar la honorabilidad de la vida y la historia”, afirma.

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A los 19 años militó en el Comité de Unidad Campesina (CUC), mientras el ejército nacional llevaba a cabo su campaña de ‘tierra arrasada’ contra la población sospechosa de pertenecer a la oposición.

Mientras dos de sus hermanas optaban por unirse a la guerrilla ella, en cambio, inició una campaña pacífica de denuncia del régimen guatemalteco y de la sistemática violación de los Derechos Humanos a la que sometían a los campesinos indígenas. Además denunció la situación de la mujer indígena en Hispanoamérica.

A los 21 años salió del país y se refugió en México, donde fue acogida en Chiapas por el obispo Samuel Ruíz García. Al año siguiente volvió a Guatemala pero pronto debió refugiarse en Nicaragua y nuevamente, en México. Desde allí inició una serie de viajes con epicentro en Ginebra, donde hizo parte del grupo de trabajo de la ONU sobre poblaciones indígenas. En 1988 regresó a Guatemala, fue encarcelada y después partió de nuevo al exilio.

Gracias a su labor en defensa de los derechos de los pueblos indígenas, y con el respaldo de Desmond Tutu, Adolfo Pérez Esquivel y otras personalidades que apoyaron su candidatura, fue reconocida con el premio Nobel de la Paz en 1992. Con la dotación económica abrió, en México y en Guatemala, la fundación que lleva su nombre.

“El Instituto Nobel se arriesgó conmigo, yo era alguien que no se conocía, pero afortunadamente muchas personas me ayudaron”, aseguró quien considera que la paz “es un cambio de actitud”. “Si yo puedo cambiar una actitud, puedo encontrar la paz. El ser humano puede ser generoso y humilde”.

En 1998 publicó ‘La nieta de los mayas’, libro que ayuda a comprender la idiosincrasia indígena guatemalteca y ese mismo año fue galardonada con el premio Príncipe de Asturias.

Ella, que ha sido víctima de la discriminación múltiples veces, —en 2007 fue expulsada de un hotel de Cancún, donde había sido invitada para un evento presidencial, porque los empleados la confundieron con una vendedora ambulante—, considera que “el racismo es una enfermedad mental muy relacionada con el colonialismo. Los colonos instauraron una idea de superioridad. Aún hoy en día muchas personas que viven en el campo, en el barrio, en las calles, sufren la discriminación, pero también de una idea de colonialismo, porque quieren ser iguales que el otro y tienen que renunciar a sus propios saberes. El racismo y el fanatismo van juntos. Esta enfermedad se puede curar con educación, pero hay que cambiar los esquemas educativos”, asegura Rigoberta.

La esposa de Ángel Canil y madre de sus hijos sueña con crear una Universidad Maya, y según su hermana Anita, como Rigoberta estuvo privada de todo en su niñez y juventud, todo la sorprende: “Si le regalan una blusa le parece sensacional, se maravilla ante todo lo que le den, ante el agua que corre por las calles, con la tecnología, con todo lo que existe en el mundo y tiene un deseo de aprovechar lo que nunca tuvo”.

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