El País
Los desafíos de narrar un patrimonio que aún respira
Brenda Miriam Chávez Carrasco desde hace algunos años ha impulsado una propuesta que invita a mirar los espacios urbanos desde la experiencia sensible y no solo desde la narrativa oficial.
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16 de dic de 2025, 12:20 a. m.
Actualizado el 16 de dic de 2025, 12:20 a. m.
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En México, como en muchas ciudades latinoamericanas, el patrimonio suele entenderse desde dos perspectivas que rara vez dialogan entre sí. Por un lado, aparece como un elemento monumental, digno de preservación institucional. Por el otro, se convierte en un atractivo turístico que se consume con rapidez. Entre esos dos extremos existe un territorio intermedio, más silencioso y más complejo, donde la identidad cultural se expresa en la vida cotidiana.
Su interés surgió al observar una desconexión que se repite en distintas ciudades: los habitantes transitan sus barrios sin detenerse a interpretar aquello que los rodea. Las fachadas históricas se vuelven parte del paisaje, los oficios tradicionales se diluyen sin registro y las prácticas comunitarias sobreviven sin encontrar un canal para contarse. Brenda empezó a preguntarse si era posible crear experiencias que permitieran entender el territorio con la misma naturalidad con que se recorre. No como un espectáculo turístico ni como una clase magistral, sino como una conversación abierta con el espacio.
A partir de esa inquietud nacieron recorridos que combinan arquitectura, memoria local, historia oral y observación pausada. Son experiencias en las que el ritmo se desacelera para que las personas aprendan a leer los detalles: la disposición de una calle, el modo en que una comunidad organiza sus celebraciones, la relación entre los edificios antiguos y las actividades contemporáneas. La idea no es mostrar un sitio, sino revelar una forma de mirarlo. Brenda insiste en que “el patrimonio no se aprende, se reconoce”.
Uno de los desafíos centrales de su trabajo es el equilibrio entre difusión cultural y responsabilidad comunitaria. Los recorridos atraviesan zonas donde las dinámicas locales han sido desplazadas por actividades comerciales o por la presión inmobiliaria. En ese contexto, presentar un territorio sin caer en la simplificación se vuelve un ejercicio delicado. Brenda lo resuelve apostando por la escucha. Antes de diseñar una ruta, conversa con quienes habitan el espacio para entender qué historias desean compartir y cuáles prefieren resguardar. No quiere convertir a los vecinos en parte del espectáculo, sino en interlocutores.
El trabajo también la ha llevado a reflexionar sobre la manera en que se transmite la memoria urbana. Las ciudades tienden a narrarse desde lo monumental, pero la identidad de un territorio suele encontrarse en sus prácticas más pequeñas: la forma en que se dispone un mercado, el color dominante en las casas de un barrio, los relatos que circulan entre generaciones. Recuperar esa dimensión implica enfrentarse a otro desafío: la fragilidad de la memoria cotidiana. Lo que no se cuenta, desaparece.
Con el tiempo, sus recorridos empezaron a atraer también a habitantes que nunca habían mirado su barrio de esa manera. Algunas personas redescubrieron calles que creían conocer, otras se sorprendieron al escuchar historias que formaban parte de su infancia. Para Brenda, estos momentos revelan que el patrimonio no es una lista de elementos protegidos, sino un vínculo emocional que cambia con cada mirada. La identidad, dice, es algo que se aprende caminando.
Otro desafío que ha identificado es la velocidad con la que se transforma la experiencia urbana. Restaurantes que abren y cierran en cuestión de meses, fachadas que cambian sin aviso, espacios comunitarios que desaparecen sin dejar rastro. En ese contexto, registrar y narrar el territorio implica asumir que se trabaja con algo que está en permanente movimiento. No se trata de fijar una versión definitiva, sino de capturar el pulso de un lugar en el momento en que ocurre.
A la par de los recorridos, Brenda ha impulsado talleres y dinámicas participativas donde invita a los asistentes a reflexionar sobre la relación entre memoria, identidad y territorio. Para ella, el mayor desafío no es preservar todo, sino decidir qué merece ser contado y por qué. El patrimonio, sostiene, no es una pieza de museo; es una conversación que se transforma con cada generación
Al final, su trabajo ha empezado a encontrar espacios de reconocimiento fuera de su comunidad inmediata. Uno de ellos fue la distinción recibida en los Galardones Interamericanos Sin Fronteras, un gesto simbólico que no define su trayectoria, pero sí confirma la relevancia de una labor que sigue abriendo caminos para comprender, preservar y narrar el patrimonio cultural.

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