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'El año del sol negro' fue editada por Alfaguara. Es la cuarta entrega de la 'Pentalogía Infame de Colombia'. | Foto: El País

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Pentalogía Infame de Colombia: la violencia contada cinco veces

Daniel Ferreira presenta 'El año del sol negro', cuarta parte de su Pentalogía Infame de Colombia. Una narración épica y mordaz sobre la Guerra de los Mil Días.

12 de mayo de 2019 Por: Por L. C. Bermeo Gamboa / Especial para Gaceta

Todo empezó cuando el abuelo mostró al niño una fotografía en la que se veía una pirámide de calaveras humanas. El niño, bautizado como Daniel Emilio Ferreira Gómez, había nacido el 21 de julio de 1982 en Santiago de Chucurí (Santander). Más que impactarlo, la imagen lo intrigó. ¿Qué cosa terrible había ocurrido para que algo así se construyera? Esas cabezas ordenadas habían sido la cosecha violenta del año 1900, miles de cadáveres insepultos de la Batalla de Palonegro, el enfrentamiento bélico más cruento de la Guerra de los Mil Días.

Tuvieron que pasar más 20 años de investigación histórica, hurgando en archivos y visitando el campo de batalla, donde hoy está el Aeropuerto Palonegro de Bucaramanga. Años también de aprendizaje literario, buscando las técnicas de escritura que le permitieran domar una materia que horroriza y hurgando en los secretos que los grandes maestros de la narrativa épica (desde Homero, pasando por Tolstoi, Hemingway y García Márquez) usaron para recrear un acontecimiento colectivo. Todo indica que Daniel Ferreira halló la forma de convertir esta barbarie nuestra en algo más que un monumento oficial a los más de 20.000 caídos. Muestra de esto es la novela ‘El año del sol negro’, cuarta parte de su Pentalogía Infame de Colombia, un proyecto literario de cinco novelas sobre la larga historia de la violencia en este país.

“Cuando empecé a escribir estas novelas ya sabía que una de ellas sería sobre ese año de 1900, sobre esa guerra que empezó en Santander y se regó por la pólvora de un país arruinado. Uno escribe, entre muchas razones, para intentar explicarse lo que le intriga. Yo empecé a escribir esta novela para explicarme esa foto que me enseñó mi abuelo”, afirma el autor.

‘El año del sol negro’, publicada el año pasado por Alfaguara, es una ironía épica que trasciende la solemnidad de la llamada historia patria en un tejido verbal de largo aliento donde los ‘héroes’ del mito oficial son rebajados a personajes ridículos y miserables, a través de una mirada hiperrealista y crítica que despoja al relato nacional de toda espectacularidad y demagogia. Ferreira exhibe un territorio baldío y fantasmal, heredero de la estética de Juan Rulfo, en el que solo existen figuras deprimentes cuya desgracia parece bíblica.

En esta épica iconoclasta, el autor presenta personajes alejados del modelo griego de heroísmo. A falta de un poderoso Aquiles o un valiente Héctor, hay abundancia de Abeles y Caínes que caen a balazos y machetazos sobre el Cerro de los Muertos, entre ellos José Celestino Sul, el fusilero de ojos verdes que como un Ulises analfabeto recorre gran parte del libro.

Pero entre los múltiples hilos que se tejen en ‘El año del sol negro’ también hay uno que otro quijote liberal, como el general Rafael Uribe Uribe, que recuerda tanto al coronel Aureliano Buendía, liderando solo con su oratoria ejércitos de hambrientos.

Solo después de describir este universo regido por varones, el autor deja oír la voz del personaje más seductor, una mujer quijote llamada Julia Valserra, la lectora y diarista que desde una ciudad sitiada está inventando la historia que leemos, mientras espera como Penélope el arribo de un amante fantasmal.

Daniel Ferreira es un escritor que paradójicamente empezó a ser reconocido en nuestro país cuando llegó el eco de su -por decirlo de alguna manera frívola- éxito en el extranjero, logrado justamente con obras que se refieren obsesiva y exclusivamente a un tema: Colombia.
Es difícil de clasificar y, guardando las distancias, tiene un genio similar al del mexicano Carlos Monsiváis. Son autores en quienes convergen el dominio de las formas literarias y el pensamiento hipertextual, la profundidad histórica, el deleite y la erudición en la cultura popular, de modo que al tiempo que critican una tradición local, la conservan.

¿Por qué decidió narrar en segunda persona gran parte de esta novela?
Buscaba que el personaje sea interpelado por la propia escritura. Y que el lector participe de esa triple implicación: lo que vive, lo que piensa y lo que siente alguien que tiene una lengua, que es hablada, pero que es al mismo tiempo analfabeta. El efecto es ese enrarecimiento frente a lo que alguien pudiera decir, porque tiene la intención y la experiencia para decirlo, pero que su lenguaje es insuficiente, salvo por esa narración en múltiples registros que puede enunciar su impotencia y abarcar más planos que el simple encadenamiento de acciones del relato tradicional.

¿Qué encuentra de fascinante en los diarios?
El diario me parece la escritura privada más cercana a la vida y la que puede formar un hábito. Encuentro importantes para mí los diarios de Franz Kafka y el de Cesare Pavese. El de Virginia Woolf, el de Thoreau, el de Basho, el de Shonagon. Los diarios de Ricardo Piglia. Me gusta el carácter ecléctico de una escritura que nace como registro de lo efímero y acaba en extensión de la memoria. Yo llevo uno para obligarme a recordar y a escribir constantemente. Pero, en la novela, el diario de Julia Valserra no es un diario sino una narración que adopta una forma ya descontinuada, pero que fue por siglos el espacio de la escritura privada de las mujeres.

¿Qué pasó con Stanislaus Bohr, el crítico de su blog?
Escribir críticas no es solo un esfuerzo verbal. Hay que pagar servicios, alimentos, etc. El crítico se cansó de escribir únicamente por solaz. Desde que cobro, me han dejado de invitar a casi todo. Pero sigo llevando el diario, que ya es mucho. Algún día publicaré algunas partes, como Piglia.

En cierta parte de la novela, Julia Valserra afirma: "si no eres capaz de decir lo que a otros les avergüenza, no sirves para escribir". ¿De qué forma usted comparte esta actitud?
Debe ser que lo que es trasgresor para una época nos parece vetusto ahora, esa acostumbrada soberbia de estar vivos mirando hacia adelante con respeto y al pasado con desprecio, ignorantes de que nuestra época también será juzgada. A través de la escritura Julia se niega a ser una mujer de su tiempo . Tal vez lo que escribe es superior a lo que hace, pero ella no se da cuenta de que aquello que la avergüenza no viene de sí misma sino de lo que su gente, su tiempo y circunstancias han hecho con ella. Podría ser el personaje más noble sobre los que he escrito. La nobleza en ese caso es que Julia sea superior a sí misma, que sea capaz de dar más de lo que tiene, pensar más en los demás que en sí misma. Uno puede dar alegría y valor y carecer de ambas virtudes, decía el argentino que sabemos.

En su Pentalogía se pueden reconocer ciertos patrones de la violencia, como que en cada época se reproduce por ciertos sectores sociales, pasándose de generación en generación como una tradición.
En mi humilde opinión, hemos sido las víctimas, hemos sido los perpetradores, hemos callado cuando debíamos gritar, hemos pagado a los asesinos y también hemos olvidado todo lo anterior. Mientras la guerra le sirva a alguien habrá posibilidad de que sea usada. Las guerras de Colombia han sido la lucha entre un amo y un esclavo, donde quien es derrotado es el esclavo del otro. Somos los hijos de los derrotados. Pero hay derrotas todos los días. Nos escandaliza lo que pasa en Mapiripán, porque ignoramos lo que está pasando en Macarena, en Cauca, en Catatumbo, en las comunas. La masacre sigue de uno en uno. Ahora el blanco son líderes, cocaleros, gente que dejó de existir para el Estado.

¿Por qué estuvo tentado a destruir el texto inicial de la novela, qué se lo impidió?
Porque lo encontraba inferior a lo que buscaba. El lector no se va de un texto porque se aburra, sino porque no entiende. Le di un nuevo orden que proporcionaba claridad y por eso está separado en tres partes. Cada una es una novela en sí con un estilo propio. La lectura del Gengi Monotagari me dio una lección del paso del tiempo sobre los relatos colectivos: lo que perdura es siempre la batalla.

¿Por qué considera que el éxodo de venezolanos es un drama universal?
No lo veo exactamente como un “tema literario”, sino como un drama humano. La indolencia frente al expatriado hace que surja la xenofobia en los lugares menos pensados. Los coyotes mexicanos que secuestran o reclutan centroamericanos, los patrones y las damas rosadas en Colombia que explotan a venezolanos, los chalecos amarillos que piden rebaja de impuestos al mismo tiempo que exigen regular la inmigración, producto de invasiones y expolios y de la asimetría social, todos están replicando un pensamiento reaccionario contra los que consideran nuevos “bárbaros”. Solemos olvidar que todos somos extranjeros para alguien. Uno no se va de su casa con todos los suyos a menos que lo ronde la peste, la muerte o la injusticia. Muchos de esos nuevos migrantes están descubriendo que la plaga está en todos lados. Por eso todos somos una parte del drama.

¿Cree que los escritores más jóvenes se resisten a tratar el tema de la violencia y la historia colombiana?
A mí me gusta esa frase lapidaria con que acaba La Vorágine: “se los tragó la selva”. Creo que es lo que le sucede a gran parte de los libros que se escriben en este país y sobre este país. Desconozco si son muchos o pocos los autores, pero son poquísimos los lectores. A la literatura le interesan los vivos, los muertos y los que matan. Si un autor colombiano es incapaz de hacer algo con toda esa vida desperdiciada, con los millares de historias de vidas segadas o conminadas a convertirse en trabajadores de la guerra o en perpetradores a sueldo, si se siente incapaz de bucear en la sangre que empapa a Colombia, entonces debe elegir otro tema. Tal vez sea más escandaloso narrar la violencia desde el perpetrador o desde la víctima que desde el testigo o del sobreviviente, pero no es menos literario si un escritor utiliza todas las herramientas que le permiten a la literatura interrogar un hecho y narrarlo bien, que sea intenso, que esté escrito con técnica y poesía. Intentar, por ejemplo, una novela hiperreal desde la vida de perpetradores a sueldo y una crónica metafísica desde la vida interior de los que van a ser asesinados. Temas rurales y domésticos como las matanzas de los años 80 y 90 narradas con procedimientos narrativos modernos. Creo que el punto de vista narrativo no invalida la escritura de un hecho violento. Lo que hace execrable un relato es la pobreza de recursos literarios.


Hay pasajes de sus novelas donde aparecen niños que viven la guerra como un juego y se comportan con una crueldad tan natural que pasma al lector.
Debe ser que los niños que se comportan como adultos provocan esa extrañeza, pero si investigamos por qué tal vez descubramos que la anomalía proviene del entorno. Un niño de Medellín definió la palabra “guerrilleros” como “grupo de policías”. Los niños entre los que fui niño se comportaban así y supongo que sigo pensando en mi infancia cada vez que escribo sobre un personaje infantil.

Usted llevó una importante carrera como bloguero, ¿cómo ha determinado la web y la cultura que contiene en su carrera como escritor?
La web ha permitido una verdadera revolución de ideas. Ha modificado todas las artes. Ha conectado lo que estaba en el extremo. Ha planteado una cartografía distinta de la información y ha dispuesto para millones un acervo importante del saber y la cultura. A mí me cambió la vida, me sacó del ostracismo y el ensimismamiento mortal. Si volviera a nacer sería hacker y haría terrorismo informático. En un sentido práctico, yo no puedo vivir sin internet.

En esa serie de narraciones violentas y sin esperanza de la Pentalogía Infame, uno tiene la premonición de que la siguiente, la novela final será la que narre el fin de Colombia, cuando todos nos exterminemos en este territorio.
No. Eso suena como apocalipsis zombi y yo veo pocas series para caer en ese agujero. Nuestra sociedad desmovilizada tardará en darse cuenta de que vive una constante destrucción y probablemente algunos barrios de Bogotá o Medellín o Cali o Tumaco ya son posapocalípticos y lo peor que podría pasar ya les ha sucedido. La Pentalogía de Colombia acabará con una novela de época en el Apocalipsis de los años 40 del siglo anterior. Apocalipsis significa simplemente: quitar el velo.

¿Cuál es su teoría personal para valorar a un buen escritor?
Ésta: si te aburre, déjalo. Si es confuso, olvídalo. Si es joven, ya aprenderá. Si es un veterano, dale duro. Si es bueno, el tiempo corregirá cualquier error. No hay plagio si es mejor la copia. Si es largo, saltéate. Lee mil obras maestras antes de arrojar una opinión. Los muertos no pueden defenderse. Los vivos no te perdonarán la honradez.

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