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Una película que aborda la amnesia como una pandemia mundial, pero resalta el poder del amor para luchar contra el olvido. Drama y ciencia ficción. | Foto: Foto: Especial para Gaceta

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El olvido como pandemia, reseña de 'Little fish' una película de drama y ciencia ficción

Una película que aborda la amnesia como una pandemia mundial, pero resalta el poder del amor para luchar contra el olvido. Drama y ciencia ficción.

29 de marzo de 2021 Por:  Julián Alejandro, especial para Gaceta

Una mujer sentada frente al mar, da la espalda a la mirada del espectador… la velocidad de la cámara acercándose a ella nos sugiere una introspección. Enfocan su rostro —el cabello ensortijado lo cubre parcialmente—, sus labios adquieren esa silueta particular que forman cuando alguien llora, toma aire y una lágrima se desploma, reafirmando que las cosas no están bien. Nos insinúan que su mirada se dirige a las olas golpeando la costa, luego a las nubes en el cielo —que parecen difuminarse en ese tono melancólico que imprime la tristeza—. Pero nada se puede confirmar, estas imágenes son como tratar de acudir a recuerdos viejos, sepultados por el tiempo. Un perro se acerca, seguido por un hombre. La mujer pregunta si el perro le pertenece —silencio intrigante—, sonríen y él duda en responder. Se desconocen y el perro los trata con cariño. Los personajes parecen confundidos. La mujer puntualiza: “estaba tan triste el día que te conocí… No recuerdo por qué”. Acaba la primera escena.

Dirigida por Chad Hartigan (‘Morris From America’) y con un libreto firmado por Mattson Tomlin —adaptado del cuento homónimo de Aja Gabel—, ‘Little fish’ (2020), es una película que merece ser vista, no por las cosas en común que comparte con la realidad actual del planeta: la propagación de una pandemia impone nuevas normalidades y desajusta por completo nuestras dinámicas sociales, ese no sería un argumento para verla, pero lo que sí garantiza que esta película deba ser vista es la delicadeza y meticulosidad de sus realizadores a la hora de representar la tragedia de quienes contraen una enfermedad desconocida que extirpa la felicidad de sus vidas y la de sus acompañantes.

La película está ambientada en el año 2021, cuando la ANI (Afección Neuro-Inflamatoria), una especie de Alzhéimer con esteroides, provoca la pérdida de memoria instantánea o progresiva de la gran parte de la población, generando un caos mundial. Esta enfermedad, de la que no hay el mínimo antecedente, tiene una capacidad degenerativa incomparable: formatea la individualidad de quienes la contraen. Los primeros casos son curiosos: una mujer olvida detenerse al finalizar de una maratón. Un conductor de bus se detiene y deja el volante para salir a caminar sin rumbo fijo, —todo esto puede resultar de alguna manera divertido—, pero las cosas se tornan alarmantes cuando el capitán de un avión olvida pilotar y se estrella.

Suscrita al esquivo y a veces empalagoso drama de ciencia ficción, en ‘Little fish’ veremos personas en salas de espera usando tapabocas, divulgación de teorías conspiranoicas, afirmando que todo es un plan de control del gobierno —que oculta la cura— y la neurosis ascendente que provoca el miedo de contraer una enfermedad para la que no existe cura. A diferencia del Covid-19, la ANI es una enfermedad de consecuencias existenciales, que anula ese sofisticado rasgo evolutivo que nos diferencia de otras formas de vida: la memoria. Si perdemos cada uno de nuestros recuerdos, con ellos nos iremos nosotros y las personas que queremos y, es en este mundo —paranoide y olvidadizo— , en el que Emma (Olivia Cooke) y Jude (Jack O’Connell) inician un romance conmovedor para dejarnos en claro que ninguna amenaza global es capaz de contener la pulsión de amar y ser amados.

El argumento y el año de la historia pueden resultar tontos y fáciles, pero es una coincidencia irónica: el rodaje de la película finalizó en el 2019 y su estreno estaba planeado para el 2020, pero fue pospuesto por, bueno, ya sabemos… la pandemia. Iniciar frente al mar es un coqueteo con el cuento, ya que, la causa de la enfermedad en la historia original de Aja Gabel es la extinción —por culpa del calentamiento global— de un alga marina que produce la enzima necesaria para las funciones de la memoria en el cerebro. No hay mucho optimismo en el cuento, pero, la adaptación de Mattson Tomlin conserva muchos elementos en la estructura narrativa: la primera mitad de la película posee un tono melancólico que va cobrando una fuerza paranoide a medida que avanza.

Hartigan y Tomlin no dedican mucho a detallar las consecuencias globales o la búsqueda de la cura para la enfermedad, su esfuerzo se dirige a formalizar los elementos dramáticos de la historia: saltando entre líneas temporales, nos ubican en momentos claves de la relación de Emma y Jude. Cuando la enfermedad es contraída por Ben (Raúl Castillo) uno de sus amigos, la historia se hace más enérgica. La pérdida progresiva de la memoria de Ben y las complicaciones en su relación con Sam (Soko) su pareja, desvanecen la certeza de invulnerabilidad de los personajes, les resultará difícil saber si las imprecisiones al recordar un nombre o una fecha exacta son casualidad o reacciones sintomáticas de la enfermedad. Este enfoque microcósmico nos permite atestiguar la forma en que se inyectan dosis progresivas de angustia en las rutinas de los personajes, el afán creciente —sin llegar a la histeria— por conservar los recuerdos que aman y les permiten ser amados.

Habrán medidas radicales para conservar pistas de quiénes son en caso de perder la memoria: anotaciones tras fotografías, notas desperdigadas por todas partes, tatuajes con información útil y una apelación constante al poder de los sentimientos como catalizadores de la memoria. Hartigan y Tomlin nos llevan a puntos de alta tensión en los que habrá reminiscencias a ‘Memento’ (Nolan, 2000) o ‘Ethernal sunshine of the spotless mind’ (Gondry, 2004), pero conservarán una distancia amplia con estas. Este drama de proporciones íntimas cumple con la lógica de esa máxima “un hombre es todos los hombres”, de la misma manera, el matrimonio de Emma y Jude es toda la humanidad.

Llega el momento cuando Emma descubre que Jude tiene fotografías con su nombre escrito en el reverso, entendiendo de esta manera que la enfermedad ha tomado sitio en sus vidas. La pareja se ve envuelta en una dinámica de armar rompecabezas de hechos comunes: la fecha de matrimonio, los invitados a la boda, el color favorito, el lugar donde se conocieron, y sobre todo: quiénes son. Todo lo que les une ha empezado a suprimirse de la memoria de Jude; y en lugar de envolvernos en un ambiente neurótico, Hartigan y Tomlin nos plantean un escenario de consideración y persistencia en el que la pareja trata de salvar la vida que han construido. Salen a dar paseos por lugares que ya conocen y eventualmente será como si los redescubrieran, pero lidiar con este tipo de situaciones termina provocando una fractura anímica que los lleva poco a poco a un pesimismo silencioso: Jude teme dejar de ser Jude y Emma teme que su esposo se esfume y la olvide. Ambos prefieren el silencio a la preocupación conjunta.
Existe una ternura amarga en la historia. No hace falta que nos detallen el caos que gobierna el mundo, perder la memoria colectiva pondría en riesgo la continuidad de nuestra civilización: despojados de todo conocimiento técnico, el destino de nuestras sociedades es menos que desesperanzador. Pero este no es el punto de la historia, en ‘Little fish’ aprendemos que hay cierto estoicismo con el que podemos afrontar el olvido, arrojarnos a la nada y descubrir eso que la poesía ya nos ha advertido: “no basta ser valiente para aprender el arte del olvido”.

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