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Manifestantes, grupos sociales, entre otros, se reúnen este sábado frente a la Loma de la Cruz. | Foto: Foto: Raúl Palacios | El País

Paro nacional: ¿por qué Cali fue el epicentro del estallido social?

Desigualdad. Esa es la palabra clave para entender el profundo descontento de los jóvenes, tanto con el Gobierno como con la Alcaldía de Ospina, señalada de despilfarrar recursos en plena pandemia.

8 de mayo de 2021 Por: Santiago Cruz Hoyos, editor Unidad de Crónicas y Reportajes de El País

El 1 de mayo de 2021, Día del Trabajo, y pese a la pandemia del coronavirus, miles de caleños se congregaron en la Calle Quinta, a la altura de la Loma de la Cruz, para protestar pacíficamente contra la Reforma Tributaria que proponía el Gobierno, reivindicar los derechos de los trabajadores y reclamar mejores oportunidades, en un país donde, según el Dane, 21 millones de personas son pobres; subsisten con $331.688 mensuales (87 dólares).

Fue tanta la gente que acudió, que en las tomas aéreas no es posible distinguir el asfalto de la Calle Quinta. El ambiente, pese a que se trataba de una jornada de protesta, era festivo. La orquesta Cuerda y Son interpretaba ‘Buenaventura y Caney’, y, en la calle, los manifestantes bailaban.

Casi todos eran jóvenes, y esa es una de las primeras respuestas al porqué Cali hoy es llamada ‘epicentro de las protestas sociales en Colombia’.

—Demográficamente, Cali es una ciudad joven. Y aunque casi toda la sociedad muestra descontento por la situación del país, la población joven es la que está viendo mayor desesperanza. Los jóvenes están endeudados con el Icetex para acceder a la educación superior, pero no tienen certeza si van a conseguir trabajo. Y las condiciones laborales son cada vez más difíciles. Si hace 15 años era necesario ser bachiller y tener una carrera para acceder a un empleo, ahora se exige maestría, hablar varios idiomas, invertir un montón de dinero en una educación cada vez más costosa, a cambio de un salario de enganche al mercado laboral de apenas dos salarios mínimos. Y ese mercado laboral tampoco tiene la capacidad de absorber a todos los jóvenes—, dice Lina Martínez, la directora de Polis, el Observatorio de Políticas Públicas de la Universidad Icesi.

La psicóloga Mara Tamayo, quien trabaja con muchachos tanto de las universidades más prestigiosas como de los sectores populares, asegura que ese sentimiento de desesperanza es generalizado en los jóvenes, no importa los estratos.

Dos de sus pacientes viven en Francia y España, respectivamente. Tuvieron la posibilidad de irse del país, pero en estos días de protestas ciudadanas le han dicho que se sienten “energúmenos”: se fueron de Cali y de Colombia porque no les quedó otra opción. No encontraron oportunidades.

— Toda esa desesperanza, esa ansiedad de no lograr los objetivos, la depresión de ver que por más de que se esfuercen no cumplen sus sueños y tienen que dedicarse a otro campo distinto al que estudiaron porque no encuentran más, todo ese resentimiento, se acumula. Y en momentos como este, de paro y protestas, explota. Le dan rienda suelta a la rabia—, dice Mara.

Según la encuesta '¿Qué piensan, sienten y quieren los jóvenes en Colombia?', un proyecto de la Universidad del Rosario que nació a raíz de las movilizaciones de noviembre de 2019, lideradas en gran parte por los jóvenes, la tercera emoción que predomina en ellos, después de la alegría y el miedo, es la ira.

Gustavo Andrés Gutiérrez es un escritor que se ha dedicado a desactivar la rabia de los muchachos en el oriente de Cali a través de la literatura.

Creó una biblioteca ambulante – Biblioghetto – con la que, entre otras iniciativas, les enseña a leer y a escribir a los niños y jóvenes del barrio Petecuy que no han accedido a la educación.

Gustavo está de acuerdo en que Cali es una ciudad de grandes movilizaciones sociales por la desesperanza de esos muchachos.

— En los sectores populares los jóvenes han estado olvidados. No han gobernado para ellos. En las alcaldías no son prioridad, no hacen parte del eje transversal. Destinan programas mínimos, de corto plazo y de bajo presupuesto, para quienes están inmiscuidos en la violencia urbana. ¿Y a los que no están vinculados a esa guerra qué les han ofrecido? Por eso están en las calles —.

El descontento, entonces, no es solo con el Gobierno Nacional. Entre los jóvenes de Cali, como en gran parte de la sociedad caleña, hay indignación con el despilfarro y los señalamientos de corrupción de la actual alcaldía de Jorge Iván Ospina, quien aún no ha rendido cuentas de lo sucedido con los $22.000 millones que gastó tanto en la Feria Virtual de 2020, como en un alumbrado navideño que la ciudad le pidió a gritos que no hiciera.

En febrero de 2021, la desaprobación de Ospina fue del 60% en la encuesta Gallup Poll.

— La respuesta que han dado los gobiernos locales frente a la pandemia ha sido de miseria. Repartieron mercados pírricos. En cambio, los entes de control y la prensa revelaron presuntos hechos de corrupción. $11.000 millones que costó la Feria Virtual no es mucha plata en el erario, pero sí es un montón de dinero en medio de tantas necesidades que viven los ciudadanos por la pandemia. Hay una indignación en la gente, que ve cómo se gastan esas millonadas en eventos innecesarios. La forma en que el Alcalde ha respondido a la pandemia ha sido solo con garrote, con gastos que claramente no son austeros y que no se direccionan a quienes más lo necesitan, y eso también explica la movilización masiva. Yo no recuerdo unas protestas sociales de este calibre—,dice Lina Martínez, la directora de Polis.

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El enorme costo de la desigualdad

Según las estadísticas del Dane, el 49,2 % de los colombianos económicamente activos viven en la informalidad; la mitad del país.

Cali no es ajena a esa realidad. Es una ciudad de servicios, de gente que vive de lo que pueda hacer en el día. Los toques de queda y la cuarentenas para prevenir los contagios del virus que causa el covid han generado que cada vez sean más los ciudadanos con menos ingresos.

Diego Arias, analista y Defensor de Derechos Humanos, aclara que todavía no es posible terminar de entender lo que está ocurriendo mientras la ciudad continúa con bloqueos y marchas de manifestantes, así como con saqueos de almacenes, vandalismo a entidades públicas, extorsiones a quienes intentan pasar de una calle a otra.

La delincuencia, los grupos dedicados al microtráfico de drogas, así como milicias de la guerrilla y grupos de extrema derecha, han aprovechado la movilización, pescar en río revuelto, para generar más violencia, beneficiarse económicamente y profundizar el caos y las condiciones de ingobernabilidad.

Sin embargo, considera Diego, en Cali ha ocurrido la “tormenta perfecta”, un coctel de múltiples factores que han hecho que la sociedad se haya volcado a la calle.

En su opinión en esa ecuación el factor más importante es esa enorme brecha de desigualdad que históricamente ha existido en Cali, “una fragmentación socio - espacial agravada por la migración venezolana y que coloca a los jóvenes en un lugar de profundo enojo”.

La profesora Silvia Otero Bahamón, de la Facultad de Estudios Internacionales, Políticos y Urbanos de la Universidad del Rosario, y quien ha investigado la desigualdad en Colombia, agrega que esa desigualdad de Cali justifica, en parte, las movilizaciones masivas en la ciudad, pero no las explica del todo.

Hay otras ciudades donde la desigualdad se ha ampliado en enormes proporciones, como Cartagena, donde la pandemia destruyó el turismo y el empleo.

En otras palabras, Cali, también golpeada por la pandemia, no es la única ciudad que padece la desigualdad.

La diferencia para entender los estallidos de la protesta tiene que ver con las organizaciones sociales, comenta la profesora Silvia. En la ciudad los sindicatos, los gremios, las centrales obreras, los colectivos de estudiantes, tienen mayor capacidad de organización.

Cali recibe además la influencia de Cauca, Nariño, el Pacífico, el sur occidente de Colombia, cuya capacidad organizativa es superior a la del resto del país gracias a los procesos comunitarios de las mingas indígenas.

También, recuerda el analista Diego Arias, la ciudad tiene una herencia de rebeldía política que se remonta a los años 70, en sectores como Siloé y el Distrito de Aguablanca, donde aún habitan abuelos que libraron luchas sociales por los sectores populares.

Por otro lado la tecnología juega un papel fundamental para entender la magnitud de las movilizaciones.

Cada persona tiene un celular en su bolsillo. La población está informada, y eso la hace consiente de las implicaciones en su vida cotidiana de las reformas que proponen los gobiernos.

También las protestas son más fáciles de convocar a través de las redes sociales, e igualmente eso hace más difícil que se detengan.

Los manifestantes no se sienten representados ni por el gobierno, ni por los partidos políticos, tampoco por el comité del paro.

En Cali, de hecho, no existe un comité del paro como tal. En cada punto de movilización hay distintas organizaciones, cada una con intereses y reclamos distintos: indígenas, estudiantes, artistas, excombatientes, centrales obreras, camioneros. Llegar a un acuerdo con todos no será sencillo.

— Y hay otros dos elementos que se deben tener en cuenta para explicar por qué Cali es una ciudad intermedia donde se han concentrado grandes movilizaciones. Cali, como el Cauca, Nariño y el Pacífico, se ha venido mostrando como un centro de votación contrario al Centro Democrático, el partido que está en el poder.  Eso hace que el nivel de descontento con el gobierno sea superior, lo que permite entender un poco más por qué estalla la ciudad—, dice la profesora Silvia Otero Bahamón.

— El otro asunto es que la desigualdad en Cali es geográficamente muy visible. Geográficamente se hacen evidentes las diferencias en la calidad de vida, y es una diferencia muy cercana: el oeste - Terrón Colorado; Cristales - Siloé; Univalle – Ciudad Jardín; lo que promueve un ambiente de molestia y descontento social, emociones que llevan a la gente a participar en estos eventos de protesta —, agrega la profesora Bahamón.

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¿Y las soluciones?

Uno de los muchachos que permanece en una de las barricadas (pide no mencionar su nombre ni ubicación por la situación tensa de la ciudad) me habla de la “globalización” para entender lo que está ocurriendo.

El modelo para protestar lo aprendieron del estallido social de Chile. De ahí viene esa nueva terminología: ‘primera línea’, ‘segunda línea’, ‘tercera línea’.

La ‘primera línea’ la integran muchachos de espíritu rebelde: jóvenes de las barras bravas de los equipos de fútbol de la ciudad, Barón Rojo Sur y Frente Radical; o pelados de las barriadas que dicen no tener nada qué perder y se ponen al frente.

Pero insiste en que se debe hacer la claridad: las movilizaciones, las protestas, no se deben criminalizar.

Es lo que siente que estamos haciendo los medios y líderes de opinión: concentrarnos en el vandalismo y la violencia desatada por los grupos delincuenciales, las milicias de la guerrilla y también grupos de extrema derecha, y dejamos de lado la voz de quienes se están manifestando en la calle.

— Eso también indigna

Al muchacho le recuerdo que dejar a una ciudad sin alimentos, sin medicamentos, sin combustibles debido a los bloqueos, es una violencia tan brutal como la que dicen combatir.

Se peleaba por una reforma tributaria que gravaba la canasta familiar desconociendo que la pandemia del coronavirus hizo que miles de familias pasaran de comer tres veces al día a dos, o incluso una, y hoy estamos pagando $7.000 por un plátano, $600 por un huevo, $9.000 por cuatro tomates.

Responde que eso cierto, pero que la sensación que vive Cali de estar sin cómo mercar, o permanecer ‘secuestrada’, es lo que por años han vivido los pelados de las comunas con mayores índices de violencia, donde por las fronteras invisibles los matan si pasan de una calle a otra, y “Cali ha estado de espaldas a esa realidad”.

El muchacho asegura también que en los puntos donde hay movilizaciones rechazan el vandalismo que mancha su protesta, pero es un fenómeno que se ha desatado en Cali a niveles jamás pensados, como saquear las gasolineras, por varias razones.

Cali es una ciudad que no cuenta con suficientes policías, ahora dispersos en tantos puntos que requieren su presencia; luego, las bandas dedicadas al hurto se dedicaron a saquear almacenes de ropa, supermercados, lo que encuentren.

También Cali es una ciudad de gente que no la tiene fácil: que come en ollas comunitarias (hay muchachos que aseguran que han comido mejor en las barricadas que en su casa). Luego, muchos  aprovechan el ambiente de anarquía por el paro para saquear.

Y tampoco falta el que lo hace solo para vivir el momento y se une a la masa que irrumpe en los establecimientos.

— Pero ustedes los periodistas deben saber distinguir entre quien protesta y quien vandaliza. No lo mezclen —, reclama.

Un profesor del Instituto de Paz de la Universidad del Valle que pide que se reserve su identidad, advierte que es urgente que en Cali se ‘desacelere’ la respuesta violenta a las manifestaciones, y eso no solo incluye a la Fuerza Pública, sino a la retórica de líderes de opinión, medios, ciudadanos.

— Es parte de la salida.

En la ciudad la movilización de las emociones también es impresionante. Los debates entre las familias y los amigos sobre lo que está ocurriendo son cada vez más prolongados y acalorados, y la división entre unos y otros se radicaliza.

No son pocos los que se han salido de grupos de WhatsApp por discusiones políticas, o los que se confrontan directamente, como el choque entre manifestantes ubicados en la Universidad del Valle y algunos habitantes de Ciudad Jardín.

Es una división brutal que, dice el profesor del Instituto de Paz, alimenta la narrativa de que la ciudad está al borde de una guerra civil.

— Por fortuna creo que el país está empezando a cambiar. Hay gente disponible al diálogo como una salida. Pasó en el conflicto entre los manifestantes de Univalle y los habitantes de Ciudad Jardín. En redes se vio a algunas personas del barrio que amenazaban con armarse y enfrentar a los estudiantes que protestan. Lo que no se vio fue lo que pasó después: llegaron otros vecinos del barrio - muchos son estudiantes también - empresarios, y con una declaración casi de paz, llegaron a un principio de acuerdo para levantar el bloqueo.

Se está generando un ambiente de diálogo en medio de esa calentura y por eso creo que hay pequeñas señales de que se puede transformar este momento de crisis, tensión y división, en una oportunidad de mayor comprensión entre todos.

Entender que tenemos una sociedad muy dividida, donde la pandemia sacó a la luz toda la exclusión e inequidad, y por eso es prioritario que empecemos a trabajar para que Cali y Colombia sean más justos. Reducir la desigualdad a partir de este sacudón debe ser la prioridad del país—,  dice el profesor.

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