Cuidar el agua se convirtió en la tarea más importante para la humanidad desde que esa fuente de vida que se creía inagotable empezó a escasear. Y si bien es cada nación la que está en obligación de proteger sus recursos naturales, cuando se trata de preservar las fuentes hídricas el asunto se vuelve de interés universal.

Colombia es de los países privilegiados que aún conserva reservas importantes de agua, no obstante el deterioro al que se ha sometido a su medio ambiente. Son 700.000 cuerpos hidrográficos, entre ríos, quebradas, caños y lagunas los que nacen en el territorio nacional, gracias a los cuales se abastecen 48 millones de colombianos.

La mayor parte de esos afluentes o los que los alimentan, brotan en el suroccidente del país, en el Macizo Colombiano que abarca los departamentos de Nariño, Cauca, Valle, Putumayo, Huila, Caquetá y Tolima, y específicamente en el Nudo de los Pastos donde la Cordillera de los Andes comienza su bifurcación. Es allí en esas montañas donde empieza la vida para ríos como el Cauca y el Magdalena, el Patía que riega al sur, o el Putumayo y el Caquetá que integran la vertiente Amazónica.

Como el 70% de la población nacional toma agua nacida en ese gran Macizo, hay que preservarlo y garantizar que se mantenga en las mejores condiciones a futuro. Para ello es imprescindible el compromiso de los gobiernos, el acompañamiento de las comunidades y la ayuda financiera y técnica que sea necesaria. Es un ‘todos ponen’.

Ahí es donde tienen cabida iniciativas como la de la Unión Europea, que a través de su programa Agua Urbana de Euroclima+ y reconociendo la importancia de Colombia para la preservación mundial de los ecosistemas hídricos, incluyó al Valle de Atriz, en Nariño, entre los siete proyectos que financiará en América Latina. Con una inversión de 1,4 millones de euros, la propuesta es convertirlo en modelo de fortalecimiento de los servicios hídricos, apoyar estrategias de adaptación al cambio climático e impulsar acuerdos de gobernanza entre los municipios beneficiados para que entre todos gestionen bien el manejo de sus recursos naturales.

Así, con planes concretos que deben replicarse en todo el territorio nacional, con inversiones de la Nación y gestionando las ayudas internacionales, se preservará el patrimonio natural de Colombia, que constituye su verdadera riqueza y que por ello hay que defender. Es también la forma más efectiva de arrancárselo a las manos depredadoras que destruyen esas montañas donde nace el agua, contaminan los ríos que abastecen a las comunidades o destruyen sus cuencas mientras acaban con sus bosques y selvas.

Está claro que es en la conservación del agua donde se deben centrar los esfuerzos del mundo, que si ya hay signos de escasez y se calcula en dos mil millones de personas las que viven en países con déficit de ese recurso, el panorama futuro es aún más alarmante debido a las condiciones del cambio climático, al calentamiento global y a la destrucción de la naturaleza que no se detiene pese a tantos llamados de atención. Colombia, que aún se considera un país rico en fuentes hídricas, tiene entonces el deber de ser parte determinante de las soluciones y ser modelo de preservación ambiental.