El pasado miércoles, Colombia volvió a recordar los horrores que debieron padecer miles de personas y familias por causa del secuestro que para las Farc era la utilización de la vida de los seres humanos con el propósito de hacer negocios o de imponer su hegemonía a la sociedad colombiana. Fue otro ejercicio de memoria que no parece aportar en el camino de encontrar la paz para los colombianos.

En cumplimiento de una citación realizada por la Comisión de la Verdad que nació del acuerdo de La Habana, en la capital de la República se dieron cita de nuevo varias de las víctimas y de los familiares de quienes fueron asesinados y desaparecidos por el horror que durante cincuenta años practicaron las Farc contra cualquier clase de personas, desde las más humildes hasta importantes dirigentes nacionales; desde los más pobres campesinos o quienes trataban de hacer empresa en un país libre. Todos ellos engrosaron lo que sus victimarios convirtieron sin escrúpulo alguno en parte de su patrimonio económico o político.

Al frente estaban algunos de quienes fueron sus carceleros, de quienes ordenaron esos crímenes de lesa humanidad, de quienes realizaron lo que no tiene nombre distinto a una afrenta contra la dignidad de las personas. Y de nuevo, como lo hicieron ante los magistrados de la jurisdicción especial de paz que también nació en el acuerdo de La Habana, esos personajes encabezados por su jefe máximo reconocieron su responsabilidad y ofrecieron disculpas por sus actos, no sin antes tratar de justificarlas con sus acostumbrados discursos.

Las víctimas por su parte repitieron los episodios que padecieron a manos de quienes desconocieron su dignidad, los torturaron y destruyeron sus vidas. Íngrid Betancur, quien fue rescatada por las autoridades después de pasar seis años de su vida en la selva soportando los vejámenes que le propinaron sus secuestradores, quienes le cobraron el ser una de las figuras más descollantes de la política colombiana en ese entonces y nunca le perdonaron su rebeldía ante la crueldad de que era objeto.

Al finalizar el evento, todo volvió a su cauce. Las víctimas que asistieron a la cita regresaron a sus casas, con seguridad adoloridos por tener que revivir una vez más y ante sus victimarios los sufrimientos que padecieron durante años de tortura. Por su parte, los dirigentes de las Farc que ordenaron y participaron en esos actos retornaron a las curules que tienen en el Congreso de la República en virtud de los acuerdos que se refrendaron en el teatro Colón de Bogotá el 24 de noviembre de 2016, mientras la comisión de la Verdad continúa con sus labores.

Pero Colombia recordó de nuevo, en vivo y en directo el horror de la industria del secuestro que organizaron y explotaron los dirigentes de las Farc, muchos de los cuales fueron abatidos por la Fuerza Pública que interpretó el mandato de nuestra Nación. Ojalá, la Comisión de la Verdad haya quedado satisfecha y que la JEP tenga los suficientes elementos de juicio para condenar y castigar a quienes durante cincuenta años cometieron el peor atentado contra los colombianos en toda su historia.