Sin terminar aún el apresurado retiro de la coalición que, encabezada por los Estados Unidos, invadió a Afganistán hace 20 años y mantuvo el poder hasta la negociación con los Talibán, incertidumbre es la palabra que define el rumbo actual de ese país. Qué va a pasar, cómo lograrán gobernar un conglomerado de muchas culturas, etnias, puntos de vista religiosos y cuál será su relación con el terrorismo nacido del islamismo radical son los puntos más inquietantes.

En primer lugar, debe reconocerse que el regreso de los Talibán no fue algo imprevisto. Desde el momento de la invasión en el 2001, sus líderes buscaron refugio en el extranjero, apoyados por Arabia Saudita, el bastión de la congregación Suní del Islam. Su regreso en firme empezó a concretarse hace ocho años, momento desde el cual se empezó a reconocer la posibilidad de su retorno al poder.

Y luego debe reconocerse que ese movimiento es uno entre las múltiples culturas, regiones, intereses y dirigencias que constituyen a Afganistán. El hecho de ser la más organizada y haber tenido la posibilidad de congregar una fuerza que enfrentó a la alianza occidental, le dio la fuerza para convertirse en el rival que más daño causó y con el cual debió negociar su retirada los Estados Unidos. Pero así tenga de nuevo el poder, no puede decirse que controla todo el país.

Pero detrás de eso está la gran cantidad de afganos que pertenecen al movimiento shiita, los que vienen de las distintas etnias que constituyen la nación afgana y quienes no quieren el regreso del miedo y la destrucción que impusieron los Talibán entre 1996 y 2001 cuando fueron desplazados por la llegada de las tropas de la alianza encabezada por los Estados Unidos y la Otan para acabar con el terrorismo de Al Quaeda, patrocinado y tolerado por los Talibán.

De otra parte, es claro que el dominio de la coalición durante 20 años dio paso a una apertura cultural de gran importancia, permitiendo cosas como el reconocimiento de las libertades a las mujeres, el respeto que merecen como seres humanos y su derecho a trabajar, a estudiar y a desempeñarse en cargos de dirección. Esa es quizás la gran diferencia que los Talibán deben enfrentar y respetar si quieren gobernar a Afganistán.

De lo contrario, se confirmarán los temores sobre el regreso del terror y la violencia como instrumento de dominación en el país asiático. Además del sorprendente derrumbamiento del corrupto gobierno de Ashraf Ghani Ahmadzai y el caos que eso produjo, ese temor está ocasionado la incertidumbre que relatan los periodistas que aún están en Afganistán y la diáspora de miles de afganos que buscan abrigo en el resto del mundo y pueden llegar ya hasta Colombia.

Atrás quedó la apresurada retirada de las tropas estadounidenses, con lo cual culminó una guerra de veinte años. Hoy, el futuro de Afganistán en manos de los Talibán es la preocupación de una comunidad internacional impotente para impedir que regresen el radicalismo, la violencia y el terrorismo mundial como forma de gobierno, lo que confirmaría el fracaso de la invasión del 2001.