Al terminar el 2020, uno de sus protagonistas más dolorosos fue la diáspora de venezolanos que salen de su patria huyendo de la tiranía, de la pobreza y las malas condiciones a las cuales ha llegado uno de los países más ricos del mundo en petróleo. Es el drama de millones de personas que requieren la solidaridad de la comunidad internacional para atender su emergencia.
Lo último de esa tragedia fue la muerte de 23 personas que abordaron una embarcación en malas condiciones con rumbo a Trinidad y Tobago, de donde fueron rechazados y luego naufragaron frente a las costas venezolanas sin recibir ayuda oportuna. Hoy, el país isleño es objeto de críticas por proceder contra esos inmigrantes sin tener en cuenta los tratados y las normas internacionales que prohíben esos procedimientos, mientras el régimen venezolano se desentiende de su responsabilidad.
Esas personas acudieron al precario medio de transporte que se ofrece en Venezuela, aprovechando la corrupción que les permite actuar a sus propietarios mediante el pago de coimas o asociándose con autoridades encargadas de vigilarlos o de autorizar su operación. Y a pesar del desastre que se conoció el pasado ocho de diciembre, miles de personas siguen usando el mismo mecanismo mortal para escapar de su país.
Algo parecido ocurre en la frontera con Colombia. Allí, organizaciones en las cuales participan funcionarios civiles, policías, militares y hasta integrantes del Eln, les cobran peajes y les quitan sus pertenencias a quienes se vienen caminando en largas jornadas y atravesando las trochas, ante los controles impuestos en los pasos oficiales. Son abusos e infamias contra quienes buscan escapar de una tiranía que tolera y al parecer incentiva esas prácticas.
Y luego, esos inmigrantes llegan a nuestro país y se dispersan por las ciudades en condiciones lamentables. Es triste ver que en Cali se instalan en las zonas verdes con cambuches y de cualquier manera, debiendo ser retirados por la autoridad y llevados a albergues provisionales, ante la amenaza que esos asentamientos significan para la higiene y la seguridad.
Son dos millones de venezolanos, muchos de ellos en situación precaria, los que han escogido a Colombia como su lugar de residencia, y otro tanto los que pasan por aquí en camino al sur del continente. Seres humanos que necesitan de la solidaridad y la comprensión que nuestro país les brinda en la medida de sus capacidades, y quienes con seguridad quieren volver a su patria si cambian las condiciones y termina la dictadura.
Hace pocos días, la ONU informó que en el 2021 se necesitarán US$ 641 millones para atender la migración de venezolanos que han llegado a Colombia y están desprovistos de abrigo, alimentos, salud y educación, y sin conocerse las cifras de los demás países que en menor medida tienen una situación similar. Sin embargo, la solución no es sólo ofrecerles alivio: ante esa manifestación se entiende porqué hay que hacer el esfuerzo por acabar con la tiranía que volvió a Venezuela un país invisible y a millones de venezolanos en damnificados que buscan amparo por todo el mundo.