Se dice que el deporte es la mejor manera de honrar el afán de paz de la humanidad y la forma de competir sin que se produzcan heridas o se generen conflictos sin solución. En teoría, su práctica debe estar alejada de las interferencias nacidas ya sea del afán de lucro o de la intención de usarlo como plataforma propagandística tanto para gobiernos democráticos como para regímenes totalitarios empeñados en mostrarse como exitosos por respetar el espíritu deportivo que justifica las competiciones internacionales.
A través del deporte, los seres humanos han aprendido a encontrar héroes que representan la voluntad, el tesón y el respeto al juego limpio, en confrontaciones pacíficas donde los participantes apelan a sus habilidades y se disputan el triunfo sin causar desgracias a sus rivales. Con él se han podido hacer reconocimientos a los triunfos de naciones que han producido ganadores, los cuales han puesto el nombre de sus países en las primeras líneas, trayéndoles gratitudes y despertando el orgullo de sus pueblos.
Sin embargo, su importancia ha dado paso a que sean usadas como instrumento de riqueza que explota los sentimientos de los miles de millones de seguidores que el deporte tiene en todo el planeta, conectados ya a través de todos los medios de comunicación que han sido descubiertos. Y más grave aún, se ha convertido en instrumento de propaganda política, lo cual lo lleva a los peores escenarios, donde el deporte pierde sentido.
Así se ha producido el uso de toda clase de estrategias, incluyendo el dopaje de los deportistas, para obtener triunfos y medallas sin importar las consecuencias que tendrán para su vida y para su futuro. Ganar y mostrar su poder ha sido el objetivo de regímenes que en muchos casos tratan de ocultar sus fracasos o de desviar la atención de sus abusos.
Y existe también la tendencia a bloquear las olimpiadas y torneos, con lo cual involucran al deporte en las disputas políticas, diplomáticas o militares. Es el caso del boicot anunciado por el gobierno de los Estados Unidos a los Juegos Olímpicos de Invierno que se celebrarán el próximo año en Beijing, justificado en el rechazo al confinamiento de un millón de musulmanes en campos de reeducación ubicados en Xinjiang, realizados por el gobierno de China, o por la liquidación de la democracia en Hong Kong.
Sin duda, esos y muchos hechos más contra la libertad y los derechos humanos deben ser objeto de rechazo permanente. Pero es momento para preguntar si, como ha ocurrido en varias oportunidades en el pasado, esos bloqueos consiguen cambiar esas conductas, despiertan la solidaridad de toda la comunidad internacional o logran el triunfo de las reivindicaciones que los motivan.
Lo que sí queda claro es que con el boicot basado en razones políticas le hacen un gran daño al deporte como manifestación de paz y civilización de la Humanidad. Y terminan desvirtuando su razón de ser, involucrando a los deportistas en conflictos que deben resolverse en otros escenarios. Por eso, tanto la manipulación ideológica como esos bloqueos son las mayores derrotas que se le pueden infligir al deporte.