Una nueva cumbre sobre el cambio climático y otra avalancha de promesas y buenas intenciones desde todos los rincones del mundo. La diferencia en la que se ha llamado COP 26, que comienza el lunes, es que ya no hay posibilidad de darle más largas a las decisiones que se deben tomar para salvaguardar el planeta.
Con un año de retraso por la pandemia, la ciudad escocesa de Glasgow recibirá la conferencia ambiental más importante para la humanidad. Ahí se reunirán representantes de 197 naciones con un único propósito:
concretar los compromisos que cada una asumió al firmar el Acuerdo de París en el 2015 sobre reducción de emisiones de carbono y expedir el reglamento vinculante que garantice su cumplimiento.
En resumen, lo que se pretende es lograr lo que no se ha podido hacer en los últimos 25, desde el fallido Acuerdo de Kyoto, el primero que alertó sobre la crisis y buscó bajar los niveles de contaminación atmosférica provocada por el ser humano, factores que ayudan a un cambio climático incontenible. Se dice que es la última oportunidad para definir cómo se conseguirá que la temperatura del planeta no aumente por encima de 1,5 grados centígrados antes de mediados del siglo, porque permitir que llegue a 2,7°C como se prevé, tendría consecuencias nefastas para la vida.
A pesar de ese llamado que a lo largo de este año se ha reforzado con informes de expertos que reseñan el daño provocado hasta ahora a la Tierra, las consecuencias que se prevén si no se limita el calentamiento global y lo que ello significará para la población mundial, el esceptisismo planea sobre la cumbre de Glasgow. No es para menos, porque en medio de la crisis mundial y contrario a los compromisos que han hecho las naciones que más contaminan, lo que se ha dado es un crecimiento en el uso de combustibles fósiles, en especial del carbón, los principales causantes de las emisiones de gases de efecto invernadero.
Cuando el mundo debería estar en la conversión hacia las energías verdes, la generación universal a base de carbón aumentó un 15%. El peor ejemplo es China, que además de ser el mayor generador de gases contaminantes y el que más promesas ha hecho para reducirlos, sigue usando el carbón para satisfacer el 60,8% de su demanda.
Es el círculo vicioso de siempre, donde lo que importan son los intereses y el poder económico y lo de menos es el futuro del planeta y de la vida que alberga. Por eso la incredulidad con que se ve esta cumbre que comienza. Se espera que al cabo de los 15 días que durará el encuentro, al que asistirán mandatarios, líderes globales, economistas y ambientalistas, se firme el ‘reglamento vinculante’ del que habla como prioridad el Secretario General de las Naciones Unidas y sobre el que se ha trabajado con ahínco en los últimos dos años.
Y habrá qué ver si compromisos como los de alcanzar la neutralidad de carbono a más tardar a mitad del siglo hechos por Estados Unidos, China o Rusia, al igual que por aquellos países que sin ser los más contaminadores sí son los más afectados, como Colombia, al fin se cumplen. Ojalá no sea esta la última oportunidad para detener la amenaza.