El pasaje del Evangelio de Lucas, nos presenta una faceta de las enseñanzas de Jesús que a menudo resulta desafiante, una que puede contradecir nuestras percepciones más cómodas y populares de Él como un mero portador de paz y armonía universal. Este texto nos obliga a confrontar a un Cristo más radical y exigente, cuyas palabras no buscan la complacencia, sino la transformación profunda.
Mientras que el ángel anunció a María el nacimiento de Jesús como el rey de la paz, la narrativa de Lucas también nos confronta con las palabras controvertidas de Jesús: “¿Creéis que he venido a traer paz a la tierra? No, os digo, sino división”. Esta declaración contrasta fuertemente con la imagen que el mundo secular a menudo tiene de Jesús como el “gran pacificador”, quien supuestamente promovía tácticas no confrontacionales y enseñanzas de calma y amor. No es una declaración aislada, sino que hace parte de una afirmación cohesiva de la verdadera misión de Jesús y sus consecuencias inevitables.
La misión de Cristo, que culmina en el fuego de un juicio purificador y el bautismo de su muerte para vencer a la muerte, inevitablemente generará efectos profundos en quienes le sigan, y una advertencia sobre la tendencia humana a ver solo lo que se desea ver. Aquí se establece una profunda paradoja: Jesús, el Príncipe de Paz, declara que ha venido a traer división, no la paz mundana que podríamos esperar. Esto no es una contradicción de su naturaleza, sino una redefinición de lo que implica la verdadera paz. Las palabras de Jesús desafían nuestras nociones preconcebidas de paz. Él no viene a establecer una calma social superficial, sino un camino de confrontación existencial. Si Jesús es el ‘Príncipe de Paz’, y afirma que trae división, entonces la naturaleza de la paz que ofrece debe ser diferente de la paz definida por los seres humanos. Esto sugiere que la verdadera paz, la paz con Dios, es tan radical que requiere inherentemente el conflicto con la falsa paz del mundo o su oposición a Dios.
La división no es un subproducto accidental, sino una consecuencia intrínseca de su misión de establecer la verdadera paz. Esto prepara el escenario para comprender que seguir a Cristo no siempre es cómodo ni propicio para el mundo y su noción de paz; exige una realineación de lealtades que van hacia el camino de la honestidad y pueden finalmente perturbar las estructuras existentes, incluso dentro de las de las mismas familias.