A pesar de los recientes avances tecnológicos, después de treinta años de presiones políticas de todo orden, de extravagantes mandatos de uso y de monumentales subsidios, el uso de la generación solar y de la eólica, las llamadas Energías Renovables No Convencionales, ERNC, no llega al 10% del total mundial. En el caso colombiano, las hidroeléctricas constituyen el 66,8% del parque generador y las térmicas 30,1%, combinación que le da confiabilidad a nuestro sistema, al tiempo que lo hace uno de los menores aportantes de CO2 per cápita en el mundo. La generación basada en ERNC apenas llega al 1%.

Aunque nuestra matriz de generación es confiable, limpia y eficaz, para estar a la moda, por algún interés especial del entonces presidente o sabrá Dios por qué, el gobierno anterior dejó un plan de expansión eléctrica basado en las ERNC. Según este plan, para 2050 nuestra capacidad instalada debería pasar de los actuales 18.777 a 42.709 megavatios, y el 76% del incremento planeado de 23.932 MW correspondería a las ERNC.

En primer término, no es claro cómo este plan garantizará el abastecimiento futuro de electricidad, dado que, por no ser confiables, la capacidad real de las plantas de ERNC raramente llega a superar el 20% de la capacidad teórica instalada. O sea que, si llegaren a operar, la capacidad real de las plantas de ERNC programadas a duras penas se acercaría a la de una térmica de 4.000 MW. Pero esta duda palidece ante la certeza de que esas plantas no podrán entrar a operar dentro de los plazos previstos.

Las plantas de ERNC deben montarse en lugares donde hay sol o viento, que en el caso colombiano están distantes de los centros de consumo. Esto genera la necesidad de una gran y costosa red de transmisión, cuya entrada en operación es, en el mejor caso, imprevisible o, en el peor, imposible, pues debe vencer la barrera de innumerables e interminables consultas públicas.

Apenas 24 países acogieron el Convenio 169 de la OIT sobre consultas, pero solo en Colombia estas se han convertido en mecanismo de extorsión y bloqueo del desarrollo. Mientras en Perú y Bolivia, con mucho mayores porcentajes de población indígena, en 2019 se registraron 92 y 166 consultas, respectivamente, en Colombia se registraron 10.278.

Enel desistió del proyecto Windpeshi y ya Celsia está buscando a quién pasarle los suyos. Y así, uno a uno, la mazorca se irá desgranando, y serán pocos, si alguno, los proyectos de ERNC del plan de Duque que llegarán a operar. Nada más en 2023 estaba programada la entrada en operación de 4.558 MW de generación solar y 1.014 MW de eólica, y solo entraron 207 MW de la primera. Y mientras tanto, el tiempo corre y la demanda aumenta.

Diseñar, obtener los permisos y construir una hidroeléctrica puede tomar una década. Las plantas nucleares están por encima de la capacidad de digestión del público y los políticos nacionales. Y queda en evidencia que es imposible predecir cuándo y si entrarán en operación las plantas de ERNC. Por eso, dentro de unos dos o tres años, cuando el país entienda que la capacidad de generación eléctrica va a ser superada por la demanda, la única solución viable será construir plantas térmicas que lo saquen de la angustia. Si son de carbón, que es lo lógico, el costo de la energía bajará, y si son de gas, que es lo probable, subirá. Pero, de unas o de otras, la cercana construcción de térmicas es inexorable.