El triste episodio de la alcaldesa de Bogotá, Claudia López, con su Brigada Especial contra los crímenes de la población migrante, es el más reciente fracaso en intentar un mecanismo contra un problema real: la criminalidad venezolana. Un problema mayor porque ni siquiera podemos llamarlo por su nombre sin ser acusados de violar las reglas de la rectitud política.
Los medios también están entrampados, cada vez más omiten referirse a la nacionalidad de los autores de los crímenes violentos cuando son venezolanos, reemplazándolos por ‘ciudadanos con acento extranjero’. Como si con eso resolvieran algo, o la gente fuera tonta.
Hay incluso una organización que maneja un ‘barómetro de xenofobia’ que reacciona si se habla directamente de venezolanos asociados al crimen, con lo que estimulan el silencio y con ello, paradójicamente, la xenofobia contra todos los venezolanos. La gente está desesperada y asustada y no puede expresarlo porque se ganan etiquetas de xenófobos en diverso grado. Otros acuden a una estadística dudosa para ocultar el fenómeno, según la cual los colombianos somos más malos porque hay más presos colombianos que venezolanos; aunque supongo que eso pasa porque en el país aún hay más colombianos que venezolanos.
No debemos esconder el problema acudiendo al manido ‘los buenos somos más’. La negación es la peor consejera de las políticas de seguridad. Hace dos años, alguien que trabajaba en la lucha contra las pandillas de Medellín, me dijo que las autoridades estaban preocupadas porque ciertos delitos como el fleteo y el atraco a comercios se estaban volviendo más violentos cuando en ellos participaban venezolanos. La mayoría será buena, pero los pocos que delinquen se hacen notar.
Decir que la mayoría de los venezolanos son buenos es un lugar común, eso pasa en todo el mundo; la gente se levanta a trabajar y sacar a sus familias adelante, no a ver a quién matan o qué mula pasan por los aeropuertos. ‘Los buenos somos más’ es una regla universal. ¿Y? A los colombianos no nos ha servido de nada cuando se trata de las restricciones que padecemos en el exterior porque hay unos pocos colombianos muy buenos para ciertos crímenes.
Es real también que la violencia y el delito es diferente entre sociedades y culturas. Los italianos vencieron a los irlandeses en la guerra de pandillas en Nueva York en los 70’ por el control del juego ilegal, la extorsión, el contrabando y narcotráfico. Luego los colombianos desplazaron a los italianos con métodos violentos hasta para el violentísimo entorno de la mafia italiana. Y a los delincuentes colombianos los están corriendo los delincuentes mexicanos que son más poderosos y violentos. Y ahora llegaron los pranes venezolanos.
Hay una sincronía tenebrosa: A un país violento y lleno de informales, llegaron sin control dos millones de inmigrantes. Hasta el incompetente que dirige Migración Colombia admitió que casi el 55% son ‘irregulares’, la mayoría buenos, entre los que se cuelan muchos delincuentes que terminan cooptados por las bandas locales, aunque otros vienen con sus propias estructuras desde Venezuela a controlar negocios como la prostitución, el microtráfico, el sicariato, la extorsión y el control ilegal del espacio público desplazando a mafias locales.
No es un problema menor. Los mafiosos Yeico Masacre y Maicol Melean trasladaron su guerra a las calles colombianas, con videos de sicarios con fusiles de asalto profiriendo amenazas desde un carro desplazándose por Bogotá. La Virgen de los Sicarios es una historieta al lado de lo que pasa con la criminalidad en la que hay participación de venezolanos. ¿Seguimos con los barómetros o tomamos medidas? ¿Los buenos nos acompañarán o nos etiquetarán?