No es fácil de descifrar lo que se propone el joven empresario dominicano Eduardo Hernández Incháustegui, que en febrero aterrizó en Colombia con su empresa IbiDs -una herramienta tecnológica para acceder a las licitaciones públicas-, con la compra del periódico El País. Está casado con una miembro de una rica dinastía, los Huntsman de Salt Lake City (Utah), mormones y republicanos, con peso político, poder económico e influencia como fundadores de la Iglesia.

En la entrevista el domingo pasado en el que ya es su diario, habló de todos menos de periodismo; por desconocimiento o desinterés. Pero compró un periódico que, con todos y sus altibajos, ha sido durante 75 años, emblemático en el suroccidente colombiano. Una decisión millonaria, que le plantea a Hernández como su tarea prioritaria, evitar el naufragio económico y asegurar su estabilidad económica.

Como bien lo dijo, Cali queda solo a dos horas y media de República Dominicana, donde opera su emprendimiento tecnológico de datos abiertos que busca implantar en Colombia y desde allí no es difícil llegar a Salt Lake City sede del emporio familiar de los Huntsman, centro de Iglesia Mormona, que es maestra en la combinación de fe, dinero y política del lado del Partido Republicano, al igual que por otras iglesias cristianas norteamericanas, un modelo exportado a América Latina con pastores que mueven el péndulo electoral gracias al activismo a través de cantos, sermones, diezmos y comunicaciones.

Así pues, la localización geográfica del negocio no parece ser un factor a considerar como explicó en la entrevista. En ella se explaya en su interés en la inteligencia artificial y en la tecnología de datos abiertos, como herramienta para el aprovechamiento de data generada por entidades públicas, reutilizable por los ciudadanos. Es claro que su apuesta empresarial no tiene que ver con el rescate del medio periodístico como tal que está atado a su razón de ser misma, como es la libertad de expresión y la información con rigor y seriedad que se requiere para acceder a la verdad y al conocimiento, lo que hace a los medios irremplazables en las sociedades democráticas.

La tentación de instrumentalizar los medios con fines económicos, políticos o ideológicos, resulta casi siempre inevitable. El último de los ejemplos es Jeff Bezos y su compra del Washington Post, para evitar su cierre, hace casi una década. El millonario se comprometió a respetar la autonomía editorial, en cabeza del veterano Martin Baron quien, hasta su retiro, sirvió de guardián de su independencia. El billonario terminó rompiendo su promesa, por cuenta de su mega negocios con recursos del presupuesto federal, manejado desde la Casa Blanca y que lo llevaron a alinearse, ¡y de qué manera! con Donald Trump, violando las premisas fundacionales del influyente diario, lo que generó una diáspora de columnistas y de experimentados periodistas de la planta editorial.

Estoy convencida de que el coctel de política, religión, negocios, medios y ahora inteligencia artificial, el nuevo ingrediente que ronda las salas de redacción, es letal; una amenaza para la supervivencia del periodismo, el más bello de los oficios a decir de Albert Camus al recibir el Premio Nobel, sin imaginarse la hecatombe que estaba por llegar medio siglo después. Ojalá que la suerte del periódico no termine comprometida en el experimento empresarial incierto del nuevo propietario.