Arriba en la montaña donde pasábamos tres meses al año, vacaciones largas, año tras año desde la primera infancia hasta la adolescencia, haciendo carreteritas en las entrañas de esa tierra roja, caminando por ‘el atajo’ aterradas de que saliera la Patasola escondida entre la niebla y los bejucos, rodeando de candela un alacrán para ver cómo se enterraba solo su ponzoña, metiéndonos en la chorrera helada, dando cuzqueñas y margariteñas en el columpio de vuelo, Tita era de las menores.
Cuando jugábamos a La Pequeña Lulú (yo me pedía ser Lulú) a Tita le correspondía ser Anita, la amiguita de dientes torcidos. La barra completa: Toby y su combo, Lulú y su combo. Inseparables. Unidos por las cabalgatas, los helechos, las comiditas, la niebla y el olor único del pasto gordo.
Tita, la pequeña, siempre, con el corbatín del uniforme torcido, se fue convirtiendo de capullito en mariposa real, líder estudiantil, universitaria rebelde y galardonada (fue de las primeras en atreverse a liderar una huelga en La Javeriana de Bogotá subida en el capó de un carro, arengando sin temor). Terminó Derecho con todos honores.
Tita. María Teresa Garcés. Una de las cuatro mujeres en la Asamblea Nacional Constituyente del 91. Doctora en Ciencias Políticas de la Javeriana. Especialización en Derecho Público de La Sorbona.
Magistrada del Tribunal Contencioso Administrativo del Valle y del Concejo Nacional Electoral. Relatora de la Sala Constitucional de La Corte Suprema, viceministra de Comunicaciones, veedora distrital en la alcaldía de Antanas Mockus. Siempre velando por nuestra democracia, incorruptible, vertical, sabia.
Todo menos lagarta y politiquera. Merecedora de todos los altos cargos. Garantía absoluta de honestidad.
Con Marcela Romero, su socia y amiga, también Doctora en Ciencias Jurídicas y conjuez de La Corte Constitucional, acaban de publicar un libro titulado ‘Suma de Ideales para Colombia. El país soñado por la Constitución de 1991’, en que nos explican paso por paso, los logros de esta Constitución, eje y columna vertebral de Colombia.
Como escribe Ricardo Silva Romero, su hijo, en el prólogo “Cuando yo estaba en el colegio y el país tenía 170 años, las dos autoras de este libro maravilloso se la pasaban pensando -me consta- en modos de sacar a los colombianos de la injusticia, la inequidad y la violencia. Ser testigo de ellas dos, de su amistad y de su vocación para reparar el mundo ha sido, es y será un privilegio. El libro es un viaje que le devuelve a uno la fe en los principios republicanos, cito una de sus frases ganadas a pulso: “Dejamos estos ideales constitucionales en su corazón y en sus manos”.
Este libro debería llegar, así como llega el Informe de La Comisión de La Verdad, a todas las escuelas y colegios de Colombia. A las Universidades. Solamente podemos amar y respetar lo que conocemos y para cientos de miles y miles de jóvenes esta Constitución es desconocida. No se puede defender lo que no se conoce. Ojalá el ministro Gaviria lo lleve a todas las instituciones educativas. ¡Forma parte del Cambio que queremos y necesitamos!
Tita y Marcela, dos colombianas que le han entregado sus vidas a los demás. Dos mujeres bandera. Jamás han perdido la brújula ni el norte. Gracias por este aporte fundamental que nos lleva de la mano suavemente a recordar y re-conocer nuestros pilares democráticos a veces tan olvidados. ¡Chapeau!