En los lindes de un denso bosque en la isla Tasmania, un tocón sobresale dos metros sobre el suelo. “Es el tocón de un eucalipto de más de 500 años” que fue talado, lamenta Jenny Weber, de la fundación Bob Brown.
En este estado insular al sur de Australia, la industria de la madera está autorizada a explotar las especies endémicas.
“Lo peor es que una vez talado, como este árbol era demasiado grande para ser cortado y cargado a un camión, el tronco se dejó allí y lo cortaron para nada”, explica Weber, directora de la campaña de bosques. “Es realmente chocante”, lamenta en un paseo por el valle de Huon.
La tala de especies endémicas está prohibida en el sur del país desde finales del Siglo XIX. El año pasado se extendió esta prohibición a los estados de Victoria y Australia-Occidental.
Esta práctica genera cada vez más malestar en Tasmania. A finales de marzo, más de 4000 personas se manifestaron en las calles de Hobart, su capital, para pedir su fin. En 2024, más del 70% de los árboles endémicos talados se convirtieron en astillas, exportadas en su gran mayoría hacia China y Japón para ser transformadas en papel, cartón o papel de baño.
Entre los manifestantes, muchos llevaban disfraces de especies de animales locales amenazadas de extinción como el diablo de Tasmania, la lechuza australiana o el periquito migrador.
“Estos pájaros necesitan cavidades formadas en los árboles viejos para reproducirse. Si no hay cavidades, no hay nido, tampoco polluelos y, al final, es la especie que desaparece”, afirma Charley Gros, un ecólogo francés, asesor científico de la fundación Bob Brown.
El organismo público Madera Sostenible Tasmania está a cargo de la gestión de las 812.000 hectáreas de bosques disponibles para la producción de madera en la isla. El objetivo es explotar la madera “equilibrando la conservación y la gestión responsable de las tierras”, declaró a una de sus responsables.
Suzette Weeding, a cargo del departamento de conservación de este organismo, dirige un programa para la protección del periquito migrador. Defiende su “gestión adaptable de los bosques” para “minimizar las potenciales perturbaciones para la especie y su hábitat”.
En su informe anual, el organismo subraya que cada año se talan unas 6000 hectáreas, menos del 1% de la superficie bajo su responsabilidad. Y el año pasado se plantaron 149 millones de semillas en unas 5000 hectáreas para “regenerar los bosques endémicos”, agrega.
Jenny Weber discrepa y pone el ejemplo de una reciente tala: en la zona, totalmente arrasada, no quedan más que tocones de árboles calcinados.
“Antes de replantar, hay que limpiar la zona de la tala. Los forestales rocían el área desde un helicóptero con un líquido que produce una humareda tóxica”, dice. Una vez sembradas las semillas, “se contratan cazadores” para abatir a los ualabíes y a las zarigüeyas que suelen devorar brotes. Además, “solo se replantan eucaliptos” en vez de reproducir el ecosistema original, con lilas, sasafrás o mimosas , de las que se alimentan y viven “muchas especies animales”.