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Keyner y Lorena tienen su propio mundo de 2m de largo por 2m de ancho en la cárcel de Jamundí. En su “habitación” no hay lugar para el color gris, pues las paredes están adornadas con fotos, dibujos y hojas de colores. En el piso y sobre los camastros son varios los juguetes que esperan su turno para ser usados. | Foto: Foto: Oswaldo Páez / El País

Así es la vida de los niños que son criados dentro de la cárcel de Jamundí

Casi todos los días, Keyner, quien tiene 22 meses, va a jugar al parque. Junto a él, gatean unos y caminan algunos niños más. Saltan, gritan, se ríen. Ninguno alcanza a darse cuenta de que crece adentro de una cárcel.

14 de octubre de 2019 Por: Felipe Salazar Gil - Fotografía: Oswaldo Paéz / El País

Para un niño de brazos, los días en la cárcel empiezan siempre a la misma hora: las 6:00 de la mañana. Es cuando abren las puertas de las celdas. Media hora más tarde, le servirán el desayuno.

En la pequeña cocina del pabellón cuatro del Complejo Carcelario y Penitenciario de Jamundí hay un par de mesones, una nevera y una estufa. De allí salen cremas y jugos para bebés de entre seis y ocho meses; arroz, carne molida o guisada y más cremas, para bebés entre nueve y once meses; mientras que a los que ya superan el año les dan huevo, carne, arroz. Los niños que no pasan los seis meses solo se alimentan de leche materna.

En ese pabellón funciona la Unidad de Desarrollo Infantil Gotitas de Amor, una especie de guardería y sala cuna donde niños mayores de seis meses reciben clases de estimulación desde las 8:00 de la mañana hasta las 3:00 de la tarde, de lunes a viernes, que es el horario en el que usualmente sus mamás se ocupan del restaurante del bloque, del expendio (la tienda) o haciendo labores de aseo. El lugar es el único sitio dentro del pabellón donde no hay rejas.

La profesora a cargo de los niños, Vanessa Castro, cuenta que lo primero que hacen es una caminata por el patio del bloque, el espacio más grande de su diminuto mundo tras las rejas: un par de canchas en cemento y unos cuantos recortes de pasto. Podría decirse que salen a dar un paseo en el parque.

“Ese es, de pronto, el momento en el que más despiertos y felices se les ve, porque es cuando pueden explorar el entorno y ver algo diferente”, dice la profesora, quien a diario manda anotaciones a las madres, donde relaciona lo que pasó con cada pequeño.

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Gotitas de Amor resulta casi eso, literalmente: en ese espacio leen cuentos, de vez en cuando hay espectáculos de títeres, los niños toman merienda, juegan, y a las 3:30 vuelven con sus madres. Hay ocasiones en que tienen a su disposición una piscina armable llena de pelotas, o de agua, pero casi siempre la rutina es igual. Desde hace poco más de dos meses también tienen dos columpios, una casa de muñecos, un resbaladero, y un brinca brinca.

En el pabellón cuatro, hasta hace más o menos dos años, las rejas de las celdas se cerraban a las 3:00 de la tarde y volvían a abrirse al día siguiente, recuerda Victoria Eugenia Parra, funcionaria del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar. Sin embargo, por petición de las reclusas y viendo que varios niños se deprimían al ver morir el día tan temprano, el Inpec decidió ampliar el horario hasta las 5:00 de la tarde.

Cada tanto, los hijos de las internas pueden salir por un periodo máximo de quince días. Para ello sus madres deben autorizar a dos acudientes, habilitados para ir por los menores, bien sea para llevarlos al médico, o a comer un helado. “Es un periodo prudente para que los niños cambien de entorno y no se desapeguen de su madre; ya hemos visto algunos que vuelven y no se acostumbran; se deprimen, empiezan a llorar”, dice la funcionaria del Icbf.

En los reclusorios de Colombia, hasta el 30 de septiembre de este año, estaban registrados 51 niños viviendo junto a sus madres. De estos, 27 son niñas y 24 son niños.

La vida de un chico que nace en la cárcel, sin embargo, no siempre transcurrirá entre muros: al cumplir los tres años, sus acudientes retoman su crianza. Si no hay un familiar que se encargue del niño, el Icbf lo toma en custodia: lo cual no deja de ser un cruce paradójico del camino porque la libertad no lo será exactamente; y la felicidad tampoco será completa, puesto que si al niño lo separan de su madre es porque ella continuará encerrada.

En el pabellón cuatro del bloque cuatro del Complejo Carcelario y Penitenciario de Jamundí nada es como parece desde afuera, al contemplar el inmenso pedazo de concreto que es el penal.

De ese lado las paredes no son gris cemento, sino que están pintadas de blanco, rosa, varios tonos de verdes y de azul cielo. Además, es el único lugar donde duermen, máximo, dos personas por celda. De hecho, las 53 celdas en las que conviven las reclusas no se llaman así, les dicen “habitaciones”.

Es el único donde hay niños. Es allí donde transcurren los días de diez pequeños que, por distintos giros de la vida, fueron dados a luz por mujeres encerradas en la inevitable oscuridad de la cárcel. La idea con las paredes de colores, la guardería, el parque, la manera de llamar a las celdas, es de alguna forma crear un lugar más luminoso para sus hijos.

Por eso, en medio del patio hay un par de triciclos con llantas de pasta y pelotas de plástico. Los cerrojos de las puertas de algunas celdas están recubiertas con pañales para evitar que los niños se lastimen con los filos. Por eso los niños más grandes corretean por el patio de suelo rojizo, y rectangular como cancha de fútbol sala.

En los cinco bloques que componen el complejo carcelario purgan penas 4932 internos, entre hombres y mujeres: 368 personas más de las que estimaban albergar en el 2010. El bloque cuatro está asignado a las mujeres y, hoy, acoge a 1232. Estas son 111 reclusas más de lo que contempla la planificación del espacio. Pero teniendo en cuenta las condiciones carcelarias del resto del país, las internas terminan dándose por bien servidas.

De acuerdo con el Inpec, el nivel de hacinamiento ahí es del 9,9 %, y eso representa un porcentaje medio de aglomeración de las internas. Allí, 865 de esas mujeres ya están condenadas. 365 permanecen sindicadas de algún delito.

En el pabellón cuatro, comenta Yesenia, una muchacha que no pasa los 25 años, también es donde menos hace calor en toda la cárcel. Lo dice mientras lleva en brazos a su hija de siete meses, Alana. “En los otros pabellones hay hasta cinco mujeres durmiendo en la misma celda, compartiendo cama, durmiendo en el piso o hasta paradas; aquí al menos tenemos la ventaja de solo estar con los niños”, explica.

Y es entendible: en ese lado del penal todo el espacio lo ocupan treinta personas, entre madres y niños. Actualmente son veinte mamás -nueve embarazadas- y diez pequeños. El menor de los chicos tiene seis meses y el más grande está cerca de cumplir los tres años, justo la edad máxima hasta la que, según el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar, puede permanecer un menor junto a su madre en un sitio de reclusión. Esto, dado que una permanencia prolongada tras los muros haría que el niño pierda espacios de socialización vitales para su desarrollo, además de limitar su autonomía física y su derecho de libre locomoción.

En la que era la celda 12 se adecuó hace casi dos años una sala de lactancia. Adentro, una nevera, cuatro sillas Rimax, una cocineta y una balanza de pesaje, reciben a las internas con los niños más pequeños. Este es uno de los tres espacios adaptados en las cárceles del país para que las madres alimenten a sus hijos durante los primeros seis meses de vida. Las otras dos salas están en el Buen Pastor y en Bucaramanga.

En el pabellón cuatro no hay dos habitaciones iguales. Hay varias sombrías, apenas con el camastro de la madre, otro para el niño y ropa colgada, además del inodoro y del lavamanos. Pero hay otras, en cambio, con las paredes tapizadas por hojas llenas de dibujos y garabatos de los pequeños, o llenas de fotos de la familia; hay un par que parecen salas de juguetes de dos metros de ancho por dos de largo. Casi en todas viven madres que lo último que parecen querer es que sus hijos pasen la noche en algo parecido a la celda de una cárcel.

El parque improvisado en el patio del pabellón cuatro, aquel espacio con los columpios, la casa de muñecos, el resbaladero y el brinca brinca, es tal vez uno de los lugares favoritos de Keyner, un niño que se la pasa ahí, columpiándose, mientras Lorena, su madre, lo cuida a la distancia.

Ella, quien ya completa siete años encerrada por homicidio, dice que la llegada del niño la “cambió por completo”. Sus palabras, entonadas con voz arrastrada, suenan a cliché, pero insiste en que por Keyner dejó de fumar marihuana y meter pepas, vicios que, paradójicamente, conoció en la cárcel. Y hasta anda pensando en estudiar administración de empresas cuando salga. Keiner tiene 22 meses. A ella le quedan nueve años de condena.

La celda de Lorena y Keyner es, quizás, la “habitación” más colorida de todas. Las paredes están llenas de hojas, adornadas con márgenes rojas y azules, donde están pegadas fotografías del niño, de su padre, de los hermanos de Lorena. Por todo el suelo hay regadas piezas de arma-todo naranjas, verdes, rojas y amarillas. De un par de móviles que penden del techo cuelga la ropa de Keyner, y una sábana amarilla colgada de la reja de la puerta, separa el resto del mundo de ese universo para ellos dos. Dos camándulas y un par de zapatos del nene cuelgan de los barrotes de la entrada.

Angélica llegó hace un mes al pabellón cuatro. Su hijo Jonathan tiene siete meses. Ella, 29 años, ojos verdes, piel morena, solicitó ante el juez una licencia por lactancia para poder amamantar al bebé en su casa, que queda muy lejos, en Tadó, Chocó. Al juez haberle negado la posibilidad, ahora ella permanece ahí, con su niño. La condena de Angélica es de treinta años. Homicidio. Estando así de lejos de su familia, y en semejante soledad, algunas internas se han convertido en ‘tías’ del niño -ellas se autodenominan de esa manera-, compartiéndole lo que pueden para atenderlo con lo justo: pañales o ropa.

Cada tanto, cuando escasean los pañales, la crema antipañalitis, pañitos húmedos y demás artículos que requieren los niños, que son suministrados por los familiares, las urgencias se cubren a partir de donaciones que llegan al penal o aportes que hace el Instituto Nacional Penitenciario y Carcelario, Inpec.

Por estos días, en otra esquina del pabellón cuatro, Karen solo piensa en lo que falta para el 18 de diciembre del 2020. En esa fecha, Jacob, un moreno de pestañas largas y sonrisa esquiva, cumplirá tres años. Es su hijo. Ese día, además de separarse de él, deberá mudarse a otro costado de la prisión donde conviven 1232 internas. Jacob nació en la cárcel. A su mamá, la esperan 26 años allá dentro.

En el patio número cuatro también viven madres en gestación, como Luisa, tez morena y cinco meses de embarazo, temerosa de que su nena nazca con problemas de peso: “‘El loco’ (la comida) casi todos los días es lo mismo: un caldo de hojuelas, arroz, pollo, ensalada y papa; esto no es suficiente porque tengo que comer por dos. Además, la última comida la dan a las 2:00 de la tarde. A las 5:00 de la tarde nos meten a la celda y a las 6:00 de la tarde a uno le vuelve a dar hambre, pero no dan ni una galleta sino hasta el otro día…”, cuenta la chica, confesando que hay ocasiones que pasa sin probar bocado.

Afuera, no mucho se sabe. Adentro, la vida lucha. A veces gana. Cruza los barrotes. Y se fuga lejos de ahí.

“Las cárceles no son aptas para los niños”

La presencia de niños en las cárceles del país encarna retos para el sistema penitenciario en cuanto a infraestructura y salud.

Esto es lo que plantean los investigadores Astrid Liliana Sánchez, Leonardo Rodríguez, Gustavo Fondevila y Juliana Morad en su trabajo ‘Mujeres y prisión en Colombia: Desafíos para la política criminal desde un enfoque de género’, en el que se reseña que pese a los esfuerzos por mitigar la vulnerabilidad y el choque emocional que pueden tener los niños dentro de los penales, el ambiente carcelario termina por golpearlos.

Según lo que se logró establecer en la investigación, los niños nacidos en los centros penitenciarios pueden presentar, en ocasiones, un cierto retraso en la adquisición de algunas habilidades, especialmente el habla y la motricidad.

“Estos procesos de reclusión también pueden ocasionar la presencia de negligencia en la relación entre madre e hijo, es decir, la incapacidad que tienen los cuidadores de garantizar la salud, seguridad y bienestar del niño o niña, así como el abandono de sus necesidades evolutivas y la falta de estimulación cognitiva. Esta puede darse de manera prenatal, por medio de acciones u omisiones nocivas para el desarrollo del feto; física, limitando los cuidados, la supervisión, atención y los elementos necesarios para un adecuado desarrollo; o emocional, privándolo de estimulación afectiva y prestando poca atención a sus necesidades… La vivencia de estas experiencias genera respuestas de estrés, afectando su desarrollo cognitivo y afectivo”, remarca el documento.

Asimismo, la investigación señala que la presencia de estrés psicológico en la infancia temprana puede generar problemas de atención, memoria, poco razonamiento en la toma de decisiones y fracaso escolar.

“Adicional a esto, es más probable que estos niños interpreten claves sociales como hostiles y tengan dificultades en el reconocimiento de expresiones faciales”, reza el estudio.

De acuerdo con los investigadores, durante las pesquisas una funcionaria del Inpec dijo percibir “rasgos de tristeza” en los niños que viven en los centros penitenciarios, “debido al entorno que los rodea y considera que el impacto es fuerte por el hecho de estar también privados de la libertad”.

Los analistas encontraron que “las prisiones no cuentan con personal calificado, como médicos, psicólogos, pedagogos, que puedan hacer un acompañamiento con calidad a los menores de edad. Adicionalmente, se ha señalado que la infraestructura y el ambiente de las cárceles no son aptos para la estancia de los niños menores de tres años”.

No obstante estas afirmaciones, Laura Hernández, subdirectora del centro de reclusión de mujeres del Complejo Carcelario y Penitenciario de Jamundí, señala que tanto los menores como las madres son atendidos “para procurar que el pabellón tenga un ambiente de hogar. Esto lo hacemos con dos profesoras, una nutricionista, una psicóloga, una enfermera; sí se están garantizando las condiciones y los parámetros de ley para que los niños tengan una buena vida mientras están con sus mamás”.

En efecto, el Icbf y el Inpec sostienen un contrato con la Asociación de Hogares infantiles del Valle, Asohiva, por $109 millones este año para atender a los menores que se encuentran en el penal.

Entre tanto, Luz Helena Gutiérrez, de la Pastoral Penitenciaria de la Arquidiócesis de Cali, quien desde hace tres años acude todos los lunes a rezar el rosario y dar pautas de crianza y convivencia a las internas, señala que el cuidado de los niños al interior del penal ha derivado en su desarrollo normal.

La voluntaria cuenta que las internas, al conocer que en el pabellón cuatro hay beneficios como un cuarto individual, estarían recurriendo al embarazo como estrategia para hacer más llevaderas sus condenas. Niños como escudos humanos.

“Al patio de las maternas entran mucho; yo comencé con seis y ahora hay treinta y cinco mujeres. A las internas que tienen sentencias tan largas las dejan salir durante 72 horas cada cierto tiempo; hay una que está condenada a 40 años y cada tres años que le toca entregar el niño, vuelve a quedar embarazada; ella ya ha tenido tres hijos en la cárcel. Hay otra señora que ha tenido siete niños y tiene 35 años”, comenta Gutiérrez.

Falta apoyo en la separación

Los analistas de la Javeriana sostienen que la separación de madres y niños, una vez éstos cumplen tres años, es “traumática a nivel personal, emocional y relacional”.

“En nuestra encuesta, siete mujeres reportaron que tuvieron que enfrentar esta situación de separación de sus hijos, y solo dos de ellas recibieron acompañamiento psicológico. En el mismo sentido, otra investigación sobre las mujeres en prisiones colombianas concluyó que ni las madres ni sus hijos menores reciben ningún tipo de asesoría psicológica para el momento de la separación”, remarcan.

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