¿Regreso a las aulas?
Ahora mismo, Colombia empieza a salir del segundo pico de contagio, tanto o más mortal que el primero. Al parecer, el afán de volver a la normalidad ha hecho entender a algunos que el peligro está pasando y que los jóvenes no están en riesgo. Eso no es así.
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4 de feb de 2021, 11:55 p. m.
Actualizado el 18 de may de 2023, 06:46 a. m.
Como se ha vuelto costumbre, la posibilidad de regresar a clases presenciales está de nuevo en el centro del debate político. Al parecer,
no es un asunto de salubridad nacional y de seguridad para los mayores, sino de satisfacer los llamados de quienes buscan réditos políticos sin tener en cuenta las consecuencias para la vida de miles de colombianos.
Como amplios sectores de la economía formal e informal, la educación ha padecido las consecuencias de un aislamiento sorpresivo y ahora prolongado. Debería recordarse que la distancia social y la necesidad de eludir las aglomeraciones han sido las herramientas más eficaces para evitar la proliferación del contagio, por lo menos hasta que llegue la tan anhelada vacuna que detenga al mortal Covid-19.
Sin duda, el riesgo de muerte de los niños y jóvenes es infinitamente menor al de los adultos, en especial, los mayores de 60 años. Pero debe recordarse que esa población joven que no presenta síntomas puede portar el coronavirus y transmitirlo al resto de la sociedad, lo cual obliga a tomar medidas drásticas como los toques de queda y el cierre de actividades sociales que se conviertan en amplificadores de una pandemia que ya se ha llevado a casi sesenta mil colombianos y más de dos millones de seres humanos en el mundo.
También está más que medido el impacto que ha tenido en la formación y capacitación de los jóvenes la parálisis en las escuelas, colegios y universidades, la cual se ha tratado de superar con la tecnología que reemplaza las aulas a través de, valga la oportunidad para reconocerlo, el asombroso despliegue de los sistemas de comunicación a distancia. Sin duda, no es lo mismo y ya se sabe el gran esfuerzo que deberá realizarse para recuperar el tiempo perdido en la emergencia.
Pero debe tenerse en cuenta cuántas vidas se han salvado al aplicar ese aislamiento. Ese es el verdadero y único sentido de la suspensión de clases presenciales que demandan la presencia de cientos de miles de profesores, de millones de alumnos y demanda el uso de cuantiosos medios de transporte colectivo. Al hacer ese balance, Colombia y el mundo podrán conocer el costo beneficio de una medida impopular por las consecuencias que ha ocasionado.
En estos días el Gobierno Nacional empezó a autorizar el regreso paulatino a clases mediante lo que se denomina las ‘clases semipresenciales’, mecanismo con el cual se permitirá el retorno a las aulas en condiciones especiales. Y apenas se conoció la medida, se desató una polémica y algunos alcaldes decidieron abrir colegios, obligando a la rectificación inmediata.
Ahora mismo, Colombia empieza a salir del segundo pico de contagio, tanto o más mortal que el primero. Al parecer, el afán de volver a la normalidad ha hecho entender a algunos que el peligro está pasando y que los jóvenes no están en riesgo. Eso no es así.
La decisión es ante todo un asunto de prioridades. Aunque abrir las aulas es una necesidad, mientras no se apliquen las vacunas y se asegure que ha pasado la pandemia, regresar a clases puede resultar en una amenaza para la salud de millones de seres humanos.
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