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Otra reforma que no fue

Esta vez tampoco fue. Cuando faltaba un debate en el Congreso de la República para su aprobación, el proyecto de reforma de las Corporaciones Autónomas Regionales se hundió.

3 de julio de 2020 Por: Editorial .

Esta vez tampoco fue. Cuando faltaba un debate en el Congreso de la República para su aprobación, el proyecto de reforma de las Corporaciones Autónomas Regionales se hundió. Con este son 20 los intentos fallidos por cambiar unas entidades que perdieron su norte y se convirtieron en botín político que sacia el apetito clientelista en los departamentos.

La transformación de las CAR es una necesidad que se comenzó a plantear hace más de diez años, cuando se hizo evidente que los objetivos de la Ley 99 de 1993, que les dio vida tal como se conocen hoy, no se estaban cumpliendo. Crear una Corporación por cada departamento, que se encargara del medio ambiente y de su conservación, tal como lo dispuso la Constitución del 91, significó que se acabara con el propósito de desarrollo regional que tenían hasta ese momento algunas como la CVC y que se perdiera la continuidad de su trabajo porque en su mayoría las nuevas entidades fueron incapaces de realizar su cometido.

Esa atomización significó un retroceso en todo sentido. Aún hoy, muchas de las CAR no tienen un norte definido, ni tampoco recursos o interés en proteger el medio ambiente, lo que las ha hecho perfectas para que la corrupción, la burocracia inútil y la feria de contratos se las traguen.
Desde la elección de los consejos directivos, pasando por la escogencia de sus directores o la designación de los funcionarios de las Corporaciones Autónomas, se han convertido en procesos prisioneros de la politiquería y se abren camino los vicios que ella conlleva.

Sin desconocer el trabajo que muchas realizan, así como los esfuerzos de entidades como la CVC, para cumplir su tarea de velar por la conservación de los recursos naturales departamentales, lo cierto es que van 27 años perdidos en la maraña clientelista y en una disputa que impide cumplir los objetivos de la ley 99 de 1993. En ello se incluye la obsesión del centralismo por apoderarse de los recursos de esas corporaciones, que en el caso del Valle han servido para preservar la institución y cuidar el medio ambiente.

Ese botín en que se convirtieron las CAR y los intereses creados en ellas, son los que han impedido que se hagan las transformaciones que se necesitan. Así quedó en evidencia con el más reciente proyecto de reforma que de nuevo naufragó en el Congreso de la República, el cual fue sometido a cambios drásticos durante las discusiones legislativas y terminó sin cumplir el espíritu inicial con el que fue presentado, sin incluir cambios como la elección por concurso de los directores de esas entidades o la reducción del número de integrantes de los consejos directivos.

Es lo que ha sucedido con la mayoría de proyectos que se han tramitado sin éxito en estos diez años, al punto en que no se sabe qué es peor, si mantener las CAR tal como están hoy o aprobar reformas que sólo se explican por las disputas de la politiquería y la avidez del centralismo para quedarse con sus recursos. Mientras ese cambio sigue sin ser posible, la inmensa mayoría del territorio nacional padece la destrucción de su naturaleza, sin que existan autoridades idóneas que la protejan o que se conviertan en verdaderos instrumentos de desarrollo y conservación del medio ambiente.

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