El pais
SUSCRÍBETE

No al extremismo

El pasado miércoles, Holanda dijo no al extremismo. Esa es la manera como los pueblos usan la democracia para defender la civilización que han construido, sin extremismos ni dejarse vencer por quienes basan la política en el temor a la diferencia y a la integración.

16 de marzo de 2017 Por: Editorial .

Luego de muchas especulaciones y temores, los holandeses derrotaron con el voto mayoritario al candidato de la extrema derecha que ofrecía la guerra al mundo musulmán y el retiro de la Unión Europea. Aunque no fue un triunfo holgado, la decisión también despeja las dudas sobre la posible maniobra de Vladimir Putin para intervenir en la política interna de Europa.

Lo que se descubre en las informaciones y comentarios de la prensa internacional es el descanso que se siente en el viejo continente y en el país neerlandés por el resultado. Haber elegido a Geert Wilders, quien utilizó idéntica estrategia a la de Donald Trump en los Estados Unidos, habría sido una especie de salto al vacío que podría sepultar el sueño de la integración que lleva cincuenta años tratando de consolidarse en Europa.

Pero además, significaría la victoria de la intolerancia en uno de los países más librepensadores del mundo. Esa Holanda que ha sido criticada por su vanguardia en temas como la sexualidad, la integración racial y la posibilidad de unir a Europa, habría quedado en manos del extremismo que aprovecha la fatiga que experimentan las democracias ante la profesionalización de su actividad política que la aleja de la gente y la hace proclive a la corrupción.

Por eso, la mayoría de los votantes holandeses decidió reelegir a Mark Rutte, el primer ministro conservador que completa tres períodos en el cargo de primer ministro. Ni siquiera el hecho de que su partido haya perdido varios escaños en el parlamento alcanzan a opacar un resultado que también le cierra las puertas al Nexit, una salida de la UE similar a la que se produjo en la Gran Bretaña y que, de triunfar, hubiera significado el final de ese acuerdo.

El resultado también despeja los temores sobre las maniobras de Vladimir Putin para interferir la democracia, aprovechando el desánimo que produce la política tradicional en casi todo el mundo democrático. Esa realidad llevó a la estrategia del antiguo director de la temible KGB de la desaparecida Unión Soviética y ahora presidente de una Rusia más cercana a la derecha totalitaria, dirigida a dividir a occidente y a debilitar las alianzas que le impiden cumplir sus aspiraciones imperialistas.

Ahora, al primer ministro Rutte le corresponde enfrentar la controversia surgida con Turquía al no permitir que en Holanda se realizaran mítines para respaldar a Recip Erdogan, el dictador que usa el islam para imponer el totalitarismo en su nación. Y mostrar que su país sigue siendo territorio de convivencia donde los musulmanes y la diferencia de razas no es una amenaza que debe ser combatida a cualquier precio, como proponía el derrotado Wilders.

El pasado miércoles, Holanda dijo no al extremismo. Esa es la manera como los pueblos usan la democracia para defender la civilización que han construido, sin extremismos ni dejarse vencer por quienes basan la política en el temor a la diferencia y a la integración. Por paradójico que parezca, las democracias están amenazadas hoy por el progreso que han hecho posible mediante el respeto a la libertad.

AHORA EN Editorial