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Más allá del compromiso

La realidad, sin embargo, es que dentro de esas áreas de conservación siguen presentándose los graves problemas que destruyen la biodiversidad y los ecosistemas nacionales.

27 de mayo de 2022 Por: Editorial .

No hay duda del esfuerzo que está haciendo Colombia para cumplir sus metas ambientales y honrar sus compromisos internacionales en cuanto al cambio climático. Pero tampoco se puede negar que está lejos de resolver los males que se ciernen sobre sus recursos naturales, su biodiversidad y sus ecosistemas, y es ahí a donde tiene que enfocar su brújula.

Que se logre en un año declarar el 30% del territorio nacional como zona de protección natural, cuando inicialmente se planteó llegar a ese número al finalizar la presente década, es un avance importante que demuestra el trabajo permanente y decidido para asegurar la conservación del patrimonio más importante de nuestra nación.

Desde que se presentó a finales del año anterior la estrategia nacional sobre cambio climático en la cumbre celebrada en Glasgow, Escocia, el número de hectáreas de protección ha crecido de forma constante.
Ejemplo de ello es que se pasó de 12 a 28 millones de hectáreas marinas declaradas como zonas protegidas y se trabaja en ese mismo sentido en la parte continental, en particular en territorios de Parques Nacionales Naturales. El Valle del Cauca, por ejemplo, amplió esta semana en 3577 hectáreas el Parque Natural Regional Páramo del Duende, con lo que éste pasará a tener 18.000 hectáreas.

Si se tratara exclusivamente de hacer una declaración oficial y convertir a todo el país en zona de protección ambiental, Colombia podría cumplir las promesas y compromisos adquiridos. La realidad, sin embargo, es que dentro de esas áreas de conservación siguen presentándose los graves problemas que destruyen la biodiversidad y los ecosistemas nacionales.

¿Acaso la deforestación no sigue arrasando cada año decenas de miles de hectáreas de bosques tropicales que se suponen protegidos? ¿O la minería ilegal no se desarrolla en las reservas de la Amazonia, en medio de las selvas del Pacífico o en los altos páramos, contaminando los nacimientos de agua y los ríos mismos? ¿Y el narcotráfico o la expansión de tierras para la agricultura y la ganadería no se adentran cada vez más en Chiribiquete, patrimonio de la Humanidad?

Por ello es difícil dar partes de victoria ambiental. No se puede negar que el esfuerzo de nuestro país es importante y decidido, pero falta mucho para que Colombia pueda decir que gana la batalla de la protección de sus recursos naturales.

La vigilancia ha aumentado con estrategias como la operación Artemisa en la que participan las Fuerzas Armadas, la Policía y la Fiscalía para detectar, capturar y judicializar a quienes cometen delitos ambientales, pero está a la vista que es insuficiente. La minería ilícita y el narcotráfico siguen siendo el peor mal del país, incluso para su medio ambiente. Y en casos como el de Cali se sigue tolerando que sus montañas y reservas naturales sean arrasadas por las invasiones que se convierten además en focos de miseria y contaminación.

Además, no se ha trabajado el frente más importante de todos: educar y formar a los colombianos para que reconozcan que la riqueza natural es el patrimonio más preciado del país, hoy y a futuro, y que por eso deben ser los primeros en cuidarlo.

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