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La política dinámica

Pero aún no se entiende por qué esos partidos hoy de gobierno no se declararon independientes para, aunque sea, guardar las apariencias que cubren su apetito burocrático y las prebendas que se derivan de ser parte del poder.

10 de septiembre de 2022 Por: Editorial .

Cumpliendo los términos y plazos del estatuto de la oposición, los partidos políticos con representación en el Congreso fijaron su posición frente al Gobierno Nacional. Para sorpresa de casi todo el país y en especial de los que votaron en marzo por quienes hicieron campaña basados en la diferencia con la ideología y las banderas del Pacto Histórico y de quien fue elegido Presidente de la República, la mayoría de los partidos tradicionales se declararon partidos de gobierno.

Aún no se sabe si esa decisión es basada en algún acuerdo programático que neutralizará las consignas socialistas y populistas de Gustavo Petro y su partido, dándole tranquilidad a un país que está preocupado por las implicaciones de sus consignas abiertamente contrarias a las que siempre han acompañado a partidos como el Conservador, el Liberal e incluso el de la U. Si así fuera, es deber informarle a sus votantes y a los colombianos en general de qué se tratan esos acuerdos y por qué fue posible su extraordinario viraje.

El hecho es que el gobierno cuenta ya con el 67% del total de congresistas, lo que le otorga un margen de maniobra amplio para tomar toda suerte de decisiones legislativas, así los congresistas que se plegaron a las banderas gobiernistas afirmen que conservan su autonomía para acompañar o no las propuestas del oficialismo. Por fuera de esa alianza quedaron Cambio Radical, Mira, Colombia Justa Libres y Nuevo Liberalismo, dos congresistas del Partido Verde Oxígeno, así como el Centro Democrático, y dos representantes de la Liga de Gobernantes Anticorrupción.

Una de las explicaciones más comunes es aquella que justifica semejantes virajes en que “la política es dinámica”, aunque parezca imposible aplicarlo a un partido como el conservador que tiene sus principios consagrados en la declaración de Caro y Ospina que enfatiza en valores opuestos al ideario de Petro y el Pacto Histórico. La otra, más prosaica y sin duda más moderna, se basa en el afán de mantener las prebendas que les significa ser gobiernista, como es la posibilidad de preservar el control del Estado a cambio de hacer lo que el gobierno mande.

Sea cual fuere la verdad de ese traslado que también sorprende por la facilidad con que el Pacto Histórico abandonó sus consignas contra el clientelismo y se unió a sus otrora contradictores. No cabe duda que el gobierno ha logrado un gran avance que le permitirá obtener la aprobación de medidas como la reforma tributaria y de su programa de gobierno sin mayores objeciones, así como el manejo discrecional del presupuesto. Pero aún no se entiende por qué esos partidos hoy de gobierno no se declararon independientes para, aunque sea, guardar las apariencias que cubren su apetito burocrático y las prebendas que se derivan de ser parte del poder.

Lo sucedido parece ratificar la tendencia de la política colombiana hacia el unanimismo y el reparto del poder, herencia del Frente Nacional. Todo indica entonces que el pasado miércoles revivió la sentencia de Tomás de Lampedusa en su novela El Gatopardo, “cambiar todo para que no cambie nada”.

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