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La manoseada paz

Una y mil veces, los cabecillas del Eln lanzan propuestas de cese el fuego dizque como gesto que demuestra su voluntad de paz. Recurso sonoro sin duda que sólo pretende poner al Estado ante la opinión pública como el responsable de la violencia y el terrorismo que practican los integrantes de ese grupo armado ilegal.

9 de julio de 2020 Por: Editorial .

Una y mil veces, los cabecillas del Eln lanzan propuestas de cese el fuego dizque como gesto que demuestra su voluntad de paz. Recurso sonoro sin duda que sólo pretende poner al Estado ante la opinión pública como el responsable de la violencia y el terrorismo que practican los integrantes de ese grupo armado ilegal.

Es como si con ello se produjera la amnesia que hace olvidar su barbarie. Como si así, el pueblo colombiano y el mundo estuvieran obligados a declarar como apóstoles de la paz a los cabecillas que descansan en Cuba o a los que desde Venezuela dirigen el terror, el secuestro, el narcotráfico, la minería ilegal y todos los delitos y atrocidades que cometen en Colombia.

Como si esos crímenes no afectaran a millones de personas humildes, las verdaderas víctimas de esos grupos armados que pretenden montar repúblicas independientes dirigidas por ellos, en las cuales sólo existe el delito y la fuerza bruta. Pareciera que con esas declaraciones recurrentes se debiera producir el milagro de la paz y el fin del terror que ellos utilizan con abundancia para mantener sus negocios inmorales.

Para ello, y como es costumbre inveterada de los grupos delincuenciales en nuestro país, usan la palabra paz y declaran su amor por la convivencia. Y le exigen al Estado que detenga la Fuerza Pública y acepte paralizar su deber de perseguir a quienes delinquen bajo una sigla. A fin de esto aspiran igualar a las autoridades legítimas con los forajidos que ponen bombas para asesinar de manera cobarde a policías, soldados y civiles, a hombres, mujeres, niños, para secuestrar, para proteger y explotar el narcotráfico e incluso hacer la guerra a las bandas criminales con las cuales disputan el control de ese negocio.

Y todo ello lo hacen en nombre de la paz. Colombia ha perdido la cuenta de los procesos de diálogo que se han entablado con el Eln para terminar con su violencia y de las concesiones que se le han otorgado, la última de las cuales tiene a sus comandantes gozando del descanso en La Habana mientras aquí sus seguidores asesinan y delinquen sin límite. Pero sí recuerda que después de cada fracaso en esos diálogos sigue una oleada de terrorismo indiscriminado como el que acabó con la vida de centenares de seres humanos en Machuca, o el asesinato de veintidós cadetes en la Escuela General Santander el 17 de enero de 2019.

Ahora vuelven a pedir el cese bilateral bajo sus condiciones para explorar de nuevo la posibilidad de diálogos en los cuales se deberán aceptar sin chistar. Es decir, que se paralice la obligación del Estado de defender la vida honra y bienes de los colombianos, y se les otorgue de nuevo un estatus privilegiado a quienes cometen toda clase de crímenes.

Es el manoseo incesante de la palabra paz, que tiene defensores en los líderes de algunas instituciones que deberían estar al margen de la contienda política. Es la manipulación eterna de la aspiración nacional, la que debe ser rechazada en forma terminante, respaldando a la autoridad legítima en su compromiso de combatir sin tregua a los autores de la violencia y el terrorismo que azota a la Nación.

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