La guerra inútil
En principio, la indignación de occidente respaldó la respuesta contra lo que sin duda fue un ataque audaz y cobarde que el 11 de septiembre de ese año utilizó aviones civiles para matar y destruir a miles de seres humanos indefensos.
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8 de ago de 2021, 11:55 p. m.
Actualizado el 18 de may de 2023, 07:13 a. m.
Si todo se cumple como fue acordado con los talibanes, el próximo 31 de agosto se producirá el retiro de los últimos ochocientos cincuenta soldados estadounidenses de Afganistán. Será el final de una guerra iniciada en diciembre de 2001, justificada en la persecución contra el terrorismo de Al Qaeda que tres meses atrás había atacado el corazón del poder político, financiero y militar de la potencia más grande del mundo.
En principio, la indignación de occidente respaldó la respuesta contra lo que sin duda fue un ataque audaz y cobarde que el 11 de septiembre de ese año utilizó aviones civiles para matar y destruir a miles de seres humanos indefensos. Fue un ataque suicida en aviones repletos de personas desprevenidas, el cual las estrelló contra las torres gemelas de Nueva York y el Péntagono en Washington, y fracasó el tratar de estrellar otra aeronave contra la Casa Blanca, gracias a la valerosa acción de sus ocupantes que se opusieron a los terroristas.
La respuesta fue el ataque contra los talibanes o estudiantes que durante doce años tenían el poder en Afganistán convirtiéndolo en refugio de Ossama Bin Laden, líder de Al Qaeda y el centro de operaciones del terrorismo generado por el radicalismo islámico de entonces contra el mundo occidental. Algunos meses después, las tropas de la alianza entre Estados Unidos y los países del Tratado del Atlántico Norte desalojaron del poder a los talibanes aunque no los acabaron, e implantaron un gobierno amigo, con reglas semejantes a una democracia, en un país con costumbres y formas de gobierno acordes con sus culturas milenarias.
La guerra contra el terrorismo internacional derivó en una confrontación interna en la cual los aliados occidentales terminaron defendiendo al régimen que habían impuesto para que permitiera la invasión, mientras los talibanes se convirtieron en una guerrilla financiada por la amapola y sus derivados que se consumen en Europa.
Veinte años después, firmaron un acuerdo para retirarse de Afganistán sin manera de mantener el gobierno que formaron y apoyaron, mientras los talibanes avanzan para recuperar su control, imponer su secta radical y vengarse de sus oponentes.
Las cifras del desastre que deja esa guerra son estremecedoras. Más de 150.000 civiles, 60.000 militares afganos, 2.500 soldados americanos y 500 de la Otán muertos, incontables heridos, además de la destrucción del país. Y según se especula, Estados Unidos gastó mil millones de dólares en una ofensiva que culmina con un acuerdo y unas maniobras desesperadas que recuerdan la salida de sus tropas de Vietnam en 1971.
Y queda una nación revolcada y expuesta a una venganza y al regreso de un régimen talibán que desconoce los derechos de las mujeres y pretende devolver el oscurantismo religioso a los afganos, mientras prospera la producción de drogas ilícitas basadas en la amapola. La gente huye, los bombardeos aumentan, el gobierno cede terreno a marchas forzadas y pronto terminará la guerra en Afganistán, en tanto que allí quedarán de nuevo los reductos de Al Qaeda acompañados ahora por el Estado Islámico.
¿Era necesaria?
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