El pais
SUSCRÍBETE

Elecciones inéditas

El próximo domingo, Francia decidirá quién será su nuevo presidente o si será necesaria una segunda vuelta para definir tan importante asunto. Y al mismo tiempo, Europa se jugará el futuro y la estabilidad de la Unión que ha marcado su norte durante sesenta años y luego de las guerras frecuentes que en el siglo pasado dejaron destrucción y muerte.

19 de abril de 2017 Por: Editorial .

El próximo domingo, Francia decidirá quién será su nuevo presidente o si será necesaria una segunda vuelta para definir tan importante asunto. Y al mismo tiempo, Europa se jugará el futuro y la estabilidad de la Unión que ha marcado su norte durante sesenta años y luego de las guerras frecuentes que en el siglo pasado dejaron destrucción y muerte.

Francia tiene fama de ser la cuna de la democracia occidental, donde la separación de poderes y el respeto por la diferencia le ofrecen solidez y credibilidad a un sistema en el cual se obedece la voluntad de las mayorías. Además, la estructura de sus partidos y la observación de las reglas de juego le permitieron tener líderes indiscutidos, voces que representaban con autoridad y representatividad los intereses de su nación.

Sin embargo, y como parece ocurrir en casi todos los países gobernados por la democracia, la política ha ido perdiendo ese carácter de guía nacional para transformarse en una profesión más, donde sus participantes actúan sobre todo en función de lo que conviene para mantener el poder o para dar el zarpazo que desaloje de él a los opositores. De ahí que las grandes figuras hayan sido reemplazadas por personajes que no alcanzan a capturar la atención, creando un desgano preocupante en momentos en los cuales se juega el futuro de instituciones claves.

Es el caso de Francia, donde cuatro candidatos llegan a la primera vuelta casi igualados. Una es representante de la extrema derecha, defensora de la segregación, simpatizante del nazismo y enemiga de la Unión Europea. En el otro extremo está un seguidor de la izquierda recalcitrante y dogmática, al lado del cual está el candidato de un partido socialista desgastado y sin rumbo. Y en la mitad está un conservador sin carisma, aferrado al catolicismo para conseguir adeptos y acusado de emplear a su esposa y sus hijos en la nómina del Congreso del cual forma parte.

Y ninguno de ellos le mueve la aguja al pueblo francés, a pesar del momento que atraviesa su país y de los temas que están en juego. Hoy por hoy, Francia es, junto con Alemania, pilar de la Unión Europea, amenazada por la salida de la Gran Bretaña y combatida por quienes pretenden regresar al proteccionismo y al aislamiento que tantos desastres ocasionó al Viejo Continente y al resto del Mundo. Además, parece ser el objetivo más deseado por el radicalismo islámico a pesar de haber abierto las puertas a la migración musulmana durante más de cincuenta años.

Ese es el marco en el cual los franceses acudirán a las urnas este fin de semana. Aunque la mayoría dice estar interesada en participar en las elecciones, lo cierto es que se extraña aquel fervor que hizo de Francia un referente en materia de participación ciudadana en la escogencia de sus gobernantes. Tocará esperar entonces que terminen las que se esperan sean dos vueltas para elegir su nuevo presidente. Y que no tengan una de aquellas sorpresas que, como el Brexit en Inglaterra, produzca lamentos, recriminaciones y consecuencias negativas para una nación que, se supone, ya había superado las épocas del aislacionismo.

AHORA EN Editorial