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El lastre de la violencia

La violencia contra los niños es uno de los peores lastres de la sociedad colombiana. Y nada se gana con aumentar penas o reclamar plebiscitos, si la conducta frente a esa cruda y dolorosa realidad es el silencio, en muchas ocasiones cómplice.

25 de abril de 2017 Por: Editorial .

La violencia contra los niños es uno de los peores lastres de la sociedad colombiana. Y nada se gana con aumentar penas o reclamar plebiscitos, si la conducta frente a esa cruda y dolorosa realidad es el silencio, en muchas ocasiones cómplice.

Colombia recibe noticias diarias sobre la violencia sexual y de todo tipo contra los menores. Ahora mismo, cuatro eventos de violación y asesinato de niños sacuden las primeras páginas de los medios de comunicación, mientras la Directora del Instituto de Bienestar Familiar vuelve a reclamar la cadena perpetua contra los autores de crímenes que ofenden la condición humana.

Esa es la reacción tradicional en nuestro país: pedir aumentos de penas, reclamar que les caiga todo el peso de la ley a los perpetradores de hechos en los cuales se ataca la esencia misma de una sociedad, como es el aprovechar la indefensión. Y en muchos casos valerse de las relaciones familiares y de la misma patria potestad para abusar o sacrificar vidas que deben ser protegidas de la violencia.

Pero la realidad es más cruel, porque en infinidad de casos la Justicia parece incapaz de llegar a los autores. Es la impunidad que se alimenta también de los silencios que cubren a los autores con la complicidad en muchas ocasiones involuntaria. A veces, la indiferencia y el no denunciar o contar a las autoridades las circunstancias en que ocurren esos hechos dan a entender que hay una costumbre arraigada de callar actos que pueden ser interpretados como el derecho de los mayores a abusar de los menores, más aún cuando tienen autoridad sobre ellos.

Desde esa perspectiva, solucionar el problema no es sólo un asunto de crear más leyes para aumentar las penas a los delitos. Es ante todo la necesidad de estremecer la conciencia colectiva, de romper los muros creados por la indiferencia que hacen ver esas conductas antisociales como fenómenos normales en las relaciones humanas y de despertar a la sociedad. Y ante todo, es el deber de reaccionar contra un enemigo terrible que se reproduce en cada niño sometido al maltrato y que destruye el futuro con cada vida de un niño que muere.

La violencia contra los niños es ante todo una enfermedad social que nace de la indiferencia, crece por el ambiente de complicidad y se transforma en enemigo público debido a la impunidad que rodea a los autores y al silencio que impide su castigo. Insistir en que todo depende de la acción del Estado y se resuelve con cárcel es desconocer principalmente la responsabilidad de las familias y de la sociedad en la protección de quienes deberían estar a salvo de las perversiones que llevan a muchos adultos a ensañarse en ellos, aprovechando su estado de indefensión.

Ya es hora de cambiar frente a los niños y de terminar con las costumbres que los convierten en víctimas de la falta de conciencia. Si Colombia quiere construir una sociedad sana y en paz, la obligación de todos es protegerlos, exigir el respeto a sus derechos como seres humanos y castigar las conductas de los adultos que atentan contra su dignidad, destruyen su vida y los convierten en reproductores de la violencia.

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