El ‘delito’ de pensar
Salman Rushdie es víctima del afán de silenciarlo, promovido por el sectarismo religioso y en pleno Siglo XXI, cuando el mundo clama por la libertad de pensamiento y los Derechos Humanos.
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14 de ago de 2022, 11:55 p. m.
Actualizado el 17 de may de 2023, 12:04 p. m.
Treinta y cuatro años después de escribir 'Los versos satánicos', obra en la cual se apartó de los cánones del islam y fue condenado a muerte por el régimen iraní, Salman Rushdie fue apuñaleado en Estados Unidos. Y no es difícil establecer la relación entre esa condena de los ayatolas y el atentado que lo tiene hoy en una Unidad de Cuidados Intensivos de un hospital de Nueva York, luchando por su vida mientras el atacante niega haber cometido el delito.
En el mundo moderno quizás este sea el emblema de la persecución a quien ejerce el derecho a pensar, a escribir y a criticar principios religiosos. De su novela de ficción, una parte dedicada a un profeta que funda una religión inspirada en Mahoma le originó la condena del ayatola Jomeini, líder de la revolución que derrocó al Sha de Irán e impuso el gobierno religioso inspirado en el Corán.
El autor nacido en la India y de nacionalidad británica fue objeto de una
fatua o ley del estado de Irán que lo condenó a muerte y ordenó su persecución donde estuviera. En consecuencia, el autor de 14 novelas debió esconderse durante 10 años y andar protegido, mientras editores, traductores y publicistas de la obra fueron amenazados, atacados y uno asesinado por el fanatismo que promueve el régimen iraní. Tan grave fue el asunto que Gran Bretaña suspendió durante diez años las relaciones con ese país, debido a la insólita persecución de uno de sus súbditos por el sólo hecho de expresar su pensamiento.
En su momento, el gobierno manejado por Jomeini ofreció tres millones de dólares de recompensa al asesino del escritor, en cualquier parte del mundo, cifra que ha venido aumentando a través del tiempo. Rushdie encontró en los Estados Unidos la posibilidad de tener una vida con libertades que incluían la posibilidad de ejercer su vocación literaria y de circular sin temor a la venganza que le había decretado Irán.
Hasta que el pasado viernes fue asaltado por un joven de origen libanés y al parecer con vínculos con una tenebrosa organización terrorista que azota el Oriente Medio. Diez puñaladas le asestó su victimario en la presentación de un libro de su autoría que se llevaba a cabo en el condado de Chautauqua, Nueva York, frente a decenas de personas y cámaras de televisión, causándole heridas de las cuales tardará mucho tiempo en recuperarse.
Esa es una de las maneras de silenciar a quien piensa distinto, tan común entre quienes ejercen el totalitarismo. Salman Rushdie no ofendió a nadie, ejerció su derecho y su don para crear una historia, discutible para quienes profesan el islam y siguen a Mahoma. Pero eso fue suficiente para que un Estado le persiguiera, le decretara la muerte, mantuviera durante 34 años la recompensa y la aumentara, hasta que un fanático, o a lo mejor alguien interesado apenas en los dólares, cometiera el horror que el mundo presenció por los medios de comunicación el pasado viernes.
Salman Rushdie es víctima del afán de silenciarlo, promovido por el sectarismo religioso y en pleno Siglo XXI, cuando el mundo clama por la libertad de pensamiento y los Derechos Humanos.

Directora de El País, estudió comunicación social y periodismo en la Pontificia Universidad Javeriana. Está vinculada al diario EL País desde 1992 primero como periodista política, luego como editora internacional y durante cerca de 20 años como editora de Opinión. Desde agosto de 2023 es la directora de El País.
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