El apagón de Facebook

Por lo pronto, esos miles de millones de usuarios volvieron a respirar con tranquilidad a las ocho horas de iniciado el apagón de Facebook.

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5 de oct de 2021, 11:55 p. m.

Actualizado el 18 de may de 2023, 07:23 a. m.

Bastó un “error” para paralizar tres de las redes de comunicación más importantes del planeta y crear la alarma en la comunidad mundial, acostumbrada ya a usarlas para todas sus actividades, sus negocios, su comunicación. Aunque ocho horas después pasó el susto y las cosas parecieron volver a la normalidad, lo ocurrido con los productos de Facebook, uno de los gigantes tecnológicos, demostró su fragilidad y el riesgo que ello implica.

Fueron miles de millones de personas las que se vieron afectadas por la súbita interrupción de Facebook, WhatsApp e Instagram, plataformas líderes en la comunicación del Siglo XXI, revolucionada hasta el fondo por los desarrollos cibernéticos y el oligopólico que impera en la red. Sus usuarios, que no tienen por qué conocer el complejo mundo de esas tecnologías, y aquellos especialistas en la materia que están al tanto de lo que ocurre en el mundo de la web, fueron sorprendidos por la parálisis abrupta y la consecuente incomunicación.

Y no hubo ninguna reacción de los Estados ni organismos encargados de vigilar a compañías que se apoderaron del conocimiento para montar gigantes difíciles de controlar, los cuales administran y manipulan a su antojo los datos de sus usuarios. O actúan de manera alarmante, como lo reveló Frances Haugen, exejecutiva de Facebook, quien filtró decenas de miles de páginas de la enorme empresa en las cuales consta que la compañía sabía los problemas causados por sus aplicaciones, incluido el efecto ‘tóxico’ de Instagram en las adolescentes, y ante el Congreso de los Estados Unidos pidió que se “tomaran medidas contra la plataforma de redes sociales”.

Volviendo al apagón, hay que anotar que no es el primero. Pero sí demostró la fragilidad de una tecnología que acabó con las tradicionales formas de correo y de comunicación, causando una parálisis de la cual, como es de esperarse, no se producirán consecuencias para Facebook y sus directivos se limitarán a ofrecer disculpas. Pero ninguna autoridad, por lo menos hasta ahora, le pedirá cuentas ni exigirá que se tomen las medidas que sean necesarias para proteger a los millones de personas, negocios, gobiernos y entidades que dependen de ellas.

Es indiscutible ya que la comunicación a través de internet dejó de ser un negocio privado para transformarse en un servicio publico esencial. Y como tal no puede seguir al arbitrio de dos o tres compañía que no garantizan la seguridad del sistema y cuyos funcionarios pueden cometer un “error involuntario”, causar un desastre de proporciones y no asumir la responsabilidad que le corresponde a los pocos gigantes que gobiernan y explotan esas redes.

Por lo pronto, esos miles de millones de usuarios volvieron a respirar con tranquilidad a las ocho horas de iniciado el apagón de Facebook. Pero queda la apremiante sensación de que alguien tiene que vigilar lo que hacen esas empresas de tecnología, obligarlas a actuar con respeto por sus usuarios y a asegurar el servicio que ya dejó de ser de propiedad de sus creadores. De lo contrario, la tecnología que hoy trae progreso se puede convertir en el gran enemigo de la humanidad.

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