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Desobediencia social

Más que preocupante para los caleños fue el fin de semana que acaba de pasar. Cuando se está en uno de los momentos cruciales para restablecer la actividad necesaria para impedir que se ahonden los graves problemas sociales y económicos causados por el coronavirus.

16 de junio de 2020 Por: Editorial .

Más que preocupante para los caleños fue el fin de semana que acaba de pasar. Cuando se está en uno de los momentos cruciales para restablecer la actividad necesaria para impedir que se ahonden los graves problemas sociales y económicos causados por el coronavirus y la necesidad de aplicar el aislamiento social, la desobediencia y el desorden se erigen en enemigos de esa recuperación y de la salud de nuestra sociedad.

Quinientas riñas, quince homicidios, 250 rumbas, venta y consumo de alcohol, fueron algunos de los resultados que quedaron del puente entre el viernes y el lunes pasados. Todo un desafuero que obligó el desplazamiento de la Policía Metropolitana para tratar de controlar lo que es el caldo de cultivo para propagar el contagio.

Hasta un partido de fútbol que definía un torneo aficionado y al cual asistieron 500 personas sin ninguna clase de protección fue realizado en el barrio las Orquídeas. A la cancha debieron desplazar el Escuadrón Antimotines de la Policía para dispersar una congregación de ciudadanos que se atrevían a desafiar las medidas tomadas para proteger su salud y su vida. ¿Quién promovió ese encuentro?, ¿quién lo autorizó?

¿Quién responde por las consecuencias que puedan derivarse de ese temerario y sistemático desconocimiento de unas prevenciones creadas para proteger a la sociedad caleña de los estragos que está dejando el Covid-19? Por algo, nuestra ciudad está en los primeros lugares en número de muertes y de contagios en Colombia, y en muchos sectores se pide la mano dura que llegue hasta decretar el toque de queda, si fuera necesario.

Para tratar de contrarrestar el desorden se han impuesto veinte mil comparendos a los infractores del aislamiento social, decisión sin duda incómoda pero necesaria para controlar la pandemia. Así mismo, la Policía ha realizado un esfuerzo nunca antes registrado para cuidar la salud de los habitantes de la capital vallecaucana, que sin embargo no alcanza a cubrir toda la ciudad y en algunos casos desata reacciones violentas contra sus funcionarios.

Contrasta esa desobediencia y el afán de fiesta con la colaboración que se conservó en las primeras semanas. Y mientras antes se registraban unas estadísticas alentadoras, ahora se multiplican los enfermos y vuelven a aparecer los crímenes que afectan a los barrios populares y acaban con la vida de decenas de personas.

Antes que un asunto de policía y de sanciones, lo que se requiere es la conciencia de los caleños y su aporte para el retorno a la normalidad que todos necesitamos. Está claro que mientras no se reduzcan los índices de contagio en Cali, será difícil levantar las restricciones a la movilidad, generando decisiones más drásticas de las autoridades y prolongando el aislamiento social con todas sus consecuencias.

Y los esfuerzos de quienes necesitan abrir sus negocios para evitar la quiebra, de los que requieren con urgencia volver a trabajar para atender sus necesidades y las de sus familias, se verán frustrados por el desorden, la rumba descontrolada y el riesgo que esas conductas le ocasionan a dos millones de personas.

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