Del virus a la protesta
De nuevo, la errática conducta de la máxima autoridad federal incentiva la división de la sociedad como herramienta política. Cientos de miles de personas se toman las calles, y luego de algunos días de caos y violencia, se imponen la protesta pacífica y el reclamo contra el abuso de la fuerza de la policía y contra la segregación racial.
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7 de jun de 2020, 11:55 p. m.
Actualizado el 25 de abr de 2023, 07:06 p. m.
Diez días atrás, los medios de comunicación de los Estados Unidos reflejaban la gran confusión que desató en los habitantes de ese país el crecimiento de la pandemia y del número de contagios y víctimas que lo convertían en el líder mundial de la transmisión del virus. Luego, el asesinato de George Floyd, filmado por ciudadanos del común y distribuido por las redes sociales, desató una enorme oleada de protestas contra la brutalidad policial y la segregación racial.
Ha sido uno de los virajes más impresionantes en la historia del país norteamericano, afectado por la falta de un liderazgo que le ayude a despejar las espesas nubes que rodean su actividad pública. La increíble falta de respuesta y la polémica permanente han ocasionado dos millones de contagios y más de doscientos mil muertes en tres meses a causa del Covid-19, todo ello rodeado de la controversia entre el Gobierno Federal y las autoridades estatales y locales.
Y aún hoy no parece existir un derrotero claro sobre la respuesta a un fenómeno al cual no se le dio la importancia que debía cuando en enero apareció en Wuhan, China y fue advertido por la Organización Mundial de la Salud y las entidades que tienen a su cargo la inteligencia en los Estados Unidos. A cambio, lo que se produjo fue desestimar la peligrosidad de lo que ahora es la peor amenaza al país más desarrollado del mundo en materia científica.
Sus aterradores efectos han sido registrados por los medios de comunicación, demostrando de nuevo el valor de la prensa libre para la democracia, además de la capacidad del ciudadano común que, empoderado por la tecnología a su alcance, se convierte en parte de esa comunicación que impide el secreto sobre lo que está sucediendo. Y frente a los hechos, está el interés de un presidente que se obstina en privilegiar su campaña a la reelección.
De pronto, la discriminación racial y la brutalidad policial brotan en una calle de Minneapolis y asesinan a Floyd de la manera más afrentosa. Resultado inmediato fue la denuncia pública que se transformó en marchas y protestas y llegó a la violencia que obligó a la reacción apresurada para tratar de contenerla. Fue el regreso al primer plano de un mal que arrastra los Estados Unidos y que no ha podido ser erradicado no obstante el rechazo que tiene entre la inmensa mayoría de los estadounidenses.
Y de nuevo, la errática conducta de la máxima autoridad federal incentiva la división de la sociedad como herramienta política. Cientos de miles de personas se toman las calles, y luego de algunos días de caos y violencia, se imponen la protesta pacífica y el reclamo contra el abuso de la fuerza de la policía y contra la segregación racial.
“Black lives matter”, “I can’t breath”, son los lemas que alientan un movimiento enorme de opinión pública al cual aún no se le dan respuestas claras. El primero, “la vida de los negros importa”, es el grito de una sociedad que rechaza la segregación; el segundo, “no puedo respirar”, son las últimas palabras de George Floyd cuando moría bajo las rodillas de los policías que fueron grabados por ciudadanos y hoy son acusados de asesinato.
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