Alimentación sostenible

Colombia no está ajena a ello. Un estudio reciente promovido por el Fondo Mundial para la Naturaleza, WWF, y patrocinado por el gobierno alemán, arrojó que en el país se botan cada año 1,5 millones de toneladas de comida.

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7 de oct de 2022, 11:55 p. m.

Actualizado el 17 de may de 2023, 01:06 p. m.

Qué comemos, dónde compramos, cómo cocinamos o qué tanto desperdicio generamos son factores que inciden en el deterioro del planeta. ¿La solución? Educar en una alimentación sana y sostenible, mientras se promueven políticas que disminuyan el derroche y reduzcan el impacto ambiental que ello produce.

Desde hace unas décadas, cuando se hizo evidente la sobreexplotación de los recursos naturales y las pérdidas que se estaban ocasionando, se comenzó a medir el esfuerzo que se requiere cada año para atender las demandas de la población global. En este 2022 el cálculo marcó el 28 de julio como el día en que la Tierra llegó a su capacidad máxima para satisfacer las necesidades de la humanidad e indicó que para pagar ese sobregiro se necesitarían 1,75 mundos al finalizar el año.

En esas estadísticas uno de los rubros que más impacto genera es el desperdicio de alimentos, que alcanza los 950 millones de toneladas al año. Es comida que se bota a la basura o que se pierde antes de llegar al consumidor final por el mal manejo de las cadenas de frío. Es el despilfarro, en la mayoría de los casos por falta de conocimientos y de conciencia, que obliga a producir cada vez más, a llevar a la Tierra a su límite, para cubrir las necesidades de la población. Todo ello mientras 800 millones de seres humanos pasan hambre.

El sistema alimentario global, que en mayor proporción depende de la naturaleza y de los servicios que ella presta, es el responsable del 80% de la deforestación, del 70% de la pérdida de la biodiversidad y del 50% de la desaparición y contaminación de las fuentes de agua dulce.

Además, su mal manejo produce el 10% de las emisiones de gases de efecto invernadero, lo cual quiere decir que es uno de los responsables directos del cambio climático.

Colombia no está ajena a ello. Un estudio reciente promovido por el Fondo Mundial para la Naturaleza, WWF, y patrocinado por el gobierno alemán, arrojó que en el país se botan cada año 1,5 millones de toneladas de comida. Y aunque es un país biodiverso, privilegiado por su variedad de pisos térmicos, rico en recursos naturales y con tierras fértiles productivas todo el año, una parte de la población pasa hambre mientras la otra no sabe alimentarse bien.

Esa cadena, en la que influyen el tipo de comida que se compra, dónde se adquiere, cómo se almacena, la manera en que se prepara y cómo se gestionan los residuos, es sobre la que se debe trabajar para conseguir una reducción en la escasez de alimentos, en la desnutrición nacional y en el impacto ambiental.

¿Cómo? La educación es esencial y empieza por enseñar a comer bien y variado para no sobreexplotar los recursos naturales; a utilizar integralmente los productos para generar el mínimo desperdicio; a guardar bien los alimentos para que no se dañen; a comprar local. Y se requieren políticas que además de promover esas costumbres, incentiven la Colombia campesina y con ella la producción sostenible y amigable con el medio ambiente.

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