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Amar más, odiar menos

Tan fácil que suena y tan difícil que a veces resulta. Tan bello que se escucha decirlo y tan complejo hacerlo.

27 de enero de 2021 Por: Paola Andrea Gómez Perafán

Tan fácil que suena y tan difícil que a veces resulta. Tan bello que se escucha decirlo y tan complejo hacerlo. Parece que tantas semanas, meses, casi un año de ver cómo todo aquello que creíamos inquebrantable era más frágil de lo esperado, nos hubiese enseñado pocas cosas, poquísimas. Y que esos primeros días de reflexiones y odas a la vida profunda se hubiesen desvanecido, como la luna desaparece al amanecer.

De esos manuscritos casi poéticos que construimos entonces, en aquel entonces que ahora resulta tan lejano, nos quedan apenas recuerdos, alguna que otra promesa cumplida y muchas más desechas a fuerza de ansiedad, desvelo y en ocasiones hasta llanto por alguien que se fue o por todo aquello que se perdió.

Al final estamos de nuevo aquí, en ese permanente estado de odio en que alguna vez un ciclón nos dejó, fruto de un mundo enfurecido, lleno de resentimientos, al que le resulta imposible sentir compasión y en cambio se le da tan bien insultar, y más sobre la muerte misma; como si de alguna manera el ofender a un muerto, fruto de una enfermedad, nos hiciera más inteligentes, como si la ofensa sobre una tumba nos diera alivio, paz; como si el silencio nos costara tanto, como si nada absolutamente nada hubiésemos aprendido en el camino.

Henos aquí, despidiendo a un Ministro y a un líder sindical el mismo día, en medio de comparaciones e improperios que dicen tanto de nuestra falta de humanidad, así intentemos justificar la ofensa en duelos atrás, que de ninguna manera fueron menos. Sin embargo, esa conducta extraña y morbosa de comparar dolores y muertes y competir en el tamaño y la creatividad de la ofensa nos hace olvidar el verdadero valor de la vida, de cualquier vida, de todas las vidas, todas.

Fíjense, apenas hace unos días, en el primer mes del año, registramos la barbarie de una masacre de cinco jóvenes, y cinco meses atrás, otros cinco asesinados en nuestro vulnerable oriente. Un líder de ladera, una mujer a manos de su ex pareja, entre tantos más. Nos parecen tan normales que hasta las justificamos. Y en ocasiones aprendimos hasta a amenazar.

Quizás nos vendría bien mirarnos más hacía adentro, antes que buscar las respuestas afuera. Pensar que al sentir alegría por la desgracia, no habrá mayor desgracia que la propia que nos ahoga y mata silenciosamente. No está nada mal pensar en que sí es posible auto sanarnos y que el remedio, sin duda, está en amar más y odiar menos. Si es preciso callar, cuando no se nos ocurra nada mejor que insultar. 

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