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Un cautivo de oro

Cuando en 1575 los piratas turco-berberiscos capturan la galera Sol que había zarpado de Nápoles rumbo a Barcelona, descubren a bordo a un soldado de 28 años.

8 de febrero de 2020 Por: Óscar López Pulecio

Cuando en 1575 los piratas turco-berberiscos capturan la galera Sol que había zarpado de Nápoles rumbo a Barcelona, descubren a bordo a un soldado de 28 años, barbirrubio, quien había perdido la mano izquierda en la Batalla de Lepanto, con un par de cartas de recomendación, una del Duque de Sessa, embajador español ante la Santa Sede y otra del mismísimo Don Juan de Austria, quienes calificaban de heroicos los servicios del joven soldado a la armada española. Los piratas pensaron que se trataba de un cautivo de oro y fijaron el monto de su rescate en 500 escudos. El soldado se llamaba Miguel de Cervantes y no tenía ni un centavo.

El cautivo es llevado a Argel, para la época el centro del tráfico de secuestrados cristianos producido por la pugna entre el Imperio Español y el Otomano. La mitad de su población, de unas doce mil almas, eran cautivos. Los monjes mercedarios y trinitarios iban y venían con los dineros de los rescates recogidos entre las familias, las órdenes religiosas y el tesoro real. Quienes no tenían para el rescate eran vendidos como esclavos. Cervantes, encerrado con los españoles más principales, ellos sí con dinero, organiza fracasadas fugas colectivas, que eran castigadas con la muerte. Lo salvaron sus cartas y su lengua, pues en cinco años trata de escaparse cuatro veces.

Mucho se ha dicho sobre porqué un cautivo tan problemático no fue molido a palos, incluyendo relaciones non sanctas entre Cervantes y Hasan Pachá, rey de Argel, renegado veneciano. El hecho es que la prisión no era muy estricta, que proliferaban los contactos entre cristianos e infieles, que había muchos 'cristianos de Alá', cautivos convertidos a la religión musulmana, mucho más tolerante en materias sexuales y comerciales que la católica, y que el trámite de los rescates y las fugas era un gran negocio.

El rescate no es menos espectacular que la captura y las fugas. Cansado de esperar los 500 ducados de oro, Hasán Bajá decide mandar a Cervantes como esclavo a Constantinopla. Lo saca encadenado del barco el mismo día de la partida Fray Juan Gil, monje trinitario, que junta lo del rescate con fondos de otros secuestrados que ya no existen y lo que ha logrado reunir la familia. Si no, Don quijote de la Mancha no hubiera existido.

María Antonia Garcés, Doctora en Literatura de la Universidad de Cornell, escribió en inglés esta historia, publicada en 2002 y revisada en una edición española de 2005, con erudición y encanto, desde el punto de vista del trauma del secuestro, del cual ella misma fue víctima. Su idea central es que el trauma puede encerrar a su víctima en el mutismo o convertirse en una fuente de inspiración que la lleva a volver una y otra vez sobre los sucesos, para contarlos, analizarlos, incorporarlos al trabajo creador, lo cual cree ella, basada en una rigurosa y extensa investigación, fue el caso de Miguel de Cervantes.

No sólo en Don Quijote de la Mancha sino en muchos otros textos, incluyendo por supuesto 'La Historia de un Cautivo', incorporada a la primera parte del libro. Para la autora, las impresiones de Cervantes sobre su cautiverio, su manejo del trauma, de alguna manera hacen posible su obra. Allí, en las aventuras del ingenioso hidalgo está todo ese mundo cosmopolita, oportunista, permisivo, cruel, intrigante, transgresor, de Argel: un alimento doloroso que fue esencial para un trabajo inmortal.

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