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Mural

Lo que el libro revela es que la memoria, pese a todo, puede ser una forma de justicia: un mural que devuelve rostro, historia y humanidad a quienes la violencia intentó borrar.

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Rafael Araújo.  Columnista.
Rafael Araújo. Columnista. | Foto: Suministrada a El País.

25 de nov de 2025, 02:24 a. m.

Actualizado el 25 de nov de 2025, 02:24 a. m.

En Mural, Ricardo Silva Romero reconstruye, con una mezcla de rigor histórico y desgarro poético, los acontecimientos del 6 de noviembre de 1985, cuando el M-19 irrumpió en el Palacio de Justicia y el Estado respondió con una fuerza que terminó por arrasar no solo un edificio, sino parte esencial de la memoria colombiana. Silva Romero no se limita a narrar: hace que el lector contemple, casi como si atravesara un vidrio trémulo, las imágenes perdidas del Palacio antes de volverse ceniza, institución y símbolo de un país que todavía confiaba en la ley como refugio.

El libro opera como una galería de voces y escenas que se despliegan ante nosotros con delicadeza y furia. Por un lado, presenta la vida cotidiana de un recinto que era, al mismo tiempo, solemne y frágil; por otro, nos sumerge en la violencia desbordada de la toma, con sus decisiones fatales, sus miedos y su profunda deshumanización. Y, sin embargo, entre los escombros y la barbarie, Silva Romero también recupera destellos de compasión, de dignidad, de personas que se aferraron a la cordura mientras todo alrededor se incendiaba.

La gran virtud de Mural es su capacidad de transformar un episodio histórico en una experiencia íntima y emocional. No se lee como una crónica fría, sino como un cuadro vivo y doloroso donde cada pincelada —cada voz, cada recuerdo, cada silencio— tiene el peso de las vidas anónimas y de las heridas que aún atraviesan a Colombia. Al final, lo que el libro revela es que la memoria, pese a todo, puede ser una forma de justicia: un mural que devuelve rostro, historia y humanidad a quienes la violencia intentó borrar.

Es un libro que, como colombianos, nos llega al corazón y reabre una herida que todavía no se ha cerrado, está abierta ante los desmesurados ojos abiertos de nuestra historia, en donde la realidad se le muestra al lector con rigor, pero le dice, también: “Esto fue lo que pasó. Saca tus propias conclusiones”.

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