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Maduro entra en modo Ortega

Al mismo tiempo, la oposición cuenta con cada vez menos herramientas y garantías para llevar a cabo su competencia electoral.

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Fernando Posada
Fernando Posada | Foto: El País

19 de ago de 2024, 01:48 a. m.

Actualizado el 20 de ago de 2024, 12:07 a. m.

Llega un momento en todo régimen que se apropia del poder, en que se pierde cualquier rastro de miedo o de vergüenza ante lo que pueda hacer la comunidad internacional. Es en ese momento cuando los gobiernos autoritarios deciden mostrar ante el mundo entero su verdadera cara, sin temor a represalias o a la pérdida de aliados estratégicos.

Han pasado tres semanas desde las elecciones a la presidencia de Venezuela y cada vez más organismos internacionales y gobiernos del mundo entero reconocen, con amplia evidencia en mano, que el gobierno de Maduro protagonizó uno de los fraudes más ignominiosos y condenables de la historia reciente de América. Desde entonces, el gobierno venezolano ha asumido un mando cada vez más parecido al de Ortega en Nicaragua, quien hace varios años dejó de posar de demócrata y mostró ante toda la región que el poder en ese país había sido hegemonizado por él y su círculo cercano.

Desde el momento de las elecciones, Maduro ha asumido un rol abiertamente antidemocrático, sin el asomo de la más mínima vergüenza ante lo que el mundo entero pueda hacer. Pocas horas después de la entrega de los resultados manipulados, las autoridades locales se apresuraron a reconocerlo como el nuevo presidente, aun sin haber publicado el material electoral y sin haber permitido que el escrutinio terminara. A partir de ese momento, comenzaron semanas de persecución a los dirigentes opositores, censura y violencia ante los ojos de los espectadores globales.

Cuando un régimen que ha trascendido cualquier límite de la democracia controla todos los recursos del estado, las ramas del poder público, la burocracia y las fuerzas armadas, el poder es virtualmente ilimitado. Al mismo tiempo, la oposición cuenta con cada vez menos herramientas y garantías para llevar a cabo su competencia electoral. Por eso, la institucionalidad democrática venezolana ha sido corrompida por completo, y parte de la estrategia vil de Maduro, quien ya ni se molesta por posar de demócrata, es mostrarle al mundo entero de todo de lo que es capaz.

Resulta especialmente indignante que mientras el fraude y la persecución se hacen cada vez más visibles en Venezuela, el gobierno colombiano deje en evidencia una respuesta cada vez más laxa y poco contundente. El presidente Petro ha profundizado en la propuesta de llegar a un acuerdo –que ya había sido alcanzado en Barbados y el gobierno de Maduro incumplió ante el mundo entero–, o un modelo de poder compartido como el del Frente Nacional, o incluso la repetición de las elecciones.

Por supuesto todas estas medidas serían de entero beneficio para Maduro y afectarían de sobremanera a la oposición, al negarle un triunfo que demostró con más de 80 mil actas que cada vez más gobiernos en el mundo han decidido reconocer. La estrategia del gobierno colombiano, que no ha pronunciado una sola palabra sobre la persecución a la oposición, ni sobre la falta de garantías políticas para los partidos que se enfrentan al actual gobierno, cada vez queda más clara. Pero debe ser dicho que el día que la oposición venezolana logre llegar al poder a través de las vías institucionales y restaure la democracia –y ese día va a llegar–, el rol del actual gobierno colombiano habrá quedado en un lugar de vergonzosa recordación para los venezolanos.

No puede perderse de vista que aunque sigan pasando los días, la presión debe mantenerse y los ojos del mundo no pueden retirarse de Venezuela. Ni la resignación, ni el llamado ambiguo al diálogo en medio de guiños al gobierno Maduro asumido por el gobierno Petro son aceptables en el camino de solidaridad internacional con Venezuela.

Politólogo de la Universidad de los Andes con maestría en Política Latinoamericana de University College London. Es analista político para varias publicaciones nacionales e internacionales, y consultor en temas de política pública, paz y sostenibilidad.

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